XIII

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Tuvo que reprimir sus propios impulsos sobreprotectores para no salir corriendo tras Arthit cuando éste se marchó, ignorando la necesidad agobiante de envolverlo entre sus brazos hasta que todo signo de tristeza se disipara.

Existía una brecha inevitable entre vampiros y humanos que resultaba imposible de negar, sobre todo en cuanto a genética y a la esperanza de vida de cada especie. Debido a ello, habían ciertos motivos por los cuales no se relacionaban, por los cuales se hallaban divididos territorialmente y evitaban cualquier clase de interacción.

Motivos por los cuales Kongpob no podía permitir darle rienda suelta a los sentimientos que profesaba Arthit hacia él.

El amor entre vampiros y humanos iba en contra de la naturaleza. Iba en contra de las creencias, de la lógica, de la genética. La existencia de las barreras biológicas no permitía el nacimiento de un híbrido, generando una relación no solamente prohibida socialmente, sino que también infértil.

Kongpob necesitaba que Arthit viese aquello con claridad. Que se diera cuenta del error que significaba amar a la otra especie, el daño que implicaba para él, lo infeliz que sería. Era incorrecto de todas las maneras posibles. ¿Pero cómo no era capaz de verlo? ¿Cómo se mantenía cegado, sin despertar de aquella falsa ilusión? El amor nunca sería suficiente cuando millones de otros factores demostraban que la relación no funcionaría.

Arthit debía saber que estaba equivocado, que no podía considerar a un vampiro como receptor de sus sentimientos. Un humano que pudiera hacerle feliz era lo indicado para él, para su vida; lo que realmente merecía, mas de lo que se había privado inconscientemente.

Sin embargo, pese a lo mucho que Kongpob trataba de convencerse de que había tomado la decisión correcta al rechazar y dudar de los sentimientos del menor, no era capaz de abandonar la culpa que lo embargaba por haberle lastimado.

Jamás lo había hecho, jamás pensó que lo haría o que siquiera tuviera la voluntad para hacerlo. La culpa estaba carcomiéndole desde raíz. Las garras que normalmente utilizaba para proteger a Arthit del resto del mundo, ahora herían las palmas de sus propias manos, incrustándose en su propia piel, reconociendo que esta vez era él quien hería al pequeño, era él a quien debía aborrecer y repudiar.

Es por su bien, se repitió en silencio, luchando contra sus deseos por ir a consolarlo, manteniéndose fijo en su sitio. Le dolería un tiempo, quizá unos días. Pero el dolor desaparecería eventualmente. Un dolor pasajero que podría dejar atrás cuando el invierno arribara.

Aceptando el pensamiento relativamente optimista, decidió que una caminata por el bosque sería una buena manera para distraerse, para olvidar aunque fuese por un instante el peso que cargaba en sus hombros, y quizás... para borrar la expresión abatida en el rostro de Arthit, que permanecía grabada con fuego en su memoria.

"Creo que te amo". Las palabras tronaron en sus oídos, y con el recuerdo sin abandonarlo del todo, sintió cómo su pecho se apretaba al percibir los sollozos del menor haciéndose audibles. Cada sollozo convirtiéndose en una estaca que atravesaba el cuerpo del vampiro de punta a base, causando un daño irreparable que esperaba algún día poder compensar.

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Cuando regresó, tras la extensa caminata, halló la casa sumida en el silencio, sin rastros de Arthit, más que el dejo de su aroma suspendiendo en el aire.

Podía soportar la ley de hielo, incluso un trato cruel si era necesario, con tal de que el menor superarse lo que suponía era un corazón roto. Podía comprender y darle el espacio que requería para sobrellevar el rechazo y negación de sus sentimientos descubiertos.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora