X - Sed de sangre

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No pudo ver a su hermana hasta una vez a punto de meterse en el bote

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No pudo ver a su hermana hasta una vez a punto de meterse en el bote. Allí estaba, temblando de miedo y llorando ante el hecho de que su familia se quedaba en Desembarco y ella se iba hasta no se sabía cuando.
Mayleen bajó del caballo y se dirigió a Myrcella para abrazarla.

—Tranquila, allí vas a estar a salvo. Seguro que Trystane es maravilloso. Dicen que los dornienses son  auténticos caballeros—. Susurró en su oído intentando calmarla.

—Gracias, May. Os aseguro que os escribiré a diario—. Besó su frente y volvió a la fila. Se subió en Chase de nuevo y se colocó junto a Sansa que observaba con melancolía la escena. Tommen no paraba de llorar, al igual que Myrcella que se alejaba en el mar.

—¡No lloréis! ¡Llorar es de mujeres!—. Dijo Joffrey a su hermano pequeño.

—Llorar implica sensibilidad y aprecio. Es nuestra hermana, ¿decís que no os importa nada?

—¡Osáis volver a contradecirme, Mayleen! ¿No aprendísteis la última vez?

—¡Aquí no, Joff!—. Murmuró la joven intentando no discutir. El cura continuaba diciendo cosas sobre los dioses, bendiciendo y rogando al señor. Cuando la barca hubo desaparecido, todos volvieron a sus monturas para volver a palacio.

De vuelta, Tyrion se colocó al lado de la única sobrina que le quedaba en Desembarco. Quería y le debía una disculpa; sin embargo, Mayleen no era capaz de mirarle a la cara.

—Sobrina... tenía que pediros una disculpa.

—No. Si me hubiérais avisado de lo que pretendíais, quizás no me habría enojado tanto—. May picó espuelas y se colocó más adelante.

Miró a su alrededor una vez que llegaron a las callejuelas de la ciudad. La gente les observaba pasar y no les quitaban el ojo de encima. Sobre todo a Joffrey. Entonces se escuchó una voz:

—¡No es el rey! ¡Es un bastardo!—. Una bola de excrementos chocó contra la cara de Joffrey.

—¿¡Quién ha sido!? ¡Encontradle y traedme su cabeza!—. El pueblo seguía gritando y proclamando su malestar.

—¡Tenemos hambre!

—¡Bastardos!—. De repente, un tsunami de personas se abalanzó contra la corte. El primero en caer fue el cura.

—¡Proteged al rey!—. Ordenó uno de los guardias. Mayleen se quedó quieta, mirando qué hacían con el gordo sacerdote y pronto quiso no haber mirado. Vio como le sacaban un brazo a tirones y como la sangre lo manchaba todo. El caos reinaba en esos instantes, casi no había tiempo para reaccionar. Puede que la seguridad que la realeza llevaba era importante, pero la enorme cantidad de gente que se les venía encima era superior.
Cersei y Joffrey iban mejor protegidos que ningún otro, mientras les salvaban la vida, el Rey no dejaba de gritar órdenes para buscar y acabar con la vida del causante de la rebelión.

Loyalty || Juego de TronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora