11. Orgullo y prejuicio

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POV ALBA





- ¿Alba?

La voz a lo lejos de Gonzalo hizo que toda la líbido acumulada en ese momento en mi entrepierna se me fuera de un chispazo a la cabeza, haciendo que de un salto me levantara rápidamente del regazo de la jardinera, dejándola confusa.

- Joder. - exclamé por lo bajo mientras me arreglaba como podía el pelo y me ponía bien el bikini, que se me había quedado en sitios donde no correspondía. - Estoy en el jardín cariño, ya voy. - grité para que me pudiera escuchar.

- Qué oportuno... - musitó por lo bajo ella, soltando un bufido mientras se dejaba caer de nuevo en el respaldo del sofá y poniendo cara de frustrada.

Se quedó ahí estática como esperando una respuesta por mi parte.

¿Acaso esperaba que siguiéramos como estábamos con mi marido en casa?

Muchas películas había visto ella.

- ¿A qué esperas para marcharte? - insinué para que se diera cuenta de que el jueguecito había acabado.

- ¿Me voy así, sin más? - dijo levantándose y agarrando su mochila, que se había quedado tirada en el suelo antes de que perdiéramos un poquito los papeles. Sus ojos cambiaron, adoptando un halo de tristeza, justo el mismo gesto que pude ver cuando hablamos unas horas antes.

No quería que se hiciera falsas esperanzas o que se pensara cosas que no eran, pero tampoco quería ser un ogro sin sentimientos.

Finalmente opté por dar una de cal y otra de arena. Así sería nuestro juego de ahora en adelante.

- Estaría bien, sí. La función ya se ha terminado por aquí. - contesté en un tono neutral, encaminándome hacia la puerta del cobertizo contoneando mis caderas y sin perderla de vista por el rabillo del ojo. Ese lugar demoníaco lo único que hacía era desatar mis más oscuros deseos.

Noté como sus pasos se acercaban a mí tras unos segundos y pude sentir otra vez su presencia casi rozando mi parte trasera, esa que parece había captado toda su atención.

Bien, jardinera, has leído bien el juego.

Me enloquecía la manera que tenía de provocarme y eso no hacía más que incrementar mis ganas por ella.

- Entonces me marcho ya, señora. Sus deseos son órdenes para mi. - susurró en mi oído mientras a lo lejos escuchaba como Gonzalo hablaba por teléfono. Aquella situación me estaba poniendo febril y no de enfermedad precisamente. Sus delicadas manos me volvieron a acariciar el abdomen y antes de que pudiera darme la vuelta y probar de nuevo sus labios o pegarle un tortazo por ser tan descarada, se separó de mi espalda, dejándome sin respuesta y con un vacío que nunca antes había experimentado.

No podía dejarla ir así. No después de aquel momento de éxtasis que me había regalado sin ella ser consciente.

Me giré sobre mis pasos y la acerqué a mí, agarrándola de la cinturilla del peto y poniéndome de puntillas para poder abarcarla mejor. Respiré sobre su rostro empapándome de ella. Su aroma natural era algo que se había convertido en una especie de adicción.

- Esto no ha acabado aquí, jardinera. - jadeé sobre su boca, mirando fíjamente ese lunar que tenía debajo del labio. Ella me mantenía sujeta por la cintura y con esa sonrisa de suficiencia fijada que tanto odiaba al principio pero que ya había aprendido a tolerar.

Un Jardin - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora