XIX

1.2K 225 86
                                    

Kongpob lo cargó todo el camino a casa, acariciando su espalda con el pulgar y afianzando el agarre en su muslo cuando tenía oportunidad de hacerlo. El corazón de Arthit revoloteaba inquieto dentro de su pecho oprimido, suspirando ante la sensación placentera de estar finalmente junto a él.

Atravesando la entrada, la calidez que lo albergó fue suficiente para empujarlo al borde de las lágrimas. Estaba en casa. Tras años de vivir en un departamento cuyo silencio no era reconfortante y cuya cama no era familiar, regresar parecía ser nada más que una ilusión. Desde las paredes hasta el antiguo mobiliario, las memorias de los momentos que vivieron en aquella sala fueron acumulándose, trayendo consigo el dolor que significó el haber abandonado todo aquel día que entonces se sentía lejano e irreal.

Se dio un baño, yendo en contra de sus propios deseos de no separarse del pelinegro, quien convertía el mundo a su alrededor en una galaxia brillante y adictiva de la que no quería huir. Bajo el agua de la ducha, Arthit se preguntó cuánto podría extender aquellas sensaciones, antes de verse obligado a romperlas con la realidad.

Luego de vestirse con ropa limpia que no estuviera sucia por el lodo y la tierra del bosque, se dirigió a la habitación en la que Kongpob esperaba. El híbrido esbozó una sonrisa tierna en su dirección, la cual derritió cualquier signo de duda en Arthit, transformando los nervios en mariposas y propagando calidez a lo largo de todo su cuerpo.

— Tienes el cabello mojado — puntualizó el mayor, cogiendo una toalla antes indicarle al castaño que se acercara. Arthit obedeció de inmediato y tomó asiento frente a Kongpob sobre el colchón —. ¿Acaso quieres resfriarte?

Mirándole con nostalgia y algo que había estado tratando de ignorar desde su reciente encuentro, le permitió al pelinegro hacer lo que gustase, dejándose sumisamente secar el cabello húmedo durante el tiempo que fuese necesario, inclinándose hacia los movimientos cuidadosos sobre su cuero cabelludo.

No estaba seguro de cómo halló su propia voz ahogada. — Te he extrañado.

Las manos de Kongpob se detuvieron, mas no las apartó, borrando el repentino temor de la expresión del menor causado por la inesperada acción llevada a cabo. El castaño se sintió ridiculizado al hallarse a sí mismo impaciente por una respuesta, la cual llegó y se abrió camino al corazón latente que intentaba calmar.

— Yo también lo he hecho — musitó el pelinegro. Arthit inhaló hondo al percibir la intimidad que el bajo volumen de voz de Kongpob producía —. No tienes idea cuánto...

— No me mientas — rogó doliente. Un nudo en su garganta le impedía respirar con normalidad — No necesito que sientas lástima por mí, ni que digas tales cosas por compasión.

— Sabes que no es así — dijo moviendo sus manos al rostro del castaño, acunándolo, hostigándolo con caricias llenas de cariño — Sabes que cada palabra es cierta, Arthit. Sabes que cada sentimiento es real.

— Kong...

— ¿No confías en mí?

— Siempre lo he hecho — rebatió, sin dudas, sin cuestionamientos. La mirada del pelinegro se suavizó bajo la propia y Arthit sintió que el aire se atascaba en sus pulmones — Pero...

— ¿Pero? — incitó Kongpob a que continuase. El castañito se mordió el labio inferior.

— Pero no fuiste por mí. No fuiste a la ciudad a buscarme, no me seguiste...

— ¿Querías que lo hiciera?

Arthit jadeó, sin poder creer que estuviera admitiendo lo que se prometió ocultar — Sí... Dios, sabes que sí.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora