Al día siguiente Liss se sentó frente al ordenador e intentó comprender una guía sobre gráficos y hojas de cálculo, pero por muchas vueltas que le diera no conseguía encontrar lo que realmente necesitaba, y acababa una y otra vez en la misma página de información. No quería hacer perder
más tiempo a las demás secretarias pidiéndoles que la ayudaran, ni quería admitir lo inepta que era ante nadie más.Sus dotes de mecanógrafa tampoco habían mejorado repentinamente desde el día anterior, como a ella le habría gustado, y no era porque el teclado fuera distinto, aunque sus dedos parecían creer que estuviera en suahili.
Era como estar atrapada en el tiempo, la misma pesadilla una y otra vez. No miró a James cuando éste salió de su despacho y le dejó unos papeles sobre la mesa. Sabía que se dirigía a una reunión y que ella tendría que pasar toda la hora de la comida tratando de arreglar el nuevo desaguisado que sin duda había cometido.
Estaba claro que la consideraba una inútil, y no podía culparlo por ello.
Intentó no desanimarse demasiado, pero si se avergonzo cuando pasaron delante de ella Katie y otra secretaria y la vieron atada al ordenador, completamente inundada. Liss se sintió incómoda al ver sus sonrisas, pues sabía que estaban riéndose de ella: la princesa estaba intentando tener un trabajo de verdad y estaba fracasando estrepitosamente. A ella no le gustaba fallar y menos aún le gustaba hacerlo delante de testigos. Además, aquella era su última oportunidad.
Por alguna razón no conseguía hacerlo bien; cada vez que pensaba que iba por el buen camino, surgía algún problema y parecía que, cuanto más lo intentaba, peor le iba todo. No era así como debían ser las cosas.
Se le pasó por la cabeza rendirse, llamar a Alex y suplicarle que se apiadara de ella..., prometerle que si dejaba que volviera a casa, viviría como una monja. Pero sabía que su hermano no se lo permitiría. No quería que estuviera allí; nadie de su familia quería que volviera. Tenía que
demostrarles que podía hacerlo, pero para eso tendría que mantener los ojos bien abiertos y centrarse por completo en el trabajo. Sólo podía pensar en James de un modo completamente profesional; era su jefe y nada más.La mala suerte quiso que el entrara Justo en el momento en que acababa de apartar la silla del escritorio para descansar unos segundos. Se había quitado las sandalias y estaba estirando las piernas y los pies en el aire. La tarde se presentaba interminable y se moría de ganas de llegar a su apartamento y cambiarse de ropa para salir. Había un bar nuevo en la zona más de moda de la ciudad y la habían invitado a la inauguración.
Quería ponerse guapa, bailar y, más que ninguna otra cosa, quería quitarse de encima la frustración que le provocaba pasarse el día sentada delante del ordenador. no se ruborizaba tanto; siempre había sabido controlar sus emociones, pero debía de ser la décima vez que le pasaba en los últimos dos días. El motivo del rubor no era otro que la vergüenza de que su jefe la hubiera sorprendido tomándose un descanso; no tenía nada que ver con el modo en que su mirada se había entretenido observándole las piernas.
La incomodidad de Liss aumentó al ver que James no se detenía a una distancia prudencial, sino que seguía avanzando hasta apoyar las manos en su escritorio, delante de ella y sin dejar de mirarla ni un momento. Y no se molestó en ocultar su cinismo.
-¿Para ti tiene algún sentido la expresión «trabajar duro»? -a sus labios asomó una irónica sonrisa-. En la cama también eres así? ¿Te gusta quedarte de brazos cruzados y dejar que el otro haga todo el trabajo?
Liss levantó la cara, atónita, y miró a la profundidad de aquellos ojos castaños en los que encontró un brillo desafiante. Entonces él le agarró la mano y le miró las uñas.
-No tendrás miedo de ensuciarte las manos, verdad, princesa?
Ella sintió una especie de descarga eléctrica que fue de los dedos al corazón e hizo que apartara la mano de la de él. Intentó buscar alguna respuesta, pero lo único que aparecía en su mente una y otra vez fue la palabra «cama». El aire se había cargado de energía y la tentación era
casi irresistible. Liss se preguntó qué tendría que hacer para que aquel brillo de sus ojos se convirtiera en una verdadera llama, qué podría hacer para empujarlo a la acción. Lo miró durante un largo rato y vio cómo él también acababa echándose atrás. Aquello no estaba bien.A pesar del deseo, Liss sabía que debía recordar cuáles eras sus prioridades. No iba a poner en peligro su futuro convirtiéndose en una de ésas con las que James salía sólo tres veces, ni iba a acabar con la credibilidad que tanto trabajo le estaba costando conseguir coqueteando con su jefe.
Así pues, reunió toda la dignidad que pudo para desterrar el rubor de sus mejillas.
-Le llevaré los documentos dentro de un minuto. Sólo tengo que imprimirlos y revisarlos
El levantó las manos del escritorio. De sus ojos desapareció ese brillo peligroso y lo sustituyó algo parecido al respeto. Volvía a mostrarse reservado.
-Muy bien -dijo, y se metió en su de acho.
Liss se quedó inmóvil durante unos segundos. Había conseguido sortear una situación de peligro, ¿entonces por qué tenía aquella estúpida
sensación de decepción?Contó hasta cien y después le llevó el horario que le había preparado con todas las reuniones que le había concertado para la semana siguiente. La media sonrisa de James desapareció nada más ver el programa, momento en el que a Liss se le aceleró el corazón al pensar que había vuelto a meter la pata.
-Sabes, princesa... -comenzó a decir con un claro tono de burla-, admito que tengo muchas habilidades, pero la capacidad de estar en dos lugares al mismo tiempo no es una de ellas.
Entonces fue ella la que frunció el ceño.
-¿Qué quiere decir?
-Lunes, tres de la tarde... tengo que estar aquí para una videoconferencia y también en el auditorio para asistir a una presentación. ¿Cómo crees que voy a hacerlo?
Liss miró el papel y lo leyó a pesar de estar del revés. Ay, no.
-Escucha, prin...
No quería que lo dijera, no quería que también él perdiera las esperanzas. Por fin sabía cuáles eran sus planes y sus prioridades. Por eso lo interrumpió.
-Lo arreglaré ahora mismo dijo y le quitó el papel de las manos. Menos mal que aún no se lo había enviado al resto de asistentes a las reuniones.
James la miró con frialdad, como si tratara de colarse en los pensamientos de Liss sin revelar los suyos. Hubo un tenso silencio. Entonces él asintió y ella salió de allí tan rápido como pudo.
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La princesa y su jefe
RomanceA la princesa Lissa Karedes, conocida por su afición a las fiestas, la habían enviado a Australia para que aprendiera lo que significaba trabajar de verdad. Sin embargo, el millonario James Black, su atractivo jefe, tenía otras ideas en mente. No pe...