VII

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Arthit se hallaba recostado en el pasto a pocos metros de la casa, ajeno a la mirada constante de Kongpob tras la ventana. Los rayos del sol pegaban en su frente y él mantenía los ojos en las blancas, pequeñas nubes que se distinguían entre los árboles. Faltaba un día para su cumpleaños.

Vivir con Kongpob era agradable. No, más que eso, mucho más. Arthit no recordaba que en algún punto de su corta existencia hubiera estado sin el vampiro. Habían estado juntos desde el principio y en realidad, había llegado a acostumbrarse tanto a ello, que se había vuelto una opción inviable separarse de él.

Estaba enterado del mundo que esperaba por él allá afuera. El pelinegro le había relatado cientos de veces las maravillas de la ciudad, de los seres que eran como él, los humanos que lo acogerán si decidía marcharse. Pero no quería irse. No se trataba del episodio casi traumático que atravesó a los doce años, cuando estuvo cerca de morir por humanos egoístas y peligrosos. Se trataba de que en la ciudad, Kong no lo acompañaría, y no existía nada en la faz de la tierra que pudiera elegir por sobre su cuidador.

Se sentía bien estando a su lado. Se sentía protegido, sostenido. Aunque no conocía una palabra para dar nombre a aquel sentimiento que lo albergaba cuando pensaba en él, no importaba. Sentirse de esa manera era suficiente para saber que su sitio era en aquel hogar con el vampiro. Era todo lo que necesitaba. Era todo lo que quería.

No obstante... las cosas habían cambiado.

Crecer le dio la habilidad de darse cuenta de ciertos detalles, que en su niñez había pasado por alto. Habían algunos menos interesantes que otros. Su favorito y el más misterioso, era el origen de Kongpob.

Los libros eran bastante específicos, explícitos y severos en cuanto a las características de los vampiros. El sol era una de las grandes debilidades que ellos tenían. Podían utilizar ropa para proteger su piel durante el día, más no era completamente seguro, por lo que sus vidas ocurrían en la noche.

Kong era diferente.

El sol no le molestaba. Arthit había notado que hasta podía llegar a gustarle. Su piel ni siquiera se irritaba cuando entraba en contacto con los rayos de luz, hallándolo curioso y definitivamente extraño.

Lo otro, era su calor corporal. Desde que era pequeño, había sido fiel creyente de que hallaba calor en Kongpob por la conexión que ambos tenían. Pero no parecía ser así. Pese a que los vampiros eran reconocidos por ser fríos, frígidos cadáveres, el pelinegro era tibio y, como un oso que podía abrazar.

Las diferencias que habían pasado desapercibidas antes, estaban haciéndose demasiado notorias para Arthit últimamente.

Y sus ojos... Había investigado en cuanto a los ojos rojos, la única explicación siendo el hambre y el deseo por beber que consumían a los vampiros hasta tornarse bestias irracionales. Kongpob los presentaba cada vez que posaba su mirada en él, y Arthit había llegado a pensar que la caza estaba empeorando.

Al parecer, su suposición había sido errónea. Kong se alimentaba correctamente, esa era la única razón por la que no había atacado a Arthit todavía. El humano era consciente de que llegaría, eventualmente, el momento en el cual el vampiro no podría reprimir sus impulsos y bebería de su sangre hasta dejarlo seco. Era algo que ni él ni Kongpob podrían evitar. Los animales del bosque dejarían de ser suficiente para saciar su hambre y luego, clavaría los colmillos en su carne.

Arthit no estaba en contra de ello. Según él, era más sencillo ceder a la tentación pronto, que aplazarla y sufrir. Los libros decían que si el vampiro ignoraba sus instintos, era posible que su estado empeorara, si es que no lo había hecho antes. No quería que su Kong pasara por eso, más no sabía tampoco cómo ofrecerle una cosa así. Las probabilidades de que le rechazara eran altísimas.

Se incorporó y sacudió sus ropas, sacándole la tierra y las hojas sueltas. Cuando volteó para volver a la casa, su mirada chocó con la del mayor, quien ni siquiera se molestó en sonreír para esconder su angustia. Arthit sabía que era Kongpob quien se llevaba la peor parte. Conteniéndose, cuando la naturaleza de su ser le guiaba a hacer lo contrario.

Caminó hacia la ventana, y el vampiro la abrió mientras sus pasos se detenían frente a ésta. Arthit esbozó una sonrisa suave que no correspondió.

— ¿Qué me tienes de regalo? — preguntó con interés. Kongpob rodó los ojos.

— Sabes que no te diré. Espera hasta mañana.

— Pero es que no puedo esperar — se quejó haciendo un puchero — Vamos. Una pista. Un adelanto. ¡Te juro que no le contaré a nadie!

Esta vez sí sonrió — Es sorpresa, bebé.

Otro detalle que había notado era que su corazón se aceleraba cuando Kongpob lo llamaba por esos apodos bonitos. "Bebé, pequeño". No estaba seguro de si alguna vez lo había llamado casualmente por su verdadero nombre. Aunque, a su corazón no parecía disgustarle.

— Voy a descubrirlo, aunque no lo quieras — canturreo, apartándose de la ventana. Brincó en dirección a la puerta y tan pronto la abrió, Kongpob ya estaba parado frente a él con un objeto envuelto entre las manos.

— Sabes que no puedo negarte nada.

Arthit rió.

Cumpliría dieciocho años. Según lo que Kongpob le había enseñado unos años atrás, ese era el fin de una etapa y el comienzo de otra. Su pubertad finaliza también, y por lo que había leído, sus problemas nocturnos de la entrepierna finalizarán igualmente. La sola idea de no tener que volver a darse una ducha fría, le hacía tremendamente feliz.

Desenvolvió el regalo bajo la atenta y preocupada expresión de Kongpob. Era divertido verle nervioso, pese a que todos los cumpleaños era lo mismo: un libro de misterio o de ciencias, que a Arthit le encantaba solamente por haber sido elegido por la persona más importante para él. Se sentía preparado para sonreír, abrazarle y agradecerle, cuando el título del libro lo petrificó.

De amores e ilusiones.

— ¿Romance? — murmuró confundido. No estaba muy involucrado en todo el tema romántico, como mucho en las novelas de detectives, las novias de los protagonistas hacían una aparición, nada contundente.

Estudió el libro de arriba a abajo, ojeando las páginas y tocando la tapa con suavidad. Podía imaginarse al pelinegro buscando su regalo, encontrando la sección de romance con curiosidad y queriendo darle un intento. Bueno, él también lo haría. Quizá hasta le gustaba más que las de detectives.

Kongpob habló en voz baja.

— Has crecido mucho, pequeño.

— ¿Mm? Lo sé — sonrió, acercándose a él hasta que sus pechos sólo eran separados por unos pocos milímetros — Me falta poco para ser tan alto como tú. Si sigues sin envejecer, yo pareceré el mayor de los dos.

— Has de estar muy orgulloso de ti mismo.

Arthit asintió — Lo estoy.

Se quedaron en esa posición por unos segundos, que para el humano se asemejaron a una eternidad. Los vellos de su nuca se erizaron cuando presenció los ojos de Kongpob tornándose lentamente rojizos, hasta adquirir el color rojo fuerte que teñía sus iris, como si estuvieran bañadas en sangre.

Los latidos de Arthit iban aumentando en velocidad. Era su oportunidad para ofrecerle beber de él. No había forma de que Kongpob se negara cuando su hambre estaba a punto de consumirlo. La bestia dentro de él era más fuerte que cualquier sentido protector que poseía estando consciente, una vez que despertaba, resultaba imposible calmarla sin saciarla primero.

No obstante, los labios de Arthit se abrieron al mismo tiempo que Kongpob se apartó de él.

— Iré a dar una caminata. Vuelvo pronto.

No reaccionó hasta que el pelinegro ya se había retirado de la casa y se hallaba demasiado lejos de su alcance para ceder a las tentaciones. Arthit afianzó el agarre en su libro y tomó una respiración profunda. No importaba. Había perdido una oportunidad, pero sería cosa de horas para que se crease la siguiente. Esta vez procuraría hacerlo bien. Esta vez procuraría que el vampiro bebiera su sangre, que no tuviera que frenarse más.

No quería que Kongpob hallará satisfacción en la sangre de otros animales, cuando la suya estaba a su disposición.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora