Capítulo 11 (parte 2)

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Esa misma noche, Liss encendió el ordenador y buscó información en Internet sobre los rituales de las fiestas dionisíacas de la antigua Grecia. Lo que encontró la hizo sonreír. Pero ¿cómo iba a lograr ese toque de picardía? Vio muchas imágenes en las que distintos artistas reflejaban aquellas escenas decadentes. Serían perfectas como decoración, pero ni el Louvre ni la National Gallery de Londres iban a prestar obras de valor incalculable para una fiesta. Quizá podría proyectar los cuadros más famosos en las paredes del salón. Frunció el ceño.... Era una posibilidad, pero no sería perfecto y ella buscaba la perfección.

Fue entonces cuando se acordó de Camille, su
compañera de universidad, con la que había estudiado Historia del Arte en París. La casa de sus padres parecía una galería por la extensión y calidad de su colección de obras de arte. Recordó también los tapices de la madre de Camille, que su padre había relegado a un ala poco transitada de la casa porque creía que no eran "arte". El matrimonio solía discutir donde estaba la frontera entre el arte y la artesanía. Quizá tuvieran alguna escena griega, Liss solo se acordaba de que tenían cientos de obras, muchas de ellas guardadas en armario. Siguió buscando en Internet pata saber bien qué necesitaba.

Después de encontrarlo fue a ver a james; se
había quedado dormido en el sofá, con los pies
encima de la mesita, Había descubierto que
cuando dormía, dormía de verdad... con la misma dedicación y entrega con la que afrontaba cualquier otra actividad de su vida. Así pues, estaba segura de que no oiría la conversación que iba a mantener por teléfono.

-Tengo un pequeño problema -confesó a su
amiga después de las exclamaciones de alegría y de ponerse al día la una a la otra.

Le explicó brevemente el tema de la fiesta... sin mencionar que tenía que prepararla a otra prisa para subsanar el error que había cometido en la anterior.

-¿Podría pedirte prestados algunos de los tapices de tu madre? -le índicó a continuación cuáles necesitaba exactamente.

-¿Quieres esas antiguallas para una fiesta?

Desde luego eran antiguos, pero Camille los describía de un modo nada halagador. Liss sonrió. Con la luz, la música, la comida y el ambiente adecuada, aquellas «antiguallas» servirían para transformar el majestuoso salón del hotel en el espacio íntimo que ella buscaba. Las enormes telas tejidas con hilos de oro acentuarían la sensación de lujo y riqueza. Y además aportaría un toque distinto, original.

-Si encuentras la manera de llevarlos, son todos tuyos.

«Genial».

«Maldita sea»

Pensó ambas cosas simultáneamente. ¿Cómo
iba a transportarlos hasta Aristo? No podía incluir en el presupuesto el coste del transporte desde París, que además no sería precisamente barato. Pero había tomado una decisión. Sabía que aquellas piezas crearían el ambiente adecuado, lo demás surgiría de manera natural.

-¿Por qué no vienes a la fiesta? -le preguntó
a Camille. Sería estupendo tener cerca una cara amiga.

-No puedo, querida. Me voy a Nueva York.

Estuvieron charlando un rato más antes de
despedirse. Liss le dio las gracias y prometió llamarla de nuevo cuando hubiera organizado el transporte.

Se quedó pensando en ello. Si pudiera acceder
a su fondo fiduciario..., pero estaba bloqueado;
sólo disponía de una humilde cuenta bancaria y de lo que había ganado en las semanas que llevaba trabajando para James. Consultó la cuenta por Internet. Tenía algo de dinero que había reservado mentalmente para comprarse otro vestido para la fiesta. Qué tonta había sido de no llevar un segundo vestido. Apretó los dientes. Tendría que improvisar con el vestuario. El dinero de la cuenta serviría para transportar los tapices. Siempre podía ponerse el vestido de la semana anterior.

La princesa y su jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora