13: Buscador de oro

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La mañana siguiente, la temperatura era alta pero húmeda. El clima propicio para los mosquitos, pensó Michelle mientras tomaba algunas pastillas que llevaba en su bolso, eran para evitar ciertas enfermedades que suelen traer los insectos.

Cuando entró en la sala de jantar, vio sorprendida que Tiago estaba allí junto a la mesa. A su lado también estaba un hombre que ella reconoció como uno de sus "secuestradores", ambos hablaban.

−¿Estas planeando otro secuestro? -Preguntó al tiempo que se servía una taza de café.

−Lamento que desperdicies tu sentido del humor con Paulo. -Replicó mordaz. −Y la situación de la que hablamos tampoco es motivo de risa. -Hizo una pausa. −Algunos de mis trabajadores han visto a los garimpeiros en la localidad.

−¿Qué es eso?

−Buscadores de oro y piedras preciosas.

−¿Acaso está prohibido que las personas hagan su fortuna en el Amazonas? -Quiso saber por un motivo especifico.

−Sí, para los que son criminales y muchos de ellos lo son... Solo tratan de sacar mercancía de contrabando. Tienen pasaportes falsos de Colombia y Venezuela, por lo común, entran armados y son muy violentos... Las personas de esta población le temen a esos hombres.

−Oh. -Pensativa Mille bebió su café. Tal vez no era momento para pedirle que la llevara a la plantación. −¿Qué haces con ellos? -Le preguntó luego de un rato. −¿Organizar una cacería de hombres?

−No. -Alzó una ceja. −Como tampoco patearía deliberadamente a una serpiente dormida... Organizamos patrullas, de esa manera les advertimos que no se acerquen más. -Ella asintió. −Ellos viven en la selva, sin alimentos adecuados ni atención medica, muchos no logran sobrevivir.

−Eso es trágico, ¿No pueden ayudarlos de alguna otra forma?

−Haces que todo suene sencillo, Michelle. -Inclinó la cabeza. −Vienes de un lugar en donde se respetan las leyes, y crees que puedes imponer restricciones en la selva, esto es... El infierno verde, ¿Piensas que es posible que la policía patrulle por acá como en la ciudad?

−Si piensas que es un infierno ¿Por qué sigues aquí?

−Hay peores lugares. -Dijo con indiferencia. −Y debo hacer un trabajo.

Aún le ocultaba algo y ella lo sabía, pero no quiso presionarlo, cualquier secreto que hubiera en la vida del brasileño no era asunto suyo. No quería interesarse ni meterse en su vida, eso sería arriesgarse demasiado.

De repente Tiago se levantó de la mesa con unas palabras de disculpa y salió de la habitación, seguido de Paulo. Los dos tenían expresiones sombrías.

Luego de unos minutos, la joven decidió buscar al brasileño sin poder controlar la intriga. Lo encontró en su despacho, ella se detuvo en la puerta sorprendida al verlo cargar un arma, algo que ella solo había visto en televisión, y la vida real no tenía nada del drama ni la fascinación de las películas.

−¿Pasa algo malo? -Preguntó Tiago viendo sus ojos miedosos.

−No pensarás usar realmente esa arma, ¿Verdad?

−Si es necesario, sí. -Sonrió con arrogancia. −¿Lo desapruebas?

−Por supuesto que sí. -Mordió su labio. −Odio la violencia, Tiago.

−Tranquila, no eres la única. -Negó con la cabeza. −Pero hay situaciones donde las palabras no son tan útiles. -Guardó su arma en la funda que llevaba a la cintura. −Créeme, Michelle, sabré defenderme y también defenderé lo que me pertenece... Nadie tomará lo que yo no quiero dar.

−Hablas como si vivieras en una constante guerra.

−A veces así lo siento. -Su voz sonó cautelosa. −Aquí es una eterna lucha contra el medio ambiente, para proteger mi plantación de los insectos y las plagas... Para proteger a mis trabajadores de las enfermedades y la muerte. Hay predadores por doquier y los peores son los humanos. -Hizo una pausa. −Pero seguro que no has venido para discutir lo nociva que es la violencia.

−No. -Se volvió a morder el labio. −Quiero ayudar en algo mientras estoy aquí, no tengo nada que hacer y eso me resulta aburrido.

−¿Te parece aburrido aprender a gobernar mi casa? -La joven subió una ceja. −Pronto también será tu casa y pasarás a ser la patrona, aprende a dar ordenes... Pero antes debes manejar el idioma, decidí llamar a un sobrino de Carmen para que te ayude con eso.

Michelle se sintió incomoda con las palabras de él, mantenía la mandíbula tensa observando una de las paredes del despacho.

−Mientras tanto. -Tiago retomó la palabra cuando se acercó a ella. −Puedes mimarte un poco, recomiendo que te embellezcas para recibirme esta noche con tu hermosa sonrisa de bienvenida.

−Me temo que eso no sucederá, no es mi estilo. -Advirtió pensando en Lucy Preston, seguro ella sí lo haría.

−¿No consideras necesario que un hombre te encuentre deseable?

−Con toda franqueza, no.

−Es una lástima. -Declaró él. −Pero aprenderás y me causará un gran placer enseñarte. -Su voz fue deliberadamente seductora, la pelicorta se sonrojó.

−No cuentes con ello. -Replicó brusca antes de darse la vuelta e irse.

Entró a su dormitorio y cerró la puerta con fuerza, sus manos temblaban al igual que sus piernas. Por un momento creyó escuchar la risa burlona del brasileño y eso le causó más enojo.

No le iba a dar el gusto, él no podía afectarla de tal manera y ella no haría nada especial por él. Con esa decisión sacó todo el guardarropa de Lucy y la lanzó a la cama, le pediría una maquina de coser a Carmen para hacer su propia ropa con la tela de todos esos trajes exóticos. 

En otra parte de la selva...

−¡Não deixe escapar! 

Un hombre le gritó a otros dos, estos inmediatamente salieron persiguiendo a alguien más que, entre las hojas caídas y animales del Amazonas se movía con pasos veloces. No sabían hacia donde se dirigía exactamente pero dos camionetas con brasileros armados se acercaban. En una de ellas estaba Tiago da Santana, dispuesto a acabar con lo que estuviera sucediendo en su tierra.

Cuando estaban a punto de cometer una desgracia escucharon los vehículos, ni siquiera se quedaron para descubrir de quienes se trataba, corrieron los más rápido posibles lejos de ahí dejando a su victima agonizando en el suelo después de haberlo alcanzado.

−¡Patrão! Aquí está um homem ferido. -Avisó uno de los trabajadores que servían a Tiago.

 -Avisó uno de los trabajadores que servían a Tiago

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El precio de mi libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora