XXXIII

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Maratón Final [6/9]

Kongpob se paró en medio de la sala de estar, intentando controlar aquel nudo en la garganta.

La casa nuevamente se hallaba vacía, sumida en el silencio. Su pecho dolía, de sólo recordar la vista de Arthit marchándose. Había esperado por horas a que regresara, mas no hubo rastro del castaño.

El deje de aroma que aún pendía en el aire removía todo en el interior de Kongpob, de la peor forma imaginable. A veces odiaba su buen olfato y su capacidad innata de percibir el aroma a Arthit aún a kilómetros. Sintió cuando abandonó el bosque, cuando se desvaneció de su alcance, sin la promesa de volver.

Se había ido.

Kongpob se mordió el labio inferior, ahogando una emoción desconocida que empezaba a instalarse en su pecho.

Jamás debió enamorarse de un humano.

Eran criaturas con principios y esperanzas, con una insana cantidad de empatía, de preocupación por el prójimo, antes que de sí mismos. Los humanos eran capaces de dejarlo todo, con tal de satisfacer su moral.

Los vampiros eran diferentes, eran seres egoístas y frívolos. Calculadores de tomo y lomo. La especie era reducida, por lo que era simplemente lógico, que intentasen prevalecer de una forma u otra, si no deseaban extinguirse con el transcurso del tiempo.

Para Kongpob, era razonable usar la lógica para guiar sus acciones. Lo que había en la ciudad era peligroso, le había advertido a Arthit y él había decidido correr el riesgo. Kongpob sabía que no era responsable de lo que le sucediera al pequeño; él era su propia persona. Kongpob carecía de motivos para ir a la ciudad. Lo que ocurriese en aquel sitio, no era de su incumbencia.

Pero irónicamente ella habría hecho lo mismo.

Cuando salió al exterior, el aroma de Arthit se intensificó. Frunció el ceño, agudizando su olfato, y reconociendo el familiar aroma que inundaba sus fosas nasales. No estaba lejos. Él había vuelto. Él estaba de regreso, una vez más. Se sintió feliz.

Kongpob agradeció la velocidad conferida por los genes de su madre. No tardó en divisar una figura a la distancia. Su expresión se apagó, sin embargo, cuando otro aroma intervino y la figura se tornó clara.

Era una mujer.

Se detuvo abruptamente frente a ella. La mujer se sobresaltó, dando un paso hacia atrás al verse a sí misma frente al híbrido. Una emoción primaria atravesó su mirada, luciendo aturdida y asustada. Kongpob la estudió con curiosidad, hasta que sus ojos dieron a parar con la bolsa plástica que la mujer traía entre las manos.

No fueron necesarias las explicaciones. Kongpob era lo suficientemente inteligente como para unir los hilos. Por lo que cuando su mano se asió en torno al cuello delgado de la muchacha, en su tono no hubo pizca de hesitación.

— ¿Dónde está?

— Yo... no sé de qué hablas...

— Arthit. Arthit Rojnapat. ¿Dónde está?

— No me mates... Por favor...

Kongpob observó cómo el pánico comenzaba a construirse en la expresión de la muchacha. Cómo hedía a miedo. Bajo cualquier otra circunstancia le habría dado lástima y la habría dejado marchar. No obstante, las circunstancias habían cambiado.

Enterró sus garras en la carne fina del cuello pálido, con la mirada fija en la cara desfigurada de la mujer, quien boqueaba desesperadamente, perdiendo el aire. Ningún sonido abandonó su boca, ni siquiera un sollozo.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora