Egoísmo

95 9 0
                                    

Al día siguiente, todo se sintió distinto. Desde el sabor del ramen instantáneo que consumió apresuradamente en el desayuno hasta los primeros rayos de sol que invadieron su habitación desde su ventana una vez que hubo decidido abandonar el desorden de sábanas que erróneamente denominaba cama. Aún así, no pudo ubicar cuando empezó todo a sentirse tan diferente pues no pudo saber en qué exacto momento había dado comienzo aquel nuevo día. Cierto era, que no había podido conciliar el sueño en toda la noche. Ni siquiera en un simple instante había logrado cerrar calmamente los ojos y encontrar la paz que tan habitualmente y de forma sencilla el dormir solía procurar. Ni siquiera una vez.

Por lo que, rendido finalmente frente al insomnio, salió de un salto de la cama y comenzó su habitual rutina que, aunque idéntica a su proceder de todos los días, perdió toda sensación de familiaridad y seguridad que la rutina solía dar. Alejándolo poco a poco, más y más, de la sensación de que aquel día era (y sería) como cualquier otro.

No lo era. Aquel día sería el día en que finalmente iniciaría la última misión para traer a Sasuke de vuelta. Y lo haría. Lo traería de regreso, aunque fuera lo último que hiciera.

Bostezando, caminó hasta el baño e hizo girar el grifo con un rápido movimiento de muñeca; contemplando por un segundo el agua trasparente caer una y otra vez hasta morir contra el lavabo de porcelana. Sus ojos, azules como el océano, parecían devolverle la mirada desde el pequeño charco que empezaba a formarse en el fondo del lavatorio. El amarillo de sus alborotados cabellos contrastando violentamente con el color blanco de la porcelana. Lenta, pero intensamente, podía sentir la energía que solía agraciarlo empezar a fluir por todo su cuerpo, a lo largo de todas sus venas, y de cada uno de sus nervios. Enervándolos, uno a uno.

Dedicando una amplia y genuina sonrisa de dientes perlados al espejo, abandonó el desolado baño de regreso a la habitación. Listo para preparar su equipaje para la misión y abandonar aquel desierto apartamento que llamaba casa.

Un instante antes de partir, sus ojos se vieron atraídos a la vieja fotografía sobre la repisa, junto a su cama. En ella, tres niños perdidos devolvían la mirada a una cámara. Naruto sabía ahora, más que nunca, que esos niños perdidos ya no existían. Porque, si, estaban igual de perdidos que en aquel entonces (quizá más) en la vida, pero ya no eran niños. Años habían pasado desde que habían dejado de serlo. Ahora eran seres humanos en acto, no en potencia.

Colgando su mochila al hombro, miró una última vez aquel polvoriento portarretrato, y abandonó el apartamento cerrando su puerta tras de sí. Una sensación de inquietud e intranquilidad abandonando aquel vacío lugar con él. Impaciente, como lo era, empezó a correr intentando dejar a tras cual perturbadora sensación. Cada vez más rápido, más y más, pensando todo el tiempo que debía llegar a la entrada de la aldea para finalmente poder partir. Deseando que, para cuando llegara allí, la sensación que retorcía su estómago hubiera desaparecido. Lo dudaba. Aún así, eclipsaría toda emoción que pudiera percibir en aquel momento con determinación pura y plena. Palideciendo cualquier inquietud o cualquier otra agitación que pudiera mermar su desempeño.

Si había algo que Naruto había logrado perfeccionar a través de los años, era el hacer palpitar su corazón a su propio ritmo. Acompasar su respiración a sus propias necesidades. Había aprendido a vivir al filo, inhalando cada momento como si fuera el último, preparándose minuto a minuto de cada día, cada semana, cada mes y cada año para el momento en que pudiera tener su batalla final. Su última oportunidad. De traer a la persona que lo había salvado de la desesperante soledad que por tantos años había sentido, de recuperar a la única persona que –sin saberlo- había dado un sentido a su vida. De traer al hombre que era tan igual a él que resultaba escalofriante. Sasuke era la oscuridad, la misma que Naruto siempre había tenido encerrada en su interior y que jamás había permitido salir. Sasuke y Naruto eran iguales, y tan obviamente distintos que resultaba doloroso para ambos. Eran dos partes, partes de un todo. Naruto, en cambio, era la luz.

4X: Un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora