Epílogo

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Maratón Final [9/9]

El sonido del viento arrullador sacudiendo las hojas de los árboles.

El aroma fresco del follaje por la madrugada.

Los rayos de luz que se entreveían entre las ramas.

Él inhaló hondo.

El olor atractivo de carne fresca...

- ¿Qué haces, cachorro?

Kongpob parpadeó y ocultó los colmillos sobresalientes, disipando el hambre abrasadora que anteriormente le había desorientado. Se volteó hacia la fuente de la aterciopelada voz, para ver a su madre, de rizos dorados y semblante blanquecino, quien le dedicaba una amena sonrisa.

- Estaba buscando algo para comer - respondió jugando con las puntas de sus garritas. May rió, acariciando las hebras oscuras de su pequeño.

- Estás tan grande, cachorro...

Lo estaba, para su edad. La velocidad de su crecimiento era inusual, para los humanos e incluso para los vampiros. Su naturaleza peculiar a veces hacía a Kongpob sentirse diferente, pero nada de ello importaba, estando con las personas correctas.

Tras cazar un par de conejos, el estómago de Kongpob se halló satisfecho. Los conejos siempre le habían resultado más fáciles de atrapar, sobre todo para sus pequeñas manos y para sus delgadas garritas. Además sabían bien, mejor que cualquier otra sangre, en su opinión.

El sol se puso en el horizonte, escondido entre las ramas verdes de los álamos, perdiéndose a ras del suelo terroso. La noche oscura se expandió en el cielo, bañada de estrellas y una luna que iluminaba el pelaje de los lobos que merodeaban por los alrededores.

Un lobo aulló cerca de medianoche; un sollozo parecido al de un presagio. Kongpob se sobresaltó ante el sonido y su madre rió entredientes, arropando a su hijo para ponerle a dormir. Depositó un beso en su frente antes de incorporarse a un costado de la cama.

- ¿Hoy no me leerás un cuento? - murmuró el híbrido, mirando a su madre a través de sus espesas pestañas. May se cruzó de brazos con una sonrisa divertida curvando sus rojizos labios.

- Mírate, qué mimado eres... ¿No estás muy grande para cuentos?

- No - replicó el menor, haciendo un tierno pucherito capaz de derretir el hielo. Le resultaba imposible conciliar el sueño sin uno de los relatos contados por la voz suave de su madre - Sólo uno - pidió.

May cedió casi de inmediato, como solía suceder cuando se trataba de su hijo. Le leyó uno de sus cuentos favoritos, el tercero de "De amores e ilusiones", que narraba la historia de un humano que poseía grandes riquezas, y quien eventualmente se enamoraba del panadero de un pequeño pueblo.

- ¿Yo también me voy a enamorar cuando crezca? - preguntó Kongpob, sin poder reprimir su curiosidad. May miró sus ojitos oscuros de cervatillo, aquellos que reflejaban vulnerabilidad pese a la fuerza que residía en éstos.

Por el semblante pálido de su madre cruzó una emoción similar a la compasión, algo oscuro y triste que fue difícil de ignorar. Kongpob se cuestionó si, tal vez, él no merecía ser amado de la manera en que se describía en el libro y si acaso se debía a que era diferente.

- Claro que sí, Kong - le susurró besando su sien. El tono tranquilizador cuyo objetivo era calmarle, mas que resultó en una tormenta dentro de su pecho.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora