XXXV

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Maratón Final [8/9]

Arthit se preguntaba internamente si este era realmente el final, si era así como todo acababa.

Se rehusaba a aceptarlo.

Apenas podía mantener los ojos abiertos debido al cansancio y a la insana cantidad de sangre que había perdido. Su cuerpo se sentía lánguido, contra la pared a la que necesitaba afirmarse, para no desplomarse en el suelo.

Había considerado gritar el nombre de Kongpob, en un intento patético por que fuese a rescatarlo. ¿Pero luego qué? Luego Khaofang tendría sus manos en el híbrido y podría finalizar lo que había empezado. Después de crear una nueva especie, ya no habría vuelta atrás para ninguno de ellos.

La casa en el bosque se volvía cada vez más lejana en su memoria. Se había prometido no regresar tras lo sucedido, mas en aquel instante, lo único que Arthit anhelaba era beber un chocolate caliente, sentado cómodamente en ese viejo sofá, entre los brazos de Kongpob sosteniéndole para hundir su cabeza en su cálido hombro y respirar. Ellos hablarían de todo y nada, mientras el sol se ponía en el horizonte de la vasta arboleda.

Era hilarante, el pensar que se había marchado por una buena causa, defender la paz de su hogar en la ciudad, para más tarde descubrir que sus acciones pondrían al mundo en riesgo. Kongpob probablemente no sobreviviría el experimento.

Todavía podía recordar cuando era pequeño; Kongpob solía regalarle historietas de superhéroes para su cumpleaños. El villano siempre era derrotado por el héroe. El bien ganaba sobre el mal. Y aunque sabía que eran sólo tontos cuentos de niños, no podía evitar soñar con que fuesen reales.

Que hubiese un héroe allá afuera capaz de darle un término a su sufrimiento, que le permitiera salir sano y a salvo de aquel lugar. ¿Acaso estaba perdiendo la cabeza? ¿Era eso un efecto secundario de la sustancia que Khaofang había inyectado en su brazo? ¿O un efecto secundario del saber que todo estaba perdido?

Khaofang regresó al sótano tras un par de minutos, con una expresión que denotaba una mezcla entre decepción y molestia. El corazón de Arthit latió con fuerza dentro de su pecho, al verificar que no había rastro de Kongpob.

Ella chasqueó la lengua, guardando el arma en sus pantalones — No era él — resopló enfadada, confirmando las sospechas del castaño. Arthit asintió y suprimió un suspiro de alivio al oír la noticia. Kongpob estaba a salvo. Kongpob estaba bien.

Que no hubiera ido a su rescate era... la mejor opción disponible, aunque le dolía. Por supuesto que era difícil explicarle a su ridículo corazón enamorado, que de lo contrarío Kongpob estaría poniéndose a sí mismo y al resto en un grave riesgo. Sin embargo, con tal de que su cerebro fuese capaz de razonar, Arthit se hallaba conforme. El momento adecuado para lamentarse y llorar al pelinegro vendría eventualmente.

Por absurdo que sonara, era un verdadero alivio saber que habían discutido. Era un alivio saber que Kongpob no estaba dispuesto a ir a la ciudad bajo ninguna circunstancia, incluyéndole. Él estaba protegido en el bosque y Khaofang no podría alcanzarle.

Ella, por otro lado, no parecía satisfecha con ese detalle —¿Por qué tarda tanto? Tal vez no es tan rápido como pensaba...

Arthit tragó en seco, escudriñando a su hermana con una mirada exhaustiva. Su pierna se movía constantemente de arriba a abajo, mientras sus dientes mordían su labio inferior con ansiedad. Si no fuera una maldita psicópata él habría pensado que estaba nerviosa.

El castaño se detuvo en aquel pensamiento por un instante. Nerviosa.

Él intentó no demostrar su desconcierto al darse cuenta. Bien, quizá no era nerviosismo por la repentina presencia del híbrido, ni por lo que se desencadenaría después. Ella había planeado esto por años, ella estaba preparada.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora