Capítulo 6

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James apenas pegó ojo aquella noche. Al día siguiente su estado de ánimo, gruñón y aturdido, no mejoró cuando pensó en lo sucedido en la fiesta. Debería ponerse a trabajar, concentrarse en hacer aquellas llamadas a Europa en lugar de dejarse llevar por recuerdos desagradables. De pronto le habían venido a la cabeza unas palabras de su madre.

-Sabes que quiero mucho a tu padre -había dicho con tono suplicante.

Él había echado a andar.

-Sabes que te quiero...

Entonces James había empezado a correr. «Seguro, madre. ¿En que diccionario miraste el significado de la palabra amor?» Era evidente que la familia y la lealtad no significaban nada para ella.

Se levantó de la cama y se fue al gimnasio, pero tampoco entonces pudo dejar de pensar. En su mente se mezclaban la rabia у el dolor que le había ocasionado la pérdida y la traición. La humillación de descubrir el engaño y de ser el último en enterarse.

Lo había engañado su madre. Y Jenny. Liss estaba cortada con el mismo patrón: una mujer siempre necesitada de atención, para la que un hombre nunca sería suficiente. Se lo advirtió a sí mismo y, sin embargo, no podía mantenerse ale- jado de ella. El impulso de estar cerca de ella era demasiado intenso y lo cierto era que, aunque lo que había dicho la noche anterior era verdad, se sentía culpable.

Liss abrió la puerta y no pudo ocultar la sor-presa que sintió al verlo. Lo miró de arriba abajo un par de veces y consiguió hacer que James se sintiera incómodo. Se dio cuenta de que no se había afeitado antes de ducharse.

-¿Vas a ir a Atlanta House hoy también? -era una especie de disculpa, pero en el fondo esperaba que Liss dijera que no, pues estaba seguro de que sólo «hacía caridad» cuando no tenía nada mejor que hacer, o cuando sabía que tendría público.

-Sí, pero...

-Yo te llevo.

-Puedo ir sola.

-Yo te llevo -insistió, satisfecho con ella por- que fuera a ir y consigo mismo por haber llegado a tiempo a su casa-.¿Tienes que llevar algo?

Liss señaló una maleta negra que había junto a la puerta. James enarcó las cejas al ver lo gran- de que era.

-¿Qué llevas ahí dentro? -preguntó al tiempo que la levantaba.

-Cosas de chicas -respondió ella sin mirarlo.

Quería hacerla sonreír.

-¿Cómo qué? ¿Películas, palomitas de maíz?

-En realidad son utensilios de pedicura.

James se quedó callado y la miró con una ligera sonrisa en los labios.

-En las últimas etapas del embarazo las chicas están tan grandes que ni siquiera llegan a arreglarse las uñas de los pies.

Lo cierto era que jamás lo había pensado y no estaba seguro de querer hacerlo.

-¿Vas a hacérselo tú?

La idea de Liss de rodillas cuidándole los pies a alguien le resultaba tan difícil de imaginar que casi le dieron ganas de reírse. Hasta que vio la sincera expresión de su rostro.

-Puede que no se me dé bien hacer informes, James, pero soy muy habilidosa con la lima de uñas -dijo, claramente a la defensiva.

Él no tuvo más remedio que admitir que en ese momento sentía admiración por ella.

-No sabía que las limas de uñas pesaran tanto.

De los labios de Lissa salió de pronto una risa tan maravillosa que rompió la tensión del momento.

-Supongo que lo que pesa es el baño de burbujas para pies -dijo, aún riéndose-. O quizá los frascos de sales de baño.

-¿Baño de burbujas para pies?

Su risa se convirtió en una carcajada en toda regla que lo hizo reír a él también. Entonces la vio sonreír, tal y como había deseado que hiciera, y el mal sabor de boca de la noche anterior desa- pareció por completo.

-Supongo que es un poco ridículo -reconoció ella.

-No -se apresuró a responder James con una sonrisa-. Es todo un detalle. Mi madre colabora con muchas organizaciones benéficas, pero no creo que nunca le haya cortado las uñas de los pies a nadie.

-¿No? Entonces es que no colabora con las adecuadas -bromeó ella con un guiño- ¿Con quién suele trabajar?

James se encogió de hombros, arrepintiéndose de haberla mencionado siquiera.

-Con cualquiera que esté de moda en ese momento -el mal sabor de boca volvió bruscamente.

Liss seguía mirándolo, expectante... y siguió esperando durante el trayecto del ascensor.

-Está metida en cientos de comités -añadió él finalmente, pero no pudo contener el sarcasmo- Así se mantiene ocupada y deja que la vean en los lugares adecuados -la apariencia lo era todo para ella.

Liss volvió a mirarlo de camino hacia el coche y dio justo en el blanco con su pregunta:

-¿No estáis unidos?

James volvió a arrepentirse de haber hablado de ella.

-La verdad es que no.

En absoluto. Probablemente todo había cambiado aquel día, durante su último año de instituto, cuando había vuelto a casa más temprano de lo habitual. Su madre había bajado las escaleras apresuradamente... y luego había aparecido aquel tipo lleno de arrogancia. Ella le había dicho que había ido a discutir la situación económica de una de las organizaciones benéficas con las que colaboraba. James se había mordido la lengua para no preguntarle si esas cosas se hablaban en el piso de arriba, donde sólo había dormitorios. ¿Acaso creían que era idiota?

Sabía que Liss seguía mirándolo mientras él guardaba la maleta en el coche y no tuvo más remedio que romper el silencio.

-Ya sabes... Madres -comentó, encogiéndose de hombros de nuevo.

Puso el coche en marcha con la esperanza de haber acabado con el tema definitivamente.

-Mucho no sé -dijo ella meneando la cabeza-. Yo no estaba muy unida ni a mi madre ni a mi padre. Tuvimos una serie de niñeras y luego vino el internado.

James la miró con repentino interés. Hasta que había descubierto la aventura de su madre, su vida familiar había sido bastante feliz, en cambio parecía que la de Liss no había sido fácil.





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La princesa y su jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora