19. Un beso ansiado y arrepentido

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No puedo ni tampoco me creerían si digo que no era consciente de lo que estaba haciendo

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No puedo ni tampoco me creerían si digo que no era consciente de lo que estaba haciendo. Porque lo sabía. Podría echarle un poco la culpa a todas las tazas de café que me tenían igual que a un niño pequeño después de comer mucha azúcar. Aunque la verdad no sé si tienen mucho que ver una cosa con la otra.

En mi defensa podría decir que era todo por el libro, ¿qué mejor que recrear la escena si teníamos dudas?

¿Y ahora dirás que si tienen dudas sobre escena sexuales te vas a tirar arriba por el bien del libro?

Ya, no.

Sin embargo, me crean o no, en ese momento no lo medité mucho, simplemente lo hice porque me dieron ganas. Me di cuenta que allí, creando los dos, nos transportamos a otro lugar, en el que solo nos encontrábamos él y yo. Me podría haber quedado así muchas horas, más de las necesarias, porque con él me sentía no solo cómoda... si no que me sentía yo.

La luz cortada, su piel tan... expuesta, su voz relatando sobre el amor que él mismo había escrito, su mirada oscilando una y otra vez entre la pantalla frente a él y yo que me hacía la distraída, su mano tambaleando en el borde del sillón, la manta que se cayó sin que él se diese cuenta, las velas... era mucho.

Valentín me gustaba. Quería besarlo... y a la vez no quería ser la chica que besaba a alguien con novio. Yo no era así.

No miento cuando digo que nunca había pertenecido tanto a un momento como ese, y era la primera vez que compartía lo que tenía dentro de mí, con alguien más. Un mes antes si le hubiesen preguntado a cualquier persona cercana a mí, sobre qué era lo que más me gustaba hacer. Apuesto un brazo a que nadie hubiese dicho escribir. De repente, sentí que la Maddie que había vivido hasta los dieciocho años era una impostora, porque no podía ser que nunca me hubiese sentido así. Tan real... tan auténtica. Tan yo.

No había entrado a la universidad porque no sabía qué hacer con mi vida. Siempre pensé en estudiar alguna ingeniería ya que las matemáticas me gustaban, o quizás medicina porque me atraía esa área. Sin embargo, cada vez que sopesé esas posibilidades con seriedad, en ninguna yo era feliz. Y pronto me di cuenta que ningún posible camino universitario me hacía feliz, porque mi felicidad se hallaba escondida en el arte. Y la única vez que intenté decirles a mis papás que quería dedicarme a escribir historias para niños, consideraron que era mejor que me tomara un año sabático.

Mis historias llevaban meses y años guardadas, y no me atrevía a decirle a la gente que yo lo hacía. Era como si sintiese que una vez confesada esa área de mi vida, ya sería imposible ocultarla, incluso de mí.

Pero allí, con Valentín a mi lado, la creación de nuestra historia era una experiencia que me llenaba más de lo soñado. Era una sensación maravillosa. El único problema... era que esa nueva experiencia... venía adosada a él. Y él era demasiado interesante como para obligar a mi corazón a no agitarse por él. Y sí, recordémoslo otra vez: él tenía novia.

El amor se escribe por capítulos - [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora