10. 𝐸𝑛𝑡𝑟𝑒𝑙𝑎𝑧𝑎𝑑𝑜𝑠

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El sonido de las cuerdas de la guitarra retumbaban entre las paredes de la habitación de Valentín.

Sentado en su cama, concentrándose en grabar los acordes en su cabeza para poder tocar la canción entera, cerraba los ojos despacio y fruncía el ceño cuando notaba que se equivocaba en alguna que otra cuerda.

Desde la puerta ligeramente entreabierta, Cielo lo observaba admirada y con sigilo, sin querer interrumpir esa imágen que le hacía cosquillear el corazón.

Era sábado, habían quedado en que ella pasaría a revisar algunas actividades pendientes antes de que fuera a casa de Bruno, aunque no estaba segura de que haya sido esa la única razón por la que se encontraba ahí. Quería convencerlo de que la acompañara, de que se diera la oportunidad de conocer amigos nuevos y, si su ardiente alma se lo permitía, confesarle lo mismo que él le había dejado saber aquella tarde en la que le dio su largo discurso de disculpa.

'Sentí que no te gusté como vos a mí.'

Ahí estaba su único error, porque las mariposas en la panza les revoloteaban a los dos con la misma intensidad.

Abrió la puerta un poco más, con él aún sin percatarse para nada de su presencia en el lugar. Se paró ahí afilando su oído y poniendo su atención absoluta en la voz rasposa que dejaba salir esa melodía que le encantaba, su canción favorita en su voz favorita.

"...una melodia muy triste del sur, que así le lloraba desde su interior..." Cantaba con la vista puesta en la ventana, con su espalda desnuda enfrentando a la muchacha detrás de él, ajeno a cualquier cosa que lo rodeara en un instante que nombraba como único. "Quien canta es tu carozo pues tu cuerpo al fin tiene un alma, y si tu ser estalla será un corazón el que sangre..."

La escuchó suspirar por lo bajo, puso la palma de la mano sobre las cuerdas y se volteó a ella, y una lluvia de colores nació cuando sus ojos encontraron la sonrisa orgullosa de Cielo.

"Y la canción que escuchas tu cuerpo abrirá con el alba." Cantó ella cuando él se detuvo, sorprendido de encontrarla ahí.

"¿Llegaste hace mucho?" Preguntó aniquilándose por dentro debido a la pilcha desastrosa que tenía encima.

"Por suerte llegué justo para escucharte."

"¿Hace cuánto estás parada ahí?"

"No te quise molestar, perdón."

"Nono, no es por eso." Se levantó de la cama dejando la guitarra a un lado. "Es que no pensé que ibas a llegar tan rápido, siempre tardás como media hora o un poco más."

Ella se encogió de hombros y se acercó a su lado, observando la guitarra antes de volver a mirarlo.

"Me trajo mi papá, estaba de buen humor hoy." Sonrió levemente antes de codearlo y acariciar las cuerdas del instrumento con su dedo. "Lo que estabas tocando... me encanta, tenés una voz muy bonita."

"Vos cantás muy bien, sos dulce."

Dulce, ni siquiera sabía en qué momento empezó a usar palabras tan empalagosas.

Cielo mordió su labio nerviosa, fue gracias a sus voces sobre una base armoniosa que surgió su primer beso hacía pocos días atrás. Se preguntaba si tal vez podía animarse a besarlo de nuevo sin sentirse atormentada por su mente. Eran tantas las cosas que quería decir y hacer con él, así como también eran tantas las cosas que no la dejaban hacerlo.

"¿Tuviste alguna vez un secreto que sabías que era necesario decir pero no podías porque decirlo significaba tener que enfrentarlo?" Preguntó con la vista en el suelo.

Nubes • 𝒘𝒐𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora