Liss miraría la foto en cuanto pudiera, pero en privado. No dijo nada, pues prefería no saber lo que pensaba Katie.
-¿Qué tal va la organización de la fiesta? -le preguntó entonces la recepcionista-. Es una suerte que te haya encargado hacerlo.
Estaba claro lo que estaba dando a entender.
Liss se puso alerta de inmediato. Estupendo, ahora Katie, y probablemente el resto de empleados, creían que había conseguido aquel trabajo porque tenía una aventura con el jefe. De nada serviría negarlo, pues los demás creerían lo que quisieran creer, la verdad no importaba. Cuando había que elegir entre la reputación de alguien o la realidad, la gente siempre elegía la opción más jugosa.
-Supongo que me pidió que lo hiciera porque conozco bien Aristo.
-Sí -asintió Katie con evidente escepticismo-. Supongo.
En cuanto se hubo marchado, Liss buscó la foto en los periódicos. Aparecían de perfil, mirándose a la cara. Como bien había dicho Katie, era una mirada intensa.
Así iba a ser muy difícil controlar los rumores, lo que le dio aún más motivos para mantener las distancias. Era una lástima porque, a pesar de lo que le había dicho el viernes, el sábado se ha-
empezado a hablar y no estaba dispuesta a poner en peligro su trabajo. Quería hacerlo bien, por sí misma, y quería que se lo reconocieran. Tendría que luchar contra aquella atracción con uñas y dientes.A la hora de comer James aún no había aparecido. A media tarde, Liss se decidió a llamar a Katie.
-¿Sabes dónde está James?
-En Melbourne -respondió con cierta sequedad-. ¿No lo sabías?
-No -quizá eso sirviera para que la creyera con respecto al trabajo. Sólo esperaba que no hubiera notado su decepción. Por eso no se atrevió a preguntarle cuándo volvería, pues no quería que Katie malinterpretara su interés.
Durante los días siguientes Liss se vio envuelta en una avalancha de trabajo y de cierto pánico. Le había enviado un correo electrónico a Cassie por medio de Sebastian para comunicarle las fe- chas de su viaje. Cassie no iba a ir al baile, pues no querían verse expuestos a los chismorreos de la alta sociedad de Aristo en medio del alboroto que rodeaba la abdicación de Sebastian. Tampoco iría el resto de su familia; Alex seguía tratando de encontrar el diamante perdido y la sucesión de la corona era aún un tema incierto. Así pues, ella sería el único miembro de la familia real presente en la fiesta. Lo comprendía, pero lo cierto era que le habría encantado poder ver una
cara conocida y que alguien fuera testigo del éxito del evento. No iba a poder ser. Con un poco de suerte, podría ver a Cassie algún día después de la fiesta.Así pues, siguió trabajando, ultimando todos los detalles, comprobando una y otra vez que todo estaba tal y como lo había planeado, para que el resultado fuera perfecto. Cada día que pasaba estaba más nerviosa e impaciente, hasta que apenas pudo pegar ojo ni probar bocado. Lo echaba de menos. Todos los días llegaba a trabajar con la esperanza de que hubiera vuelto y tenía que hacer frente a la decepción de comprobar que no era así. Después volvía a albergar esperanzas de que apareciera durante el día. Estaba hecha un manojo de nervios y se dio cuenta de que tenía que encontrar una manera de relajarse. No tardó en volver a su actividad preferida para descargar tensiones: salir a bailar.
Después de ver la foto en la que aparecían los dos juntos en la fiesta de la galería de arte, James había retrasado el regreso a Sidney hasta la tarde antes del viaje a Aristo. No confiaba en tener las fuerzas necesarias para no caer en la tentación y no quería correr el riesgo de que algún paparazzi los fotografiara juntos de nuevo. Una segunda foto daría lugar a muchas especulaciones, la prensa lo exageraría todo.
Tal y como estaban las cosas, sabía que en la oficina habría ya miradas de curiosidad. Se dijo a sí mismo que podría hacerles frente, pero sólo si contaba con ciertas condiciones, la más importante de las cuales era poder proteger su intimidad. No quería volver a sentir la humillación que había experimentado al darse cuenta de que todo el mundo estaba al corriente de la traición de Jenny. Si tenía que pasar algo, pasaría, pero nadie lo sabría. Hasta entonces, lo mejor era mantenerse alejado.
Después de aterrizar en Sidney, llegó a la oficina cuando todo el mundo se había marchado ya. James sabía que no podría aguantar una noche más sin verla, así que fue a buscarla a los locales de moda... Finalmente la encontró en la pista de baile de uno de ellos.
Mientras observaba sus movimientos desde una especie de balcón que había sobre la pista, tuvo que esforzarse en controlar la primitiva reacción de su cuerpo. Le dolía la mandíbula de tanto apretar los dientes. No podía pensar en otra cosa que no fuera en aquel beso, sus manos ansiaban volver a tocarla. Había tenido la certeza de que sería un buen beso, pero jamás habría imaginado algo tan explosivo, tan ardiente, y por eso se negaba a creer que para ella hubiera sido «sólo un beso». El modo en que lo había mirado, los movimientos de su cuerpo, la manera en la que se sonrojaba cada vez que se acercaba a ella desmentían sus palabras. Liss estaba tan enganchada como él.
Estaba harto de sentir aquella aprensión. El deseo se había apoderado de él, la necesidad de estrecharla en sus brazos era tan acuciante que sabía que no podía seguir luchando.
Miró a su alrededor. Había muchos otros hombres observándola. Estaba bailando con un grupo de chicas, todas ellas muy atractivas, pero era a Liss a la que todo el mundo miraba, a la que muchos deseaban.
Sabía perfectamente en lo que se estaba metiendo, pero no iba a permitir que las emociones interviniesen; sería algo puramente físico. Sólo necesitaba apagar aquel fuego, para lo cual bastaría un encuentro... Después todo habría acabado.
Sería muy distinto a lo de Jenny, ahora tenía los ojos bien abiertos y sabía que no podía confiar en Liss. Tampoco ella saldría herida; se buscaría un nuevo pretendiente sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo. Apretó los dientes de nuevo para controlar la rabia que le había provocado dicha idea. Dios, tenía que controlarse. Decidió que la única manera de hacerlo sería darle una experiencia que Liss jamás podría olvidar, asegurarse de que fuera tan increíble que no pudiera volver a disfrutar tanto con ningún otro. Porque habría otros. Sólo era cuestión de tiempo. Para las mujeres como Liss, un amante nunca era suficiente.
Siguió viéndola bailar un rato, hasta que ya no aguanto más y salió de allí sin hablar con nadie. Al día siguiente viajarían a Aristo. Los dos solos. Nadie los vería, en el avión no habría fotógrafos. Sólo ellos dos. Sería el momento de responder con fuego al fuego.
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La princesa y su jefe
RomanceA la princesa Lissa Karedes, conocida por su afición a las fiestas, la habían enviado a Australia para que aprendiera lo que significaba trabajar de verdad. Sin embargo, el millonario James Black, su atractivo jefe, tenía otras ideas en mente. No pe...