No tenía la menor idea de dónde estaba en esos momentos, ni tampoco sabía con quién.Pero, aunque muriera en el intento, iba a tener que aprender a que eso no le importara.
Liss no podría estropear demasiado la noche.
El hotel era fantástico, había comida y vino; con que hubiera un poco de música y conversación, todo iría bien. Quizá no fuera el rotundo éxito que él había imaginado, pero se las arreglaría. Cuando antes se marchara de aquella isla, mejor.
Se acercó a la mesita en la que el personal del hotel les dejaba el correo y los periódicos. Había una tarjeta, pero no era para él, en realidad era algo que había escrito Liss y que había dejado allí para que lo enviaran. Era una postal, estaba con la parte escrita hacia arriba y James no pudo evitar leerla. Estaba dirigida a Atlanta House, Liss decía lo mucho que se alegraba de que Sandy hubiera dado a luz a una niña preciosa y que estaba deseando verla. Les mandaba besos y abrazos para todas y prometía volver a escribir pronto. James la echó a un lado, pues la ternura que transmitían aquellas palabras le hacía dudar de lo que creía cierto. Debajo había otra postal, ésa dirigida a la línea de ayuda a adolescentes de París. No la leyó entera, no fue necesario. James parpadeó un par de veces. Así que también se mantenía en contacto con ellos.
Además de las tarjetas había un muñeco de madera con una etiqueta que decía Hecho a mano en Aristo. Estaba encima de un sobre dirigido a Sandy, de Atlanta House. Era un detalle muy bonito. James meneó la cabeza. No quería pensar en Liss como alguien capaz de hacer esas cosas.
Miró de nuevo el muñeco con sentimientos encontrados. Lo mejor sería bajar a la fiesta y ver qué se le había ocurrido preparar a Liss.
Por mucho que se recordara a sí mismo que no le importaba, a cada paso que daba hacia el salón, se sentía más nervioso.
Se detuvo en la puerta.
Aquello no se parecía a nada que hubiera podido imaginar. Nadie podría haberlo imaginado; nadie excepto Liss. Una mezcla de orgullo y amargura se apoderó de él.
Lo había conseguido.
A un lado del salón había una multitud de gente.... De la prensa, esa vez habían acudido todos, como él quería. Todas las miradas se concentraban en el mismo punto.
Liss se hallaba en el centro del salón, hablando... James no sabía lo que decía porque sólo parecía funcionarle un sentido, la vista. Llevaba un vestido increíble. Los tirantes descansaban justo al borde de los hombros, lo que acentuaba la belleza de su clavícula. Sintió un hormigueo en los dedos al recordar el tacto de su piel, de todo su cuerpo... suave y, al mismo tiempo, fuerte, poderoso.
Tenía un pronunciado escote, le marcaba la delicada cintura y las caderas para después caer en una cascada dorada hasta el suelo. James no reconocía el tipo de tela, pero parecía tener vida propia.
Estaba increíble, como una verdadera princesa. Y de pronto le parecía completamente fuera de su alcance. Volvió a hablar y esa vez sí oyó lo que dijo.
-Guarden ahora sus cámaras y prepárense para disfrutar de la fiesta.
Pero nadie bajó la cámara, sino que siguieron haciendo fotos, retratando a la princesa preferida de todo el país, más hermosa que nunca.
Con un solo gesto de Liss aparecieron dos filas de camareros; una de hombres y otra de mujeres, todos ellos increíblemente atractivos. Las mujeres iban vestidas completamente de blanco, con faldas por las rodilla, camiseta ajustada y unas sandalias de las que le encantaban a Liss; todas ellas llevaba a la cintura un lazo dorado que acentuaba sus figuras. El estilo era sencillo, pero muy elegante. Iban de blanco, pero todos ellas tenían un aire travieso, quizá gracias al maquillaje y los peinados.
James tardó varios minutos en fijarse en los hombres, pero cuando lo hizo tuvo que admitir que también estaban impresionantes. En lugar de ropa blanca, llevaban un atuendo completamente negro; también con camiseta ajustada y una expresión ardiente en la mirada, consecuencia del maquillaje. Daba la sensación de que ofrecieran algo más que una simple bebida.
Tanto ellas como ellos iban perfectamente tapados, nada de pechos desnudos ni de grandes escotes; sin embargo, resultaban abiertamente sensuales, incluso sexuales. Como un grupo de ninfas y sátiros.
En medio de todos ellos estaba Liss, resplandeciente con su vestido dorado. Llevaba el pelo recogido, lo que la hacía parecer aún más alta y esbelta.
De las paredes colgaban enormes tapices con escenas de mitos griegos, imágenes fascinantes y... algo pícaras. En aquel escenario, Liss parecía Afrodita rodeada de su séquito. Una escena de la mitología griega trasladada al mundo moderno.
De vez en cuando, todos los fotógrafos apartaban la vista de las lentes, como si quisieran comprobar que lo que veían era real. También a James le costaba creerlo.
Ella se quedó allí unos segundos más, con la sonrisa de Venus en los labios. Habría podido ser una gran modelo si lo hubiese deseado. De pronto surgió una pregunta en la mente de James. ¿Toda aquella belleza era sólo exterior, o había también algo en su interior? ¿Qué era lo que la hacía tan hermosa? ¿Sus ojos, su piel, su pelo, su sonrisa? ¿O quizá su personalidad, su espíritu y su generosidad? Esa elegancia natural iba acompañada de ciertos toques de malicia, de amor, d risas y de ingenio. Lo que la hacía irresistible.
¿Cómo podía estar allí de pie delante de mundo entero y no ruborizarse? Seguro que estaba nerviosa. Pero ahora que lo pensaba, James sólo había visto ese rubor cuando estaba cerca de él. Cuando él estaba cerca.
Entonces ella se dio la vuelta y James se olvidó de todo. El vestido era una obra de arte, pero en realidad sólo era el envoltorio del cuerpo que había debajo. Aparte de los finos tirantes, no tenía absolutamente nada en la espalda, sólo se veía su piel dorada hasta casi llegar a la curva del trasero. Ninguno de los hombres presentes podía siquiera parpadear.
Como si fuera ajena a tanta admiración, Liss hizo un nuevo gesto y los camareros se acercaron a ofrecer bebidas a los miembros de la prensa.
-El resto de los invitados llegará enseguida -anunció. Si quieren fotografiarlos en la entra- da, más les vale ocupar un buen sitio.
Los periodistas no querían dejarla marchar y empezaron a hacerle preguntas.
-¿Qué le parece Sidney?
-¿Va a volver a Aristo o se quedará a vivir en Australia?
-¿De qué diseñador es el vestido que lleva?
Seguramente sólo James se dio cuenta de que las dos primeras preguntas habían hecho temblar su sonrisa. Por eso optó por contestar a la tercera.
-Tino Dranias, un joven diseñador de Aristo -hizo un gesto con la mano para que se acercara un hombre-, Si les parece bonito, déjenme que les diga que lo mejor es sentirlo puesto. Es maravilloso.
Era el hombre al que había visto por la tarde en el salón de la suite, el que parecía haber pasado toda la noche en vela. Por supuesto, debía de haber estado cosiendo durante horas. James sintió un amargo sabor en la boca.
-También es el creador del vestuario de los camareros añadió Liss.
El joven diseñador parecía aturdido con las luces de los flashes. Liss, sin embargo, parecía llevar haciéndolo toda la vida, cosa que era cierta, claro. Aun así, se mantenía increíblemente elegante a pesar de la presión.
-¿Qué hay de Australia, princesa Elissa? ¿Va a quedarse a vivir allí?
El cambio de su mirada fue evidente para James porque ya lo había visto antes, cuando le había pedido que le dijera algo que deseaba y que no tenía.
-Me gusta Sidney, pero seguramente me traslade pronto. Aún no estoy lista para instalarme definitivamente en ningún sitio -respondió con ese tono indiferente y frívolo que utilizaba a menudo.
Sin embargo, James percibió algo en sus palabras, algo que le decía que estaba mintiendo.
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La princesa y su jefe
Storie d'amoreA la princesa Lissa Karedes, conocida por su afición a las fiestas, la habían enviado a Australia para que aprendiera lo que significaba trabajar de verdad. Sin embargo, el millonario James Black, su atractivo jefe, tenía otras ideas en mente. No pe...