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Para evitar que Diego se quedase dormido, Carmen había estado dándole pellizcos y dando saltos. Eso había funcionado pero por poco tiempo. Cuando sintió la respiración tranquila de Diego, se aterró y apresuró su paso para llegar lo antes posible a la tienda. Como cuando le arrancó el insecto de la lengua a Diego, Carmen ya no pensaba como lo hacía cuando estaba en una de sus misiones. Sentía tanto medio que hacía dejado de pensar claramente. Carmen empezó a correr desesperadamente sin hacerle demasiado caso a su entorno, sin fijarse si había algún monstruo cerca, sin fijarse en si la niebla se estaba haciendo cada vez más espesa. Al llegar a la entrada sintió un gran alivio. Ni si quiera dejó a Diego para abrir la puerta, la cual estaba cerrada. Allí dentro también había una ligera niebla y, por alguna razón que nadie podía comprender, todos los juguetes que se encontraban en los estantes de abajo y podían emitir luz, las tenían encendidas.

Carmen dejó a Diego debajo del mostrador, se fijó un poco en el suelo y se dio cuenta que estaba lleno de esas aspiradoras. Ella solo tuvo que estirar su mano para agarrar una. Realmente no le dieron demasiados problemas. Es más, ni se inmutaron cuando le rompió el cuello, o lo que creía que era el cuello, y se puso allí mismo a quitarle la vesícula. Solo se movieron cuando la niebla en el interior se espesó tanto como para no ver bien a unos cuantos metros. En aquel momento se escondieron debajo de las estanterías o corrieron a meterse entre las grietas. Cuando se fueron, las luces de los juguetes se apagaron.

Diego, quien parecía estar profundamente dormido pero realmente no lo estaba (tan solo estaba con los ojos cerrados), se arrastró un poco para llegar hasta uno de los juguetes que había en los estantes bajos: un teléfono de juguete. Carmen se dio cuenta de ello y, aunque no comprendió muy bien lo que pretendía con eso, le acercó un teléfono de juguete y le quitó el envoltorio. Luego se fue a buscar un bote de plástico, uno de los que había en la entrada con caramelos dentro, para meter el interior de la vesícula del bicho.

Carmen sabía que no le quedaba mucho tiempo antes de que la niebla se volviese tan espesa que no pudiese ver y los monstruos apareciesen. Sería muy peligroso e inútil llevarse a su hermano a por el siguiente monstruo, por ello decidió dejar a su hermano debajo del mostrador y lo cubrió con un par de cajas para que fuese difícil de encontrar. Ella estaba tan aterrada que fue corriendo hasta la mitad del camino, en aquel momento se dio cuenta que si continuaba así seguramente moriría y eso implicaba que su madre y hermano también lo harían. Tomó una bocanada de aire y lo hecho lentamente intentando tranquilizar su ritmo cardiaco y su respiración. Lo que había hecho hasta el momento podría haberles costado la vida y había tenido la suerte de que no hubiese sido así. Ella sabía perfectamente que no podía contar siempre con la suerte, ya que esta se iba a acabar tarde o temprano, debía de pensar bien en su siguiente paso para poder salvarlos a todos.

Con cuidado, fue hasta la ferretería donde se encontraba aquel monstro, esta vez intentó mirar si había alguna entrada abierta y si había alguien o algo dentro. Para saber si había alguien dentro no se pegó al cristal ni uso alguna luz, ella sabía que eso podía llamar la atención del enemigo, si es que lo había, y decirles que era una humana, en el caso de que fuesen humanos, o decirles a los monstruos que había una presa fácil allí afuera. Ella prefirió alejarse, o más bien pegarse a la pared de la casa contigua, lanzar piedrecitas al cristal y esperar en silencio a escuchar la reacción en el interior. Escuchó unos pasos pesados acercarse al cristal y pudo ver a aquel grotesco ser salir de la tienda usando correctamente la puerta. No era como otros seres, los cuales lo destrozaban todo para alcanzar su objetivo. Este parecía ser inteligente. Incluso llevaba ropa, la ropa ensangrentada del dependiente de la tienda, el brazo del cual se estaba comiendo mientras salía. Por un momento, al verlo, se había sorprendido al pensar que aquellos monstruos podían tener un poco de conciencia, podía comunicarse con ellos pero al ver lo que se estaba comiendo, se dio cuento que cuanta mayor fuese su intelecto, pero sería para ellos sobrevivir.

Dentro de la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora