XXI

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Maratón [1/5]

Arthit era un desastre. Un verdadero desastre.

Durante su estadía en la ciudad, conoció lo que eran las relaciones sexuales. Era un tanto difícil ignorarlas, al ser representadas en películas, revistas, libros, incluso en páginas web. Comprendía cuál era el proceso, que uno de ellos recibiría —él, de antemano sabía que sería él— y el otro actuaría como el personaje activo en la situación.

Lo que los medios no podían enseñarle, sin embargo, eran las sensaciones que el acto en sí generaba para las dos partes. Los medios no le advirtieron de lo bien que se sentiría bajo el cuerpo firme de Kongpob, quien lo tocaba como si cada rincón de su ser le perteneciera y besaba su piel como si fuese lo más preciado en el mundo.

Las manos del pelinegro acariciando su torso desnudo, tenían a Arthit deshaciéndose en suspiros. Su lengua, que antes estaba enroscada con la suya, ahora recorría su cuello y sus clavículas, arrancando suaves gemidos de la garganta del menor, que resonaban en los oídos de Kongpob como una dulce sinfonía.

Perdiéndose en el otro, fundiéndose en el otro... La temperatura de la habitación iba en aumento y Arthit sentía cómo cada roce se transformaba en fuego contra su piel.

Quería más. Quería tanto. Anhelaba volver a sentir lo que en el pasado Kongpob había provocado en él, en aquellos momentos en los cuales la línea que separaba su deseo por proteger y su deseo por devorar, se había visto peligrosamente borrada. Necesitaba volver a experimentar la sensación producida por la necesidad y el hambre de Kongpob; la boca desvergonzada en su miembro, las manos que se escabullían dentro de su ropa. Lo quería todo.

Gimió cuando los dientes del pelinegro se cerraron sobre el lóbulo de su oreja, enviando las familiares descargas eléctricas a lo largo de su columna vertebral.

— Bebé — susurró en su oído. Arthit apenas logró retener el gemido que amenazó con huir. ¿Cómo Kongpob tenía la habilidad de hacerle sentir tanto con solamente su voz? — ¿Sabes lo que haremos ahora?

Dios.

Las mejillas de Arthit ardieron con fuerza tras interpretar las palabras del pelinegro. Lo sabía. Sabía a la perfección lo que harían luego. Y también sabía que no duraría demasiado, menos considerando lo desgarradoramente bueno que era Kongpob tocándolo, siempre en los lugares adecuados de la manera perfecta.

Asintió, aturdido por su propia necesidad, la cual empezaba a consumir su raciocinio de a poco. Kongpob plantó un beso sobre su mejilla antes de posicionar su rostro a ínfimos centímetros del suyo, mirando directamente a los ojos de Arthit, cuyas pupilas se hallaban dilatadas, mientras Arthit veía los irises rojizos y hambrientos que se encontraban frente a él.

Kongpob se relamió los labios — ¿Quieres continuar?

¿Siquiera había duda de ello? Kongpob lo cuidaba aún cuando era presa de sus instintos, procurando no llevar ninguna situación al extremo con tal de no herir a Arthit y reprimiendo lo que su propia naturaleza destructiva le impulsaba a hacer. Lo amaba y confiaba en que sus intenciones nunca serían egoístas; aquello era suficiente para saber que no estaba cometiendo un error.

— Sí — respondió Arthit, suspirando sobre la boca húmeda del pelinegro — Sí quiero.

Hagamos lo que los amantes hacen para demostrar lo que sienten... Hazme sentir tuyo.

Kongpob no perdió un instante. Creando un camino de tibios besos desde el cuello de Arthit hasta su ombligo, se deslizó hacia abajo y se acomodó entre las piernas desnudas del menor. La piel tersa bajo las palmas de sus manos incitándole a morderla, a marcar sus muslos con chupetones que se verían adorables a la mañana siguiente. Ah... Realmente, el castaño iba a volverlo loco.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora