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¿Era necesario aclarar lo poco que tardó Arthit en correrse?

Un gemido lamentable salió de su boca cuando eyaculó. La mano de Kongpob seguía apretando su miembro, enviando dulces descargas eléctricas a través de su espina dorsal, y robándole suspiros vergonzosos al deleitarse con la sensación de haber terminado.

Su rostro estaba hundido en el hombro del mayor, sus ojos aguados mojando la tela y sus dientes mordiéndola para acallar los ruiditos inhumanos que habían amenazado con escapar.

Más, quería más.

Le temblaban las piernas, le ardían las mejillas y le costaba regular su respiración. Bajo cualquier otra circunstancia, esos síntomas probablemente no habrían sido agradables. Pero ahora lo eran. Apoyado contra Kongpob, completamente a su disposición, vulnerable a las manos fuertes que sujetaban su cintura, se sentía protegido. Amaba aquel sentimiento, no se cansaba de beber de él. Lánguido, agotado por haber alcanzado la cúspide y haber caído de ésta, se dejó mimar por el vampiro hasta poder recomponerse.

Jamás había aborrecido tanto la idea de tener que separarse de su toque. Se sentía incapaz de hacerlo, como si estuvieran arrancándole la piel. Necesitaba fundirse en Kongpob, necesitaba que lo abrazara y que nunca lo soltará... Necesitaba ser su prioridad.

Era lo que más anhelaba, pese a su propia negación. Saber que aquella necesidad abrumadora no era unilateral. Que Arthit era el centro de su vida y no existía nada en el mundo que fuese más importante que eso.

Sólo muérdeme a mí. Sólo bebe de mí. Sólo tócame a mí.

No recordaba cuándo se había vuelto tan egoísta.

Extasiado, demasiado ido para prestar atención adecuadamente, escuchó un hilo de palabras atravesando a duras penas sus oídos. La voz de Kongpob siendo amortiguada por el cansancio que empezaba a aturdirlo.

Arthit se esforzó por hablar. —¿Qué dijiste?

El pelinegro suspiró hondo, una sonrisa hermosa curvando sus labios, labios tiernos y suaves que acariciaron la sien de Arthit antes de plantar un beso sobre sobre ésta. Se aclaró la garganta para continuar.

—Decía que, no puedes ser el reemplazo de mi comida.

La tranquilidad, la deliciosa sensación de haber acabado, la felicidad y la somnolencia. Todo esfumándose tan pronto su cerebro dio cabida a la racionalización y el significado de aquella frase se volvió claro.

Su tono fue ofendido. —Prefieres la sangre de un animal que la mía.

No era una pregunta. Pero si el pelinegro no se molestaba en negarla, Arthit realmente estaría enfadado. Enfadado, y quizá demasiado triste como para argumentar. Quería ser el preferido, en todo ámbito si era posible.

El vampiro evadió la suposición propuesta.

—La cantidad promedio de sangre que tiene un humano adulto, es de cinco litros. Los adultos pueden donar cerca de medio litro, no obstante, entre una donación y la otra hay un intervalo considerable de unos cuantos meses. Los conejos tienen aproximadamente ciento setenta mililitros de sangre. Tres conejos son más de medio litro.

Arthit parpadeó, apartándose del cuerpo fornido de Kongpob para verle a la cara. La confusión del menor siendo evidente en sus facciones.

— ¿Me estás dando clases de biología?

— Estoy explicándote — Sonrió, más una advertencia acompañaba su sonrisa amarga —. Si continúo bebiendo de tu sangre podrías morir. Ayer tomé una cantidad considerable y no debí haberlo hecho. Tampoco ahora. Podrías enfermar.

— Pero no quiero que — Se interrumpió, abultando su labio inferior en un puchero, y sonrojándose por lo que estaba a punto de declarar —. No quiero que bebas otra sangre que no sea la mía, Kong.

Sonaba infantil, inmaduro, casi como un ridículo niño caprichoso. Y de hecho, no estaba seguro de poder negarlo. Estaba tan acostumbrado a ser el todo de Kongpob, que no sabía cómo lidiar con tal información. No podía complacerlo, no en cuanto a sangre, y le dolía saber que el pelinegro buscaría satisfacción en algo más, cuando el líquido bebido de su cuello no fuera suficiente.

— Quiero cuidar de ti, bebé — murmuró el vampiro. Arthit odió el disfrutar esa oración — Es demasiado riesgoso utilizarte como mi fuente de alimento.

— ¿Riesgoso?

— Si me alimentó únicamente de ti, podría acabar matándote en un par de días — Los ojos del menor se ensancharon con miedo. ¿Matar? — No lo haré, porque me importas. Sin embargo, el autocontrol es difícil, así que agradecería que me ayudaras y no me ofrecieras tu lindo cuello en bandeja de nuevo.

Había cierto dejo de burla en sus palabras. Arthit se ruborizó al recordar su actitud atrevida, lo decidido que había estado cuando le ordenó al vampiro que bebiera de él, desnudando su cuello para buscar aceptación. Muérdeme. A mí. Cerró los ojos, el recuerdo haciéndose más y más mortificante con el transcurso del tiempo.

Por un lado — el lado lógico — Kongpob tenía razón. La idea era verdaderamente arriesgada. Las probabilidades de que muriera por las mordidas eran muy altas, después de todo, los vampiros eran seres manejados por la naturaleza y por los instintos de su especie. Exigirles autocontrol era inútil. Casi una hipocresía.

El que Kongpob no bebiera hasta dejarlo seco, era suficiente razón para agradecerle y para descubrir que el pelinegro no era un vampiro común. Demasiado bueno, demasiado considerado, cuando en la ciudad, los demás vampiros se vieron obligados a separarse de los humanos para no enfrentar ese tipo de tentaciones.

Sabía que podía confiar en Kongpob. Pero también sabía que podía morir a su merced si él lo deseaba. Nadie ni nada lo impediría. Tragó pesado al notarlo, siendo consciente de que su cuerpo no resistiría mucho más de lo que podía dar. La pérdida contundente de sangre le estaba empezando a pasar la cuenta, causándole un mareo que la noche anterior había pasado desapercibido, más que ahora se hacía demasiado perceptible.

En resumen, Arthit debía aprender a aceptar la dieta del vampiro, pese a no incluirlo a él. Cazaría otros animales, bebería otra sangre. Desgraciadamente no existían muchas opciones. Era eso: resignarse a ser reemplazado, o morir en el intento de demostrar su superioridad. La respuesta resultaba obvia. No obstante, la inseguridad que albergaba complicaba un poco las cosas.

— Si pudieras — inició Arthit, dubitativo. Sus dedos tamborileaban en el hombro del mayor — ¿Beberías mi sangre, para siempre? Si no muriera. Si mi sangre fuera infinita. ¿Lo harías?

No había sido su intención sonar desesperado. Por el contrario, había tratado de mantenerse compuesto a lo largo de la oración. Pero no iba a engañarse creyendo que había logrado su cometido; casi había lloriqueado, rogando desde el fondo de su corazón que Kongpob le otorgara una respuesta afirmativa.

El vampiro inhaló hondo, sus ojos lentamente tornándose rojizos bajo su atenta mirada, y Arthit pudo presenciar la dureza con la que apretó su mandíbula. — Lo haría.

Un escalofrío recorrió su columna vertebral al oírlo, grave y fuerte, directo. Le dijo exactamente lo que había anhelado escuchar, no había nada más que analizar de ello. Sin embargo, le fue inevitable cohibirse, la timidez poco común haciéndose presente y encogiéndolo hasta ser un desastre de sonrojos y latidos erráticos que quemaban su pecho.

Habló en un aliento. — Bien.

Más que bien. Porque era todo lo que necesitaba. Saber que lo prefería, saber que lo escogería si tuviera la oportunidad, por sobre todo lo demás.

Estaba siendo egoísta, estaba enterado de ello. Y probablemente aquella necesidad consumidora no era sana. Pero ser su sangre favorita era lo único a lo que podía aferrarse, era lo único que podía comprender...

Lo único que explicaba por qué Arthit deseaba tan desesperadamente ser algo más para Kongpob, algo más que un simple niño pequeño por el que debía velar y que debía cuidar; aun cuando eso implicaba que sus instintos irrevocables fueran reprimidos.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora