XVII

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Ahora que se hallaba parado frente a la edificación, no podía recordar con claridad cuál factor fue el que lo impulsó a conducir hasta allá. Afianzó su agarre en el teléfono que sostenía, confiando en que si algo salía mal o sus propias emociones se salían de control, Arthit estaría al otro extremo de la línea, esperando por él.

Adrien no tenía ninguna memoria de su abuelo. Apenas de sus padres, quienes habían fallecido no hacía mucho tiempo, dejándolo varado en medio de la nada. Por lo que, tener la posibilidad de conocer a uno de sus familiares, aunque fuese a través de un par de libros, animaba su espíritu.

Lo que primero hizo fue limpiar un poco el lugar, procurando deshacerse de las desagradables telas de araña y las pelusas que se deslizaban por el suelo. Ordenó los libros sobre una mesa de acre y sin más demora empezó a estudiarlos, uno por uno.

Información sobre vampiros recolectada por su abuelo era lo que más repetía en aquellas antiguas páginas. Era como si estuviera buscando entender aquella especie, mas no de una forma profesional sino... personal. Frunció el ceño al percatarse del dibujo de una mujer que había en la parte trasera.

Era sólo un bosquejo, pero fue suficiente para que la mente de Adrien trabajara, sospechando que el vampiro que su abuelo había estado estudiando, era una fémina.

Rebuscó entre los distintos libros hasta dar con una lista de nombres, que eran probablemente los integrantes de la organización. Encontró el nombre de su abuelo y el de su abuela, seguido por varios nombres que podrían considerarse masculinos. Lamentablemente, habían más mujeres de las que creyó que habrían, por lo que hallar el nombre del vampiro no sería tan fácil.

Decidiendo no darse por vencido, continuó leyendo las investigaciones que su abuelo había realizado, esperando encontrar eventualmente una pista que lo guiara al verdadero secreto que aquella organización había optado ocultar.

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Arthit miró su reloj y luego la puerta, preguntándose mentalmente qué era lo que mantenía a Adrien tan ocupado últimamente, que ni siquiera era capaz de recibir al castaño en su departamento.

Le había avisado que vendría, obteniendo una respuesta positiva de su parte, más empezaba a cuestionarse si había sido una buena idea. Fuese lo que fuese aquello que tenía a Adrien indisponible, no se lo estaba diciendo, por lo que era muy altamente probable que no fuera de su incumbencia.

Estuvo a pocos segundos de irse y mandarle un mensaje explicándole por qué se fue, pero la puerta se abrió antes de que pudiese retroceder tan solo un paso, permitiéndole a Arthit ver no solamente el rostro pálido de Adrien, sino que también sus ojeras y sus labios resecos. Su boca se abrió.

— ¿Estás bien? — dijo preocupado. El pelirubio, quien aparentemente no era consciente de lo demacrado de su aspecto, asintió.

— Ven, pasa. Perdona por tardar — Se hizo a un lado y Arthit entró al departamento que normalmente se encontraría pulcro, más siendo un desastre patas arriba. Miró con incredulidad el desorden sobre la mesa de la cocina, los cientos de libros desparramados por la alfombra, el café a medias servido a un costado del sofá.

— ¿Estás seguro de que estás bien?

— Sí. No. Tal vez — Las múltiples respuestas no ayudaron a Arthit a creer que estaba en un buen estado — He estado... ocupado.

— Puedo verlo. ¿Qué es todo esto? ¿Acaso estás en un club de lectura? — dijo señalando el suelo por el que apenas podía caminar. Adrien sacudió la cabeza.

— ¿Recuerdas hace unos meses atrás cuando te llevé al edificio de mi abuelo?

Arthit se petrificó, notando sólo entonces que los libros a sus pies guardaban todas las investigaciones que el abuelo de Adrien había llevado a cabo y él estuvo a punto de patearlos fuera de su camino.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora