Capítulo 13

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Liss pasó toda la mañana supervisando todos los detalles de la decoración. Fueron necesarias varias horas para colgar los tapices, pero las luces ya estaban en su sitio, el chef y su equipo trabajaban a un ritmo vertiginoso, pero divirtiéndose. Parecía imposible, pero todo estaba saliendo bien. El DJ había acudido puntual a la cita y había instalado el equipo, Liss sólo podía cruzar los dedos y esperar.

Tino fue a llevarle el vestido poco después de comer. Nada más ponérselo, Liss se sorprendió de lo bien que le quedaba a pesar de que el diseñador había trabajado únicamente con sus medidas, sin realizarle ninguna prueba previa. Era un traje precioso.

-Tienes mucho talento -le dijo, mirándose al espejo-. En cuanto pueda te encargaré algo más, pero estoy segura de que voy a ser la primera de una larga lista. ¿De dónde has sacado esta tela?

-De Bahréin. Me costó una fortuna y no me había atrevido a cortarla -le confesó el diseñador con evidente nerviosismo-. Pero creo que no ha quedado nada mal. Es bonito, ¿no?

-Es muy suave -la seda le acariciaba la piel.

Tan delicada y frágil como se sentía ella por dentro. ¿Qué tal están los camareros?

-Guapísimos -respondió con certeza-. Stella está supervisando el maquillaje y los peinados.

Liss consiguió esbozar una sonrisa. Aún tenía miedo de haberse equivocado, pero si debía guiarse por el resultado del vestido, parecía que estaba a salvo.

-Te agradezco mucho todo lo que has hecho.

Tino dio un paso atrás y la observó con gesto
profesional.

-Los va a dejar boquiabiertos.

Liss sonrió de nuevo y esperó que tuviera razón. Aunque sólo había una persona a la que quería dejar boquiabierta.

-Tú lo has diseñado.

-Pero no habría sido lo mismo sin una figura como la suya. Gracias por la oportunidad, Alteza.

Tino se dio media vuelta mientras Liss se quitaba el vestido y se ponía una bata.

-Gracias. Me has ayudado mucho más de lo que crees.

Después de colgar el vestido, lo acompañó a la puerta de su dormitorio y se quedaron charlando un momento, Liss apoyada en el marco de la puerta.

-Me encargaré de decirles a todos los periodistas quién es el diseñador de mi vestido.

-Genial.

-Disfruta de la fiesta.

-Lo mismo digo, Alteza. Descanse un poco. No he creado ese vestido para que lo lleve alguien con ojeras.

Cómo no, James tuvo que aparecer justo en ese momento. Llevaba puesto un traje muy elegante, pero cualquiera diría que se había enfrentado a un vendaval; tenía la corbata torcida, el pelo alborotado, los ojos rojos y sombra de barba en la cara.

Liss se quedó helada al darse cuenta de que sólo llevaba puesta una bata. Se sintió más desnuda de lo que había estado nunca delante de él. Pero, a pesar de su vulnerabilidad, él no la veía... no como era realmente. Tampoco vio inocencia alguna en ella, ni en la situación.

No había que ser muy listo para darse cuenta
de lo que estaba pensando; lo peor, como siempre. Lo único que veía era una chica superficial, incapaz de ofrecer más que un rato de diversión, algo que le ofrecía a cualquiera. No importaba lo que ocurriera aquella noche, lo bien que saliera el baile; él nunca la vería como realmente era. Los miró de arriba abajo antes de pasar junto a ellos, fue directo a su dormitorio y cerró la puerta de un portazo.

Tino la miró enarcando ambas cejas.

-Lo siento -dijo Liss, pero no le dio ninguna excusa. Simplemente se despidió de él lo más cordialmente posible.

Ya había cerrado la puerta cuando James apareció de nuevo.

-¿Quién era ése?

-¿Por qué?

-Por curiosidad.

Liss fue hacia él con paso firme, algo que no encajaba con los latidos desesperados de su corazón.

-Tú no confías en mí, ¿verdad, James?

Silencio. Liss sintió la amarga decepción en todo el cuerpo. En sus ojos enrojecidos vio que no podría escucharla y ella estaba demasiado herida y demasiado cansada como para intentar hacerlo entrar en razón. Pero sí le dijo un par de cosas.

-Sólo ves lo que quieres ver, y eso estropea lo que hay entre nosotros. ¿Es eso lo que quieres?

No podía confiar en ella, se negaba a hacerlo.

Liss no lo comprendía, ¿qué había hecho para que dudara de ella de esa manera? Todos sus sueños y esperanzas murieron en ese momento. Si no podía confiar en ella, jamás podría amarla.

-No quiero nada de ti -le dijo mirándola con furia durante unos segundos antes de volver al dormitorio y cerrar de nuevo de un portazo.

Esa vez el portazo fue más tuerte.

Liss se metió en su dormitorio en silencio. Se apretó el estómago con el puño, como si tratara de detener la hemorragia.

Finalmente, después de respirar hondo varias veces, consiguió transformar el dolor en frío acero. Por mucho que dijera que no quería nada de ella, Liss sabía que no era cierto. Aún seguía deseándola, aunque se negara a ver todo lo que era en realidad. Ella no era sólo un divertimento. Era mucho más que eso, aunque James no lo reconociera. Se dijo a sí misma que no debía importarle lo que él pensara. Sabía que era imposible, pero iba a intentarlo de todos modos.

Esa noche iba a mostrarse orgullosa de lo que había conseguido, con la cabeza bien alta. Le gustase o no a James Black.

Bajo el agua caliente de la ducha se permitió un momento, sólo uno, de debilidad; dejó que las lágrimas le cayeran por la cara y sintió el dolor que le atenazaba la garganta y el estómago. Durante ese instante se permitió sentir el corazón roto.

Después volvió a cerrar la herida y deseó no haber descubierto nunca que se podía sentir tanto dolor. Se secó las lágrimas y apartó todos los pensamientos de su mente. No iba a aparecer en el baile con los ojos rojos. Ningún hombre se merecía tanto.

James pasó toda la tarde lejos del hotel. El director se encargaría de enseñárselo todo a la prensa. Él sólo tenía que aparecer para la fiesta.

No conseguía dejar de sentir rabia, rabia y dolor. Querría haber gritado y que ella le hubiese gritado a él, que le hubiese confesado sus andanzas de la noche anterior, pero Liss se había negado, quizá porque era culpable. Sin embargo, era él quien se sentía culpable. Liss le había hecho sentir que era él el que había obrado mal. Muy típico de las mujeres, retorcer las cosas hasta salirse con la suya.

Él sólo quería saber la verdad.

Miró la hora y se dio cuenta de que tenía que darse prisa si quería llegar a tiempo. No había hecho ni la mitad de las cosas que se había propuesto. Había intentado concentrarse en el trabajo, pero le había resultado completamente imposible.

Se afeitó con rapidez y se puso el esmoquin nada más salir de là ducha, aún con el pelo mojado. Se miró al espejo para comprobar que todo estaba en orden y, por primera vez en toda la semana, no se molestó en meterse un preservativo o más en el bolsillo. Aquella locura se había terminado.

Al salir al salón recordó la escena de esa tarde; el tipo en vaqueros y con aspecto cansado, como si hubiera estado despierto toda la noche. Ella también se había pasado la noche en vela, pensó James con profundo dolor, pero no entre sus brazos.

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La princesa y su jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora