Capítulo 2 (parte 3)

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James no sabía que necesitaba más, Si una bocanada de aire fresco o un buen trago de su copa.

Ella se alejó entre la gente, pero no desapareció; una mujer como ella jamás podría desaparecer. James sintió una profunda rabia, no quería ser uno más de sus juguetes. Y eso que había creído que no se fiaba de el...; ahora sabía que era mucho más atrevida de lo que parecía. De nada iba a servir hacer caso omiso de la atracción que existía entre ellos; era preferible aprovecharla. Pero tendría que tener cuidado. Sólo con tocarle la mano había sentido una verdadera descarga de deseo en el centro de su sexualidad. Lo que sí sabía era que iba a tener que besarla. Pronto.

Estaba acostumbrado a dirigir asuntos importantes, sin duda podría dirigir también aquella situación...

«Estúpida, estúpida, estúpida». El corazón de Liss tardó por lo menos media hora en volver a latir con normalidad después de coquetear tan
descaradamente con James. Quizá de no ser tan joven y tan sana, habría sufrido un ataque cardiaco. Estaba claro que no debía acercarse más a el, pero también estaba claro que deseaba hacerlo.

Nunca antes lo había visto vestido de esmoquin, y lo cierto era que su imagen le había causado un gran impacto. Eso no quería decir que fuera la personificación de la belleza masculina. LIss había visto hombres más guapos, pero desde luego era más atractivo que cualquier modelo de los muchos que había conocido en París.

Tenía rasgos marcados, una altura por encima de la media y los hombros tan anchos que a ella le flaqueaban las rodillas. Pero lo más impresionante era su actitud, su modo de moverse. Había gente que, con sólo entrar en un lugar, conseguía que todo el mundo los mirara y escuchara lo que decían..., una especie de magnetismo.

James Black tenía ese magnetismo.

Al verlo enfundado en su esmoquin, Liss se había quedado sin aliento y quizá por eso su cerebro, completamente inmovilizado, le había permito cometer una estupidez. Sus labios nunca podrían perdonarla por haberlos privado de algo que deseaban tanto y de lo que habían estado tan cerca. Al acercarse a él, aquella boca seductora y tentadora, había podido percibir su aroma masculino, un aroma fresco y limpio. No había nada más agradable que un hombre que oliera a jabón. En ese momento no pudo evitar imaginárselo cubierto tan sólo de jabón y agua caliente, nada más.

-No crees, Liss?

-¿Qué? -aquella pregunta que apenas había escuchado la sacó de golpe de su ensoñación y se dio cuenta de que debía dejar las fantasías eróticas para otro momento y otro lugar. O mejor aún, debía dejarlas para siempre.

«ldiota». No podía creer que se hubiera dejado llevar por semejante impulso. En el trabajo había conseguido contenerse e incluso mantenerse digna, pero acababa de tirarlo todo por la borda.

Lo único que tenía que hacer era cumplir con sus obligaciones laborales y pasárselo bien por
las noches sin hacer ninguna locura, nada que pudiera molestar a su familia.

Así pues, se concentró en la fiesta y trató de conocer gente. Los años que había pasado en París le habían enseñado que en las fiestas no se trataba unicamente de pasárselo bien una misma, que era mucho más divertido cuando todo el mundo lo pasaba bien. Y había descubierto también que la curiosidad natural que le despertaba la gente resultaba muy útil. Pero por quien sentía más curiosidad era por James.

Se mantuvo alejada de él, aunque sí lo miró más de una vez.. y más de dos. Mientras, él escuchaba a las personas con las que estaba y parecía hacerlo con verdadero interés. Dios, lo tenía todo.

La vio moverse por la pista con una copa en la mano de la que tomaba pequeños sorbos, lo que quería decir que el brillo de sus ojos no era producto del alcohol ni de ningún otro estimulante artificial. Recordaba el nombre de todo el mundo y los presentaba los unos a los otros aportando algún tipo de dato que pudiera resultar interesante. Dedicaba tiempo a escuchar a todos los que se acercaban a ella, incluyendo aquellos que sin duda lo hacían fascinados por estar con una princesa de verdad. Desde luego, se movía como pez en el agua.

Cualquiera habría dicho que era la anfitriona de la fiesta y que llevaba en Sidney toda la vida, cuando lo cierto era que a la mayoría de la gente la había conocido aquella misma noche.

James sentía su cuerpo lleno de energía, una energía que necesitaba soltar de algún modo. Ella lo había encendido para luego dejarlo solo,a punto de explotar. Tarde o temprano iba a hacérselo pagar, pero por el momento se mantendría alejado. Habían llegado algunos paparazzi y lo
último que deseaba era aparecer como acompañante suyo en los periódicos del día siguiente. Así pues, se limitó a observar y a arder de deseo.

Ahora comprendía por qué le gustaban las fiestas; porque se le daban muy bien. Y eso le hizo pensar que a la mayoría de la gente le gustaba hacer aquello que se les daba bien y que quizá a Liss le fuera mejor si buscaba un trabajo para el que tuviera ciertas habilidades. El que intentara convertirse en secretaria era como si una jirafa intentara patinar, era pedir un imposible. Pero debía reconocer que al menos estaba esforzándose.

Al final de la fiesta, cuando ya se disponía a marcharse, no pudo resistirse a acercarse a ella, del mismo modo polilla podía evitar que una no acercarse a la luz.

-¿Quieres que te cambie la copa? Esa apenas la has tocado y debe de estar caliente.

Liss se giró hacia él, apartándose del grupo con el que estaba.

-Ya me terminaré todas las botellas más tardes-respondió, tratando de mantener un tono distendido, sin peligro.

-Entonces empiezas la noche siendo la perfecta anfitriona y luego te entregas al desenfreno...

-Es difícil cambiar de costumbres.

-Tendré que buscarte más tarde. Me gustaría ver lo desenfrenada que puedes llegar a ser.

Ahí estaba otra vez la tentación.

-Eso será pasada la medianoche, demasiado tarde para ti, supongo.

-¿Hasta qué hora sueles quedarte?

-Hasta que quiero.

James sonrió.

-¿Podrás estar fresca y despierta mañana en el trabajo después de tanta fiesta?

Liss se quedó inmóvil un instante. Debería haberlo previsto.

-Mi vida social no tiene la menor repercusión en mi trabajo.

-De verdad?

-Desde luego -lo miró a los ojos y añadió intencionadamente-: Son dos cosas que mantengo completamente separadas.

-¿En serio? -repitió él con una sonrisa malévola que ni siquiera intentó disimular.

No podía culparlo por mostrarse tan sarcástico, había sido ella la que había empezado provocándole con ese amago de beso. Sin embargo, se arrepentía de haberlo hecho, no porque había sido muy emocionante provocar ese brillo de deseo en su mirada. Le resultaba divertido fingir por un momento que tenía poder y que él bailaba al son que ella eligiera... O casi. Sin duda había querido hacerlo.

Una vez conseguido eso, podía olvidarse del tema.

Así que lo miró y habló en tono más frío y profesional.

-Hasta mañana.

-Estarás sola, princesa. Mañana es sábado.

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Uhlala mi amor

Jjjjj

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La princesa y su jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora