Perseverancia, arrogancia y fortaleza

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Aviso en estás Historias 4X se ignorá el arco de la guerra.

Él era un sobreviviente, en el más amplio sentido de la palabra; y lo era por la forma en que había advenido al mundo. Solo, desde un principio había estado solo. Abandonado. Retirado del resto del mundo, despreciado inclusive. Repugnado y temido. Subestimado, esa era quizá la palabra. Nadie nunca había creído en él. Jamás. Desde un principio, y él lo sabía. Lo había visto en los ojos de tantos, esos ojos, cómo esperaban que fallara, que tropezara y cayera. Que demostrara que era el fracasado que todos pensaban que era. Que todos querían que fuera. Pero él no había cedido. Aún si nadie esperaba nada de él, aún si nadie lo recordaba –a no ser a causa del miedo y desprecio- , él no pasaría desapercibido. No se perdería en la autocompasión y el olvido, porque para él esa no era la respuesta. No podía serlo. Debía haber otra forma, una forma que hiciera desaparecer la sensación de soledad que por dentro lo corroía. Que lo intoxicaba. Lo estaba matando, lentamente, y él no deseaba morir. Se rehusaba a rendirse ante la muerte, ante el fracaso.

Eso no podía permitirlo. Naruto, nunca. Se rehusaba a desaparecer, se rehusaba a rendirse. A dejarse vencer. Eso era debilidad, pura y llanamente. Y él no era débil, no podía permitirse serlo. Nunca había podido; pues, aunque había sido odiado por todas las razones equivocadas –aunque él mismo lo había desconocido hasta la tierna edad de 11, y aún entonces deseaba demostrar que nada lo derrotaba, ni siquiera el siniestro zorro de nueve colas que vivía en su interior (otro más que esperaba que fallara para alzarse sobre él)-, Naruto estaba convencido de que podía probar a todos cuan equivocados estaban. Y si aún entonces lo odiaban, que fuera por las razones correctas. Por él, no por el monstruo en su interior.

Esa era su definición de supervivencia. Supervivencia a la muerte. Al desprecio y al olvido. Porque a la muerte ya no le temía, la soledad era peor. Mucho peor. Y él, mejor que nadie, lo sabía. Por eso, debía sobrevivir, mantenerse en pie sin importar cuantas veces quisieran derribarlo. Abatirlo. Y, en efecto, muchos lo habían intentado. Desde sus mismas entrañas, aquel zorro monstruoso y manipulador intentaba hacerlo día a día. Pero, aún así, él no se rendía. No lo hacía, por una sencilla razón. Dos, de hecho. Sasuke y Sakura. Sus compañeros de equipo. Sus amigos. No eran los únicos, por supuesto. A lo largo de los años había adquirido la aceptación y el aprecio –en mayor o menor medida- de varias personas más. Algunas vivas, como quien fuera su primer sensei, Kakashi, y los llamados nueve novatos, entre otros; y otras lamentablemente fallecidas, como Jiraiya. Aquel hombre que tanto le había enseñado y que tanto había confiado en él, sin razón aparente alguna. Aquel que lo había fortalecido y preparado para la supervivencia de un mundo en decadencia que cada día se le venía más y más encima. Que algún día lo envolvería completamente, y sobre el cual se alzaría o perecería. Esa era la vida. Y Jiraiya había muerto. Lo había dejado solo y esa sensación que recordaba aún vívidamente desde la niñez lo había quebrado. Por un instante, había sido como si el tiempo se hubiera frenado. Lo hubiera atrapado. Fue la única vez que pensó en desistir. Y alguien más lo hizo entonces, aunque nunca lo hubiera admitido. Aquel suceso, también quebró a Tsunade.

No, Sasuke y Sakura no eran las únicas personas en su vida; pero eran las más importantes. Cruciales. Irreemplazables. Las únicos lazos que jamás podría cortar. Que jamás querría cortar, porque se rehusaba a hacerlo. Obstinado como solo Naruto era. Y era evidente a la vista de todos. Para Naruto, la palabra de un hombre, de un shinobi, era lo único que este tenía. Lo único de valor que poseía. Y una promesa jamás debía ser quebrada. Nunca. Porque entonces no había nada, y sería lo mismo que dejarse vencer. Exactamente lo mismo.

Juntando ambas manos frente a él, exclamó —¡Itadakimasu! —sin dejar de contemplar por un instante con delicia el tazón de ramen frente a él. A su lado, la figura de un joven alto de cabello completamente negro lo observaba con curiosidad. Sus ojos, igual de negros, fijos en el perfil del rubio. En ese instante, todo lo que podía oírse era el sonido de Naruto sorbiendo ávidamente unos cuantos tallarines.

4X: Un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora