Milagros

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Contempló un instante más desde arriba hacia abajo las luces, las personas, con una sonrisa, buscándola a ella con la mirada. No estaba, Sakura no parecía verse por ningún lado. Era como si hubiera desaparecido en el instante en que abandonó la terraza en la que aún se encontraba él. Era como si se hubiera evaporado. Pero estaba bien, Naruto nunca había sido un hombre de arrepentimientos y nunca lo sería. Seguro, la mayor parte de las veces actuaba imprudente e impulsivamente y esa era principalmente la génesis de lo que había ocurrido previamente. De lo que lo había impulsado a decirle a ella aquellas palabras. Pero no se arrepentía y nunca lo haría, porque él actuaba lo que sentía y lo que sentía era exactamente lo que le había dicho a ella. Lo que siempre había sentido, desde que tenía memoria. Y, como soñador que era, se había permitido creer en la posibilidad de que ella lo aceptara, algún día, de la forma en que él quería. Sin embargo, no veía la posibilidad demasiado próxima. Y, aún entonces, no se arrepentía de haber hecho lo que en efecto había hecho. Había sido torpe e imprudente, y de eso era conciente como lo era cada vez que saltaba en medio de una batalla sin pensarlo dos veces –a pesar de que muchos creyeran que no lo era-, pero ese era su modo de ser; su "camino ninja" como él le llamaba constantemente y no se apartaría de tal camino por nada. Aún así, se acercó al borde de la terraza y contempló una vez más el gentío y busca de ella. Nada. Sakura-chan...

Lentamente, notó como las personas iban alzando la mirada curiosamente hacia donde se encontraba él, una a una iban levantando sus cabezas para contemplarlo. Él, por otro lado, contemplaba en la distancia a las cinco cabezas talladas en piedra (pues no se había llegado a tallar la de Danzou, afortunadamente) y particularmente a una de ellas; la cabeza del cuarto. La de su padre, y sus memorias volaron al día en que casi libera la novena cola del zorro. El día en que lo vio en su cabeza por primera y última vez, el día en que supo que aquel era su padre y obtuvo las respuestas de las razones de todo el sufrimiento que había tenido que soportar con aquel monstruo sellado en su interior. Y ahora estaba allí, todo se reducía a ello. A ese exacto momento en que yacía en la cima con el sombrero –en su opinión estúpido, porque solo alguien tan infantil pensaría algo como eso en un momento como aquel- y la túnica y la gente contemplándolo expectante, mientras se convertía en lo que siempre había querido y lo que siempre había deseado. Mientras se convertía en lo que su padre había sido, aquel al que había admirado. Y todo aquello le parecía irreal y simplemente demasiado, pero no lo era. Estaba allí, era tan real como él, y Naruto no podía evitar pensar en esas personas que lo habían llevado allí. Que lo habían hecho quien era y que le habían otorgado lo que tenía; la confianza, de Iruka, la voluntad de fuego del tercero, la sabiduría de vida de Kakashi, la amistad y camaradería de Sasuke y Sakura, el poder de Jiraiya, así como la sensación de tener un padre por primera vez, y ahora la fe de Tsunade. Si lo pensaba, eran demasiado para enumerarlas y no creía que las personas debajo suyo tuvieron el tiempo para aguardar que hiciera la cuenta.

Aún así, Naruto cerró un instante los ojos y sintió la brisa rozarle la piel y alborotarle los cabellos amarillos debajo del sombrero. Al abrir sus párpados, sus ojos azules siguieron una pequeña hoja que había alzado vuelo más de lo habitual y había llegado hasta aquella alta y remota terraza. Sin pensarlo dos veces, la tomó entre sus dedos y sonrió alegremente; recordando la lección que Iruka le había dado. La Hoja, la aldea, todo lo recordaba. Todo volvía a sus memorias, las que nunca había podido olvidar. Y se había dado la cabeza contra la pared una vez, dos veces, tres veces, cientos de veces y siempre había logrado ponerse de pie y eso era por esas personas; esos lazos que lo habían mantenido vivo y atado a aquel mundo. Que lo habían salvado, como Sasuke; quien entre silencios lo había reconocido como un igual y como un amigo. Y ahora era el turno de salvarlo a él, como había prometido.

Sonriendo, tomó el sombrero con una mano y lo arrojó al aire. Era una tradición estúpida, una que normalmente no le habría molestado, pero en aquel instante sentía que tenía que estar salvando a Sasuke. Sin embargo, parecía importante para la aldea y para el plan por el que se lo había convertido a él en Hokage y por esa razón no le importaría. Observando una última vez hacia abajo, dio media vuelta y se dispuso a descender hacia donde se encontraban el resto de los aldeanos, a pesar de que habría deseado saltar desde allí simplemente. Tsunade se lo había prohibido. Esa vieja...

4X: Un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora