XXII

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Maratón [2/5]

Ver a Kongpob durmiendo desnudo a su lado se sentía... diferente.

Un agradable "diferente". En el pasado, durante aquellos años de convivencia, Arthit acostumbraba a despertar en una cama vacía. Kongpob solía madrugar, cazar y luego volver a casa para prepararle el desayuno. Por lo que nunca tuvo la oportunidad de hacer esto. De admirar a Kongpob, bajo la luz tenue que ingresaba por la ventana, mientras éste dormía plácidamente junto a él.

Las hebras azabaches caían sobre su frente. Sus bonitos labios rosados y abultados. Su mejilla derecha incrustada en la almohada. Extendió una mano con cautela, sin querer perturbar su sueño, y delineó su mandíbula con las yemas de sus dedos, deleitándose por la suavidad de su piel.

Las sábanas cubrían la mayor parte del cuerpo del pelinegro, pero no su espalda. Su espalda acanelada y fuerte, que relucía bajo los haces de luz cálida. Parecía una obra de arte. Una obra que solamente sus ojos tenían la virtud de presenciar.

Dios, Arthit no quería que acabase, quería quedarse ahí para siempre, acompañado por Kongpob, ambos encerrados en una burbuja donde la realidad no pudiese alcanzarlos. Deseaba extender aquella dulce sensación de calma y paz que su amor le otorgaba.

Pero el mundo seguía rotando sin importarle el resto y era inútil tratar de escapar de lo inevitable.

No podía ignorar el motivo por el cual se hallaba de regreso en casa, cuando aquel motivo se encontraba descansando bajo sus narices. Pese a lo mucho que había permitido postergar su conversación, era consciente de que no era correcto continuar posponiéndola.

Necesitaba hacerle saber a Kongpob lo que había descubierto en la ciudad. Aún si provocaba una reacción negativa en el contrario. Ocultarle la verdad sería injusto, por no decir cruel. Tenía la capacidad de entregarle información valiosa sobre su familia, sobre su origen, sobre su verdadero ser. Y planeaba contarle todo, aunque aquello significara arriesgar la relación forjada entre ambos.

Kongpob no tardó en despertar. Sus pestañas espesas revolotearon antes de que sus ojos se abrieran, entrecerrados para acostumbrarse a la luz. Arthit lo observó en silencio, percibiendo su mirada deambular hasta encontrarlo y sus labios curvarse en una sonrisa somnolienta, los cuales se partieron al hablar.

— Buenos días, mi amor.

Un estremecimiento recorrió a Arthit, con su cuerpo reaccionando involuntariamente a la voz ronca y el mote cariñoso que le revolvía todo por dentro. Sus mejillas se sonrojaron, y se acomodó a un costado de Kongpob para recibir los mimos mañaneros que tanto quería y que el mayor estaba totalmente dispuesto a otorgar.

— Buenos días — respondió Arthit, con su voz aterciopelada acariciando las palabras que salían de su bonito boca. La mano áspera de Kongpob acarició su cabello.

— ¿Te sientes bien?

— Mm — asintió — Cansado. Pero no duele — No tanto, quiso añadir, más se mordió la lengua para omitir ese comentario. No deseaba que Kongpob lo tratase como un muñeco frágil. Había sido lo suficientemente tierno y cuidadoso la noche anterior, no era correcto aumentar sus preocupaciones.

— Me alegro, mi amor —  Ah... Cada "mi amor" calaba en Arthit. Su corazón no podría soportar tanta dulzura — ¿Tienes hambre? Iré a hacerte el desayuno.

— No~... Sólo un ratito más — pidió, aferrándose al cuerpo fuerte y calentito de su querido híbrido. Estaba tan cómodo entre sus brazos que no quería dejarle ir — Podemos comer después

— Mm... Qué lástima. Y yo que quería comerte de desayuno — dijo lanzándole una mirada sugestiva. Arthit parpadeó y un surco surgió entremedio de sus cejas.

¡Vamp, Kong! [KongpobxArthit]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora