XVIII

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Estaba anocheciendo, y la luna llena alzada en el cielo era solamente un recordatorio, de que aquel chico dulce y tierno que había dejado marchar, ahora veía la luna desde la lejanía que imponía la ciudad sobre ellos.

Extrañar jamás había sido una palabra cuyo significado pudiese comprender. Sus padres eran una memoria bloqueada imposible de evocar y las personas con las que se había involucrado en el pasado ni siquiera poseían nombre en sus recuerdos. Mas Arthit...

Podía escuchar su voz llamándole cada vez que se sumía en el silencio, podía verlo cada vez que se adentraba en la oscuridad, podía sentirlo cada vez que se acurrucaba entre las sábanas que solían compartir.

Abrió la puerta, permitiendo que la ráfaga helada de la noche golpeara contra su rostro y hallase su camino hacia el interior de la casa, intentando olvidar aunque fuese por un breve momento la esencia suave y embriagadora del castaño que continuaba grabada en él, la sensación de calidez que lo embargaba cuando sabía que Arthit - su Arthit - estaba cómodo y protegido a su lado.

Era consciente de lo incorrecto que era sentirse de tal manera por un humano, un mortal que acabaría eventualmente siendo una víctima más de la inevitable muerte que sufría su especie. Sin embargo, se consideraba condenado, pues los sentimientos que trataba de reprimir fluían incontenibles e irrefrenables, hacia alguien que tenía prohibido amar.

Aquella noche decidió cazar lo primero que se cruzase en su camino, alimentándose de un par de conejos y de un lobo extraviado; siendo incapaz de hallar satisfacción en su sangre, deseando beber de aquel cuello ajeno que sus colmillos añoraban sentir y que él deseaba marcar.

Abandonando el cuerpo inerte del conejo sobre la tierra a sus pies, consideró el regresar a casa, más sus propios sentimientos se vieron interrumpidos abiertamente por cierta fragancia envolvente, un aroma demasiado particular para ignorar con facilidad, que nubló sus sentidos y ahogó su razón.

Sus pies comenzaron a moverse por cuenta propia, dirigiéndose no hacia un punto en específico, sino hacia la fuente de donde aquella esencia provenía. Atravesando el bosque, alejándose más y más de la casa vacía a sus espaldas, buscó entre los árboles y arbustos, por un indicio.

Sintiendo cómo su sangre empezaba a burbujear con impaciencia y hambre, y su necesidad desenfrenada por apoderarse de lo que estuviera causando tales estragos en su raciocinio se hallaba a pocos instantes de cegarlo, temió estar perdiendo definitivamente la cabeza. Pues solamente existía un ser en la faz de la Tierra que tenía la habilidad de hacerle perder el autocontrol y su presencia en aquel sitio había sido denegada hacía años.

Era imposible que hubiera regresado al bosque, era imposible que realmente fuese él y no una simple alucinación producida por la soledad. No obstante, mientras más trataba de convencerse de aquello, más se elevaban las esperanzas de que estuviera equivocado.

Vuelve a mí, pensó, percatándose de su respiración irregular únicamente cuando sus pies se detuvieron en seco al atisbar en la distancia la figura inconfundible del castaño.

Silencio, infinito y agobiante silencio que lentamente lo sofocaba. Era él. Bastó verlo, todo sonrojado y bonito bajo la luz de la luna, para que no quedará ni un ápice de duda. Era real, cien por ciento real, y un nudo en su garganta hizo aparición, haciéndole difícil hablar, hasta que la necesidad de pronunciar su nombre fue más grande que su impresión por encontrarlo.

—Thit — susurró. Acercándose detenidamente al castaño que se mantenía inmóvil frente a Kongpob, como una estatua estática y etérea, vulnerable a su alcance.

Arthit Rojnapat, el verdadero Arthit Rojnapat, no un producto de sus sueños ni un espejismo que sus dedos no pudiesen tocar. Extendiendo una mano hacia él, las yemas de sus dedos acariciaron el rostro canela del castaño, sintiendo cómo el corazón sellado dentro de su pecho volvía a latir.

— Kong — Abandonó los labios del menor, provocando que el hilo del que pendía el control de Kongpob se rompiera. El aroma dulce, suave, embriagador... volviéndose tan doloroso de soportar, que los colmillos pincharon contra su lengua y el fuego dentro de su estómago empezó a arder.

Lo necesitaba; necesitaba todo de Arthit, lo que era, lo que podía darle, lo que podía consumir de él. Sus manos se hicieron con su cintura, y antes de poder solicitar permiso, su boca se presionó contra su cuello desnudo. Terso y a su disposición, para Kongpob, solamente para Kongpob.

Mío, retumbó en su mente, hundiendo sus colmillos en el cuello de Arthit y escuchando cómo se deshacía en suspiros bajo su cuerpo. Completamente mío.

Y completamente tuyo.

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La calidez transmitida por el cuerpo entre sus brazos, enviaba descargas eléctricas gratificantes a cada nervio sensible en su ser.

Caminaba de regreso a casa, sosteniendo a un dócil Arthit que ronroneaba levemente contra su hombro, derritiéndolo entero desde adentro y acelerando sus latidos hasta que su corazón parecía querer salirse de su pecho.

La misma reconfortante sensación de su compañía, de escuchar su suave respiración compensándose con la propia. Tras años de sentirse vacío, de buscar algo que pudiese llenar el espacio en blanco que Arthit dejó. Lo tenía; a su castañito de aroma dulce y embriagador que lo envolvía hasta marearlo.

Lo tenía.

— ¿Por qué me miras así? — preguntó Arthit en voz bajita. Kongpob no reprimió la sonrisa que amenazó en huir, esbozándola con sinceridad mientras sus ojos recorrían el rostro sonrojado del menor.

— Porque eres precioso.

Los ojitos cafés del contrario se ampliaron ante la respuesta. Descolocado y sorprendido, cada sentimiento volviéndose transparente en su expresión.

— N-No digas eso...

— No te escondas, bebé — Rozó el mentón del menor, obligándole a alzar la cabeza gacha —  No de mí, no de nuevo.

— ¿Qué estás...? Kong, no digas esas cosas — le pidió avergonzado, ocultando su cara en el espacio entre el hombro y el cuello del mayor, quien rió deleitado al oírlo — ¿Por qué me haces esto?

— Ah~ Yo realmente extrañaba tus reacciones.

— ¡Kong! — se quejó, recibiendo un beso del pelinegro en su sien y una risa risueña como respuesta.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora