III

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Arthit cumplió seis años de edad y su curiosidad creció junto con su altura.

— ¿Dónde está mi mamá? — inquirió mientras Kongpob lo arropaba, preparándolo para dormir. El pelinegro se quedó en silencio, quieto y mirándole con un haz de duda destellando en sus ojos.

No estaba confiado en sí aquello era terreno seguro aún. No habían llegado a hablar de sus verdaderos parientes, tampoco de la clase de relación que los unía. Arthit seguía llamándole Papa y él no le había corregido en ninguna de las oportunidades. Se había convencido de que era muy pequeño para involucrarse en temas adultos. No obstante, no podía culpar lo por querer saber.

Ser privado de amor y afecto por ser abandonado, era algo que Kongpob entendía mejor de lo que hubiera querido.

— ¿Por qué preguntas? — Se halló a sí mismo diciendo. Arthit pestañeó con suavidad, sus iris cafés destilando inocencia.

— En el cuento del perrito, hay una mamá y un papá — Se incorporó en la cama para ver a Kongpob de frente — Tú eres mi papá. ¿Dónde está mi mamá?

Le habría gustado saber la respuesta, poder otorgarle calma y una familia que merecía a su lado. Kongpob no podía darle el abrazo reconfortante de una madre, o la confianza amistosa de un padre. Había vivido apartado de los demás por décadas. Se había hundido en el silencio y la cacería, con el lema de que sólo se necesitaba a sí mismo. Había funcionado.

Hasta Arthit.

Suspiró. En la soledad del bosque, lejano a lo que el mundo conocía, lo único que tenía para ofrecer a Arthit era un techo, comida y su — quizá indeseada y cruda — honestidad.

Cuando consiguió que su boca se abriera para responder, su tono de voz fue tierno.

— La verdad, es que yo no soy tu papá.

Sólo esperaba que su pequeño no se decepcionara.

Arthit frunció el ceño — ¿No eres mi papá?

— No... — Trató de continuar, los ojitos desamparados y confundidos de su pequeño imposibilitando le ser sincero — Tu mamá y tu papá tenían que hacer algo muy importante, por lo que te dejaron conmigo, para que te cuidara mientras ellos estaban lejos.

— ¿Entonces no eres mi papá?

— No.

El niño volvió a fruncir el entrecejo, más acentuado esta vez, absorto en sus pensamientos. Kongpob estaba seguro de que lo llenaría de preguntas acerca de sus parientes. ¿Cuándo van a volver? ¿Adónde fueron? ¿Cómo son? Ni siquiera estaba preparado para contestar eso. En cambio, los labios de Arthit se abultaron y preguntó:

— ¿Y entonces cómo te voy a llamar?

Una sonrisa tiró de las comisuras de los labios de Kongpob.

— Puedes seguir diciéndome Papá si quieres, no me molesta. Igual puedes intentar llamarme Kongpob.

— ¿Jongpob?— El pelinegro sacudió la cabeza.

— No. Kong.

— ¿Gong?

— Kong — repitió. Su pequeño seguía confundido — Ya sabes. Como KingKong. Kong.

— Ah. Kong — Antes de que Kongpob pudiera asentir, Arthit sonrió en grande— ¡Kongie!

— No. Kong. Kongpob.

— ¡Kongie! — insistió feliz. El pelinegro jadeó. Debió haber previsto que esto ocurriría.

Satisfecho con la información de su familia y el nuevo apodo para el vampiro, Arthit apoyó su mejilla sobre la esponjosa almohada y se durmió.

Había cierta sensación cálida y aterradora en cuanto a un Arthit diminuto e indefenso. Respiraba tranquilo y pesado, como si se sintiera a salvo bajo la protección de Kongpob, como si el pelinegro fuera todo lo que necesitaba para sentirse seguro. Sin darse cuenta, una mano aterrizó en la frente del pequeño y acarició.

Cuidar de alguien nunca había sido un instinto para Kongpob. Con su pequeño era diferente. Le hacía cuestionarse sus propias creencias, si había estado conteniendo sus sentimientos inconscientemente y había estado anhelando compartir su vida con otra persona.

De la misma forma en que su dependencia lo golpeaba de repente, su miedo por ser abandonado otra vez volvía a consumirlo.

Él es un mortal. Él no pertenece aquí, contigo. Lo sabía, más a veces lo olvidaba. Requería de un recordatorio diario.

Aquella noche cazó dos conejos.

Se detuvo, cuando agudizó su oído y un llanto familiar le hizo estremecer. Arthit.

Con la mente nublada, sus piernas moviéndose a máxima velocidad, no midió el tiempo en que llegó la casa ni reaccionó hasta que se halló en la cama junto a su pequeño. Arthit lloraba, colgándose a él, abrazándolo con fuerza mientras hundía su carita mojada en el espacio entre su hombro y su cuello.

— Tuve una pesadilla — sollozó. Su cuerpito temblaba en las manos de Kongpob — Y tú no estabas aquí.

Kongpob exhaló, calor y alivio expandiéndose en su pecho al ver a su bebé sano y salvo. Sus brazos rodearon la cintura del pequeño y apretó, procurando no ser brusco.

— Ya estoy aquí — susurró tratando de consolarlo. Arthit esnifó — Estás bien, bebé. Estoy contigo.

— ¿No te vas a ir?

— No, bebé — Arthit se relajó contra él — Estoy aquí.

Abrazó a su pequeño hasta que cayó dormido. Su camisa estaba mojada por las lágrimas y el aroma puro de Arthit le hacía sentir en casa. Estoy aquí. Quiso repetir, posicionándolo sobre la cama y acostándose al lado de él. Siempre lo estaré. El silencio los envolvió y de pronto, un dolor punzante en su pecho. Aunque tú no estés aquí para siempre.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora