5

55 4 0
                                    

Desde que Emilia vio cómo su hijo, no solo tenía cardenales por todo el cuerpo, parecía no sentir dolor cuando se los tocaba. Ella estaba muy preocupada por su hijo. Sabía que su hija lo hacía por su bien, pero no quería que su hijo viese cosas tan horribles como los cadáveres medio devorados que vieron al pasar por su lado de camino a la casa. Ella le tapó los ojos la mayoría de las veces. Las veces que no pudo llegar a tiempo y su hijo vio los cadáveres, ni si quiera puso una mueca. Ella quiso hablar con su hija para que no fuese tan dura con Diego, no era un adulto, apenas era un adolescente. Pero no pudo hacerlo ya que estaba muy ocupada.

Al llegar a un piso amplio en un lugar sin tantos monstruos, Carmen dijo: "Nos marcharemos cuando yo lo diga. Sí alguien quiere irse, tienes la puerta abierta, pero yo no voy a marcharme aún". Luego de decir aquello se duchó, comió algo de lo que su madre había preparado y se metió en un cuarto a meditar cuál sería su siguiente movimiento, el cual debía ser seguro para su familia. Carmen se encerró en una habitación a la que no permitió entrar a nadie, a excepción de su madre para traerle la comida. Allí se puso a trazar una ruta segura desde donde estaban hasta la base militar. Una ruta que compartió con el grupo de militares que iban a recogerlos para que supiesen donde iban a estar en cada momento. Asimismo les dijo cuáles podrían ser sus refugios en caso de complicaciones. También les informó que llevaba un grupo de los civiles y que planeaba llevarlos ella.

Para decidir cuál iba a ser el camino tuvo en cuenta: los comentarios de bastantes personas sobre que edificios parecían tener más monstruos en su interior, cuantas personas que tenían habilidades útiles (saber sobre acampada o supervivencia, saber sobre armas, saber sobre fauna o flora...) por ese camino, cuantos supermercados u otros locales con suministros necesarios para sobrevivir unos días en el bosque (entre lo que buscaba era lugares con armas para todos y equipamiento para todos), varias baterías para los móviles...

Después de lo que les dijo, la gente se acomodó en aquel lugar a la espera de que Carmen saliese de la habitación con la ruta. Ellos estaban en aquel grupo porque sabían que ella los iba a proteger, porque era quien sabía cuál era el camino a la base militar y porque, según ellos, sin ella no podrían entrar a la base militar; por ello no iban a marcharse. Ninguno de ellos se movió de su sitio. Mientras Carmen estaba trabajando, Emilia decidió buscar por internet el documento que enseñase como hablar con señas. Cuando lo encontró, se lo pasó a su hijo. Se pusieron Emilia, Diego y Minerva a enseñarse, este para que Diego pudiese comunicarse sin tener que escribir todo el tiempo.

En un principio Emilia tan solo quería que Diego pudiese comunicarse con más gente. Por puro egoísmo, les pidió a los demás que lo aprendiesen. Ellos lo tomaron como un gesto bondadoso por parte de Emilia, ya que seguramente si hiciesen algún sonido vendrían inmediatamente a atacarlos. No les parecía una gran idea hablar. Además, querían facilitarle el trabajo a Carmen.

Emilia dejó de lado el tema por un largo periodo de tiempo y se centró en aprender el lenguaje de señas. Emilia le mandó un mensaje con el documento adjunto a Carmen para avisarla sobre lo que harían y para que ella también se pusiese a aprenderlo cuando pudiese.

Para cuando Carmen lo tuvo todo preparado y hablado con las personas que iban a prestar su casa e incorporarse al grupo, el grupo ya había aprendido bastante a hablar en el lenguaje de señas. Las señas de todo el grupo eran toscas y algunas serían fácilmente confundidas unas por otras por alguien que conociese el idioma, pero podían comunicarse mínimamente. Es más, parecía que habían desarrollado su propio lenguaje de señas al ir aprendiéndolo juntos. Carmen no había podido aprender mucho, solo lo imprescindible para dar indicaciones al grupo.

Al salir de su confinamiento, todos recogieron sus cosas sin decir nada. La propietaria dio permiso a todos para que, todo aquel que viese algo que le resultase útil en el viaje, lo cogiese sin tener que ir pidiendo permiso. Aun así todos se acercaban a decirle que le habían pillado un cuchillo o ropa. Alguno se atrevió a pedirle una silla (la quería destrozar para conseguir madera y hacer fuego para ahuyentar a los monstruos). Nada más escucharlo decir aquello Carmen fue a quitarle la idea de la cabeza dándole sus razones para no hacerlo. Aquella persona se asustó tanto de lo que podría pasarle o hacer que le pase a alguien que soltó la silla.

Dentro de la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora