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Por la ventana de su auto podía admirar el verde y colorido paisaje que se extendía por todos lados. La estación de lluvias había hecho el milagro que cada año se repetía por los mismos meses, el agua había favorecido espléndidamente a las plantas y a los animales de aquel lugar.
Las cosechas de ese año seguramente serían demasiado buenas, las enormes tierras sembradas de maíz se veían a ambos lados de la carretera.
La gente de su pequeño pueblo vivía principalmente de su trabajo en el campo.
Tantos recuerdos le traía el hecho de regresar a su pueblo, su niñez había sido demasiado hermosa, no todas las niñas podían decir que habían brincando en charcos de lodo o que habían corrido por los campos de maíz, ni mucho menos presumir que habían tomado leche “ bronca”, pero ella había hecho eso y mucho más en su niñez.
Recordaba con nostalgia cada vez que iba a la tiendita de la esquina a comprar algún caramelo, el olor a tierra mojada que podía oler cada vez que la lluvia caía sobre su pequeño pueblo.

Tenía cuatro años que había salido de ahí, la universidad más cercana se encontraba a un par de horas de su pueblo. Al principio no quería alejarse de su gente, ni siquiera lo había pensado, pero después del trágico accidente que marcó a su familia no podía quedarse en ese lugar, no hasta que cada una de sus heridas sanaran completamente.

La plaza de su pueblo seguía tal como la recordaba, cada casa, cada árbol todo era como antes. El mismo puesto de flores seguía en la misma esquina, el olor a las flores de lavanda inundaba su nariz, esas eran las favoritas de su madre.
Caminó por la calle empedrada, tanta tristeza le traía el solo hecho de recorrer esa calle, cruzó el portón oxidado que marcaba la entrada al lugar donde se encontraban sus padres, con lágrimas en los ojos depósito el ramo en el suelo, dos lápidas con los nombres de sus padres, María Naomi y Lucas Higurashi de ascendencia japonesa.

Había vuelto a su pueblo creyendo que todo estaba olvidado, pero al estar frente a las tumbas de sus padres la herida se abrió nuevamente, no podía evitar recordar con todo detalle el accidente en el cuál ella había sido la única sobreviviente. Su madre, su padre y su hermano menor habían muerto aquel trágico día.

— Perdón — decía la joven hablándole a la tumba de sus padres, su pelo azabache caía a ambos lados de su rostro — perdón por haber tardado tanto en volver, no...no podía venir sin seguir sintiendo coraje porque aún sigo con vida y ustedes no.

Las lágrimas seguían saliendo sin control, todas esas lágrimas habían estado siendo retenidas, se había prometido no llorar hasta el día de lograr sus sueños, el sueño de ser arqueológa, ese sueño que alguna vez compartió con sus padres.

Había desahogado su dolor, ese dolor que había acumulado durante cuatro años. La casa de sus padres no se encontraba en muy buenas condiciones, había estado abandonada durante su ausencia el polvo y las telarañas habían cubierto cada rincón de su antiguo hogar, sería un enorme trabajo limpiar cada parte de ese lugar.

Traía un nuevo proyecto entre manos, había invitado a su amiga Sango a participar en el, ambas eran recién graduadas pero, pero cada una de ellas con excelencia.

Recorría su casa llenando su memoria de viejos recuerdos, el sonido de unos golpes en la puerta la hicieron volver a su presente, caminó hacia la puerta de entrada, seguramente Sango había llegado.

— ¡Aome! Por poco y no llego — decía una castaña cargando un par de maletas — no me habías dicho que tú pueblo se encontraba tan escondido.

Aome sonrió, Sango siempre encontraba la manera de alegrarle el día, ambas habían estudiado juntas, y a pesar de que venían de dos mundos diferentes, se habían hecho las mejores amigas, Sango pertenecía a una familia rica, nunca tuvo que trabajar duro como Aome para poder pagarse sus estudios.

— Pensé que tal vez te habías arrepentido de venir a mi escondido pueblo — dijo Aome.

—¡¿Estás bromeando?! — contestó la castaña  — nos costó mucho trabajo conseguir el apoyo del Instituto como para perderme toda la acción.

Aome sonrió era verdad, habían movido cielo, mar y tierra para lograr tener el apoyo de gente importante, el proyecto que las jóvenes traían entre manos era muy ambicioso. Muchas personas las habían juzgado locas, no quisieron brindarle su apoyo por qué consideraban que era un proyecto demasiado importante para que un par de recién graduadas lo llevaran acabo.

Y no era para menos, rescatar una zona arqueológica perdida entre la maleza no sería nada fácil.
La zona arqueológica Tzché se encontraba a un kilómetro de su pueblo, en ella había siete pirámides abandonadas y en ruinas,  en el lado norte había cuatro de ellas, dos pequeñas y dos grandes. Una calzada separaba a estás de dos más, seguido por un enorme campo,  dónde de realizaban juegos de pelota. Al final, al poniente la pirámide más alta de las siete, según había investigado la azabache está había sido el lugar donde se encontraba la residencia del Señor, el gobernante de Tzché.
Todo esto lamentablemente se encontraba en ruinas, todo lo que Aome había admirado sería reconstruido por ella.

— ¿Y cuando empezamos? — preguntó la castaña, se encontraba impaciente por comenzar todo lo que habían planeado.

Aome sonrió — Mañana mismo te llevaré a conocer la zona, te va a encantar es hermosa.

Sango estaba preparada, cuando su amiga comenzaba a hablar de su pueblo no había nada que la detuviera, ella estaba completamente enamorada de sus raíces, nunca se había avergonzado de su origen humilde.

— Antes de que comiences con tu clase de historia, quiero ser la primera en felicitarte — la interrumpió Sango — mañana es tu cumpleaños y te traje algo — la castaña busco en su bolsa de mano había comprado un pequeño obsequio para Aome y queria entregárselo ahí mismo — Toma, espero y te guste.

— Sango, no deberías haberte molestado.

— ¡Estás loca! No es ninguna molestia, tú eres la única que soporta cada una de mis locuras; así que creo que tú te mereces esto y mucho más — dijo depositando en las manos de Aome una pequeña caja roja.

— ¿Que es esto? — preguntó la azabache.

— Ábrelo para que sepas lo que es.

La azabache le dedicó una sonrisa a Sango, conociendo a su amiga su regalo sería algo lindo y no muy extravagante, la castaña tenía un buen gusto.
La pelinegra abrió la caja, sus ojos se llenaron de lágrimas que rápidamente intentó contener.

— No lo olvidaste — dijo Aome con cierta tristeza en su voz.

— ¿Que clase de amiga sería si lo hubiera olvidado? — dijo la castaña abrazando a su amiga.

— Mi madre me regaló este dije, cuando cumplí quince años, al morir ellos lo tuve que vender ¿Cómo lo conseguiste?

— Me llevó tres meses en dar con él — dijo Sango — no es un dije común, pero como puedes ver aún lleva tus iniciales grabadas.

Aome observó el dije, una luna menguante de plata con una pequeña piedra roja en el centro en forma de estrella, al reverso sus iniciales aún estaban grabadas: A.H.C. Aome Higurashi de la Cruz.

— Muchas gracias Sango.

— Para que estamos las amigas, si no para hacer reír a quien está triste.

— Y dime Aome, ¿Por qué te interesa tanto la zona arqueológica Tzché?

— Mi madre amaba su cultura, siempre quiso que hubiera un valiente que se atreviera a restaurar las pirámides, no hubo un valiente, solo un par de valientes mujeres, nosotras dos.

— ¿Tzché? Pensé que era conocido de otro modo.

— De hecho también se le conoce por el nombre de su gobernante más importante, El Imperio del Perro plateado.



QUÉDATE A MI LADO 💞💞💞(Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora