James no se arrepentiría. Pasaría el resto de su vida felicitándose por haber tomado la decisión de encargarle la tarea de organizar la fiesta. Liss ya podía imaginárselo todo, sería un éxito del que se hablaría durante años, un acontecimiento fabuloso y elegante cuyas invitaciones valdrían más que los inusuales diamantes rosas de Calista.
Además, iba a celebrarse en Aristo. Por fin podría ver a Cassie, pensó Liss con una impaciencia agridulce. Había estado allí para acudir al funeral de su padre, el rey, pero había vuelto a irse antes de tener tiempo de parpadear siquiera, por lo que mucho menos había podido intentar ponerse en contacto con su vieja amiga. Tenían
muchas cosas que celebrar ahora que Seb la había encontrado a ella y al hijo que tenían en común. Liss aún no podía creer que tenía un sobrino, ni que su amiga hubiera pasado tantas
penurias. Le daba mucha rabia no haber podido verlos todavía. La velocidad con que la habían echado de Aristo aún le resultaba dolorosa, pero si organizaba una gran fiesta, quizá pudiera demostrarles por fin de lo que era capaz, y quizá entonces permitieran que se quedara allí.Echó a un lado aquel caos de emociones y decidió empezar con la diversión. Las invitaciones debían ser algo especial, algo que diera una pista
del estilo del acontecimiento y que creara expectación entre los invitados. Necesitaba además a los invitados mas distinguidos. Tardo apenas un instante en hacer una lista de los dignatarios y personalidades de Aristo que atraerían a una multitud y convertirían la fiesta en un acontecimiento de elite.Echó un vistazo al archivo que le había mencionado James y decidió cambiar casi todo lo que allí había. Dos semanas no era el tiempo suficiente para hacer todo lo que habria deseado, pero sabia que podría arreglárselas. Buscó ideas en Internet y prefirió no fijarse siquiera en la rapidez con que la nueva secretaria temporal que habían contratado para sustituirla había comprendido el sistema de telefonía.
Si James quería lo mejor, ella iba a dárselo. La mejor comida, los mejores vinos, la mejor decoración..., opulencia absoluta. En una ciudad
llena de excesos y de riqueza, tendría que ser algo muy especial para conseguir impresionar a la alta sociedad de Aristo.James se mostró sorprendentemente confiado con su capacidad de organizar todo aquello. La dejo toda la mañana a su aire y Liss estaba encantada porque quería mantener en secreto todo lo que pudiera para causar el máximo impacto la noche en cuestión. Y la persona a la que más deseaba impresionar era a el. Deseaba borrar de una vez por todas de su cara ese gesto sarcástico. Deseaba que volviera a mostrarse amable, como
el primer día, cuando había salido de su despacho esperando ver a su secretaria de siempre.A quién pretendía engañar? Lo que realmente deseaba era... el, nada más.Y sabia que eso no era una buena idea.
Lo vio salir a comer y, en cuanto hubo desaparecido, se fue ella también. Cerca de la oficina había algunas boutiques que visitaba asiduamente, incluyendo una maravillosa zapatería en la que había varios modelos a los que les tenía echado el ojo. Aquél era un buen día, un día digno de celebración y había un par de zapatos en concreto que se ganó su atención especialmente. La tentación era demasiado fuerte, por lo que tuvo que probárselos y, una vez se los probó, por supuesto, tuvo que comprárselos. Entregó la tarjeta de crédito cruzando los dedos para aún no haber alcanzado el límite. Afortunadamente, no fue así y pudo salir de la tienda con aquellos magníficos tacones de aguja enfundados en los pies, como habría hecho cualquier gran amante de los zapatos.
Se rió de su locura, pero lo cierto era que irse de compras era una terapia muy efectiva contra cualquier otro tipo de deseo; del que una conseguía olvidarse, al menos de manera temporal.
Por culpa del capricho volvió a la oficina un poco más tarde de lo previsto y se encontró con James en la puerta del edificio.
Su jefe observó la bolsa que llevaba en la mano y luego la miró a los pies.
-¿Se puede saber que te pasa con los zapatos? -dijo con un curioso brillo en los ojos-. Son ridículos.
-No es cierto -eran maravillosos, se sentía atraído por estupenda con ellos puestos. Y sexy.
-Con eso no se puede estar de pie más de cinco minutos.
-Con «esto», puedo hace Cualquier cosa -replicó ella enfáticamente.
El enarcó una ceja y el brillo de su mirada se volvió malévolo.
-¿Cualquier cosa? Entonces te echo una carrera, a ver quién sube antes las escaleras.
Liss levantó la cara, sintiendo ya la descarga de adrenalina.
-Deberías saber que soy muy rápida.
-Te creo -respondió James, sonriente.
Se colocaron en sus puestos mientras Liss trataba de controlar la necesidad de justificarse ante él.
-Preparados..., listos... YA! -exclamó ella y echó a correr, pero se dio cuenta de que él no se había movido-. ¿Por que no sales?
-Te estoy dando ventaja. Esos zapatos son un verdadero obstáculo.
-Será para ti.
Liss corrió rauda y veloz, pero James empezó subiendo los escalones de tres en tres, mientras que ella tenía que hacerlo de uno en uno por miedo a romperse un tobillo.
Obviamente, no pasó mucho tiempo antes de que él la hubiera adelantado, momento en el que se detuvo en el primer descansillo.
-Admítelo, estarías mejor descalza -le dijo con gesto burlón.
-Los zapatos son parte de mi forma de expresarme.
-Hermosos, decorativos y completamente inadecuados para hacer algo práctico.
Sabía que ya estaba ruborizada y la frustración no hizo sino empeorar la situación.
-Prefiero pensar que son distintos, peligrosos y muy atractivos.
El sonrió.
-Mucho -convino-. Pero sigo pensando que estarías mejor descalza.
Al llegar adonde él se encontraba, James fue hacía ella. Liss se echó hacia atrás cuanto pudo, hasta quedar contra la pared.
-¿Qué haces?-dijo, lamentándose de que diera la impresión de que le faltaba el aire.
-He ganado y quiero mi premio.
Vaya, ahora sí le faltaba el aire.
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Uyyyyyyyyy
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La princesa y su jefe
RomanceA la princesa Lissa Karedes, conocida por su afición a las fiestas, la habían enviado a Australia para que aprendiera lo que significaba trabajar de verdad. Sin embargo, el millonario James Black, su atractivo jefe, tenía otras ideas en mente. No pe...