II

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Los bebés humanos crecían rápido.

— ¡Quiero ir a jugar! — Kongpob se mantuvo impasible, los ojos fijos en el libro sobre el escritorio. Arthit jaló de su chaqueta — ¡Papa, quiero jugar!

— Estoy ocupado, bebé. ¿No puedes jugar solo?

— Allá afuera hay perros feos — dijo apuntando a la puerta. Kongpob suspiró al recordar a los lobos — Quiero jugar.

— Bien. Vamos — Se levantó cerrando el libro. Arthit le miraba con ojitos emocionados, cuando extendió los brazos hacia el mayor.

— ¡Hombros!

El pequeño ya no era tan pequeño, tornándose en un sano niño de cuatro años. Correteaba demasiado por la casa, sus zapatos contra el piso resonando y generando un eco que era difícil de ignorar.

Kongpob le había enseñado a leer y a hablar. Escribir seguía siendo un trabajo en proceso. Arthit era bastante inteligente, por lo que su aprendizaje no resultó complicado, sino lo contrario. Ya no usaba pañales, lo que era un alivio, y ya casi podía hacer todo por cuenta propia.

Cuando aprendió a caminar, decidió que ya no quería que Kongpob lo tomara en brazos. "¡Mano!" exigía extendiéndole su manito para que el mayor la agarrara. Accedió. Sin embargo, después de caminar horas en el bosque, Arthit solía cansarse, por lo que en la primera oportunidad, Kongpob ofreció llevarlo en sus hombros. Esperó que se tratara de algo de una sola vez, pero el pequeño se acostumbró demasiado rápido.

Ahora, aún para tramos cortos, que los pies de Arthit podían soportar, el pequeño pedía que le subiera a sus hombros. Y para el mayor, rechazarlo era imposible.

— ¡Arre, caballito! — exclamó enredando sus deditos en el cabello de Kongpob. El vampiro suspiró antes de obedecer le, saliendo de la casa.

Su recorrido fue en línea recta, en dirección al norte. Arthit tarareaba una canción que había sonado en la radio esa mañana mientras que iba observando impresionado su entorno. Kongpob no podía ver su rostro debido al ángulo, más sabía que sus ojitos cafés estaban brillando con el mismo asombro inocente de siempre.

— Perro — advirtió apuntando a un costado del camino. Kongpob se giró hacia el animal y mostró sus colmillos, causando que el lobo escapara de inmediato. Sonrió satisfecho, hasta que un golpecito en su nuca lo descolocó — ¡Tonto! Lo asustaste.

Retomó la caminata — Creí que pensabas que eran feos.

— Me dan miedo. Pero contigo no me dan miedo — Sus bracitos rodearon con delicadeza el cuello del vampiro — Tú me proteges.

— Mejor te daré de comer a los lobos.

— ¡No! — chilló aferrándose a él. Kongpob reprimió la risa — ¡Tienes que protegerme! Tú vas a salvarme.

— ¿Yo voy a salvarte?

— Sí, sí. Tú. Como Superman, el de la historieta que me regalaste para mi cumpleaños.

Cumpleaños. O más bien el aniversario del día en que Kongpob lo había recogido en el bosque. El día en que había decidido que cuidaría de él.

Era aterradora la manera en que se había acostumbrado a tener a ese niño cerca. Antes no se imaginaba compartiendo su hogar, y ahora, el pequeño se había adueñado de cada rincón de éste. Comiendo en la misma mesa, durmiendo en la misma cama, escabulléndose en la biblioteca. Se había vuelto en alguien indispensable.

Y entonces, cuando se daba cuenta de las circunstancias, la verdadera pregunta que lo atemorizaba era: aquella extraña dependencia, ¿no acabaría por dañarlo al final?

— Papa.

— ¿Qué sucede? — El pequeño señaló hacia adelante. Un papel maltratado en el suelo.

— Basura.

Kongpob se encuclilló, recogiendo el objeto con un malestar en el estómago. ¿Quizá lo había arrastrado el viento hasta allá? Inspeccionó su alrededor, olfateando, hasta asegurarse de que no había otra persona en el área.

Al ver el papel correctamente, se estremeció.

BESTIAS CHUPASANGRE.

— ¿Qué es? — preguntó Arthit, tratando de leer, más la cabeza del mayor impidiéndoselo. Kongpob arrugó el folleto, inquietud pesando en su cuerpo.

— No es nada, bebé — Guardó el papel en su bolsillo antes de regresar su atención al pequeño — ¿Quieres escalar árboles?

— ¡Sí!

La guerra entre vampiros y humanos había acabado décadas atrás. Se creó un tratado, un ambiente de respeto y paz en el que se había acordado que vivirían separados y sin problemas, en el mismo mundo, con sus propios espacios.

La rebelión estaba estrictamente prohibida. Los humanos que antes estaban en contra de los vampiros fueron desapareciendo paulatinamente, al igual que los vampiros que deseaban apoderarse del imperio humano. No existía rivalidad ni odio.

Kongpob deseaba creer que el folleto que había encontrado era una broma, o un humano idiota de mente cerrada que acabaría tras las rejas si se atrevía a incumplir el tratado. Sólo esperaba que la guerra no volviera a generarse entre ambas especies. Ya conocía los resultados, ya había muerto demasiada gente, ya habían perdido mucho en manos enemigas.

El fuego que una vez se encendió, ya había sido apagado con sangre. Sólo quedaba rogar por la prosperidad, para que nadie avivará la llama de las brasas que, aunque negaban su existencia, seguían ahí.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora