Capítulo 9

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Los suspiros son breves exhalaciones del alma. — SIN TÍTULO. Nathaniel Proulx.

Bajo las escaleras de emergencia a toda prisa. Me he puesto la sudadera gris que suelo usar para cuando salgo a correr y mis zapatillas deportivas. Apoyo la espalda contra la pared cuando veo que Arthur está bostezando en la entrada, a punto de dormirse. No tengo tiempo para explicarle a nadie hacia dónde voy. Vincent está en la entrada de la casa de los Wagner o peor aún.

No Dylan, no pienses en eso, me regaño.

Arthur cabecea desde su asiento y finalmente cierra los ojos soltando un ronquido sonoro. Sé que Pierre lo regañará cuando se entere que se quedó dormido durante su turno. Camino lentamente a su lado para que no despierte y tomo un juego de llaves de los vehículos. Voy hacia el estacionamiento techado y aprieto la alarma para saber cuál es. Las luces del Audi negro de Nicholas se encienden.

Maldición.

He escuchado a Pierre regañar a Carlos varias veces desde que estoy aquí porque mi guardaespaldas favorito tiene una fascinación por el auto de Nicholas. Nadie puede tocarlo a excepción de Pierre. Suspiro.

No hay tiempo para ir por otras llaves, pienso metiéndome dentro del auto.

Pongo en el GPS la dirección de los Wagner y conduzco siguiendo las indicaciones. Estoy nerviosa y en mi mente aparecen las imágenes de la última vez que conduje siguiendo mensajes de Vincent.

Todo salió mal la última vez.

El chirrido de los neumáticos me hacen doler la cabeza cuando freno en seco frente a la casa de Dakota. Bajo en seguida.

Las luces de la casa están todas apagadas, solo el sensor se enciende cuando me acerco a la puerta. Toco el timbre. Nadie aparece. Me remuevo inquieta y muerta de frío.

Debería haber agarrado aunque sea un abrigo.

El rocío está por todas partes. Son las dos de la madrugada. Vuelvo a tocar timbre. Me froto los brazos para darme aunque sea un poco de calor. Estoy temblando y gran parte se debe no solo al frío. Toco otra vez el timbre con más insistencia. Las cortinas de la ventana no me dejan ver dentro de la casa, pero sé que todo está sumergido en la oscuridad. Miro a mi alrededor en busca de algún auto estacionado vigilando la casa de los Wagner, pero no hay ni un alma rondando por allí. Me pongo más nerviosa, estoy temblando y la angustia me consume.

Las luces de casa se encienden. Golpeo la puerta con insistencia, necesito que me abran ahora para saber qué sucede. Se escucha la cerradura y entonces se abre la puerta. Dakota está con una bata y me observa con ojos entrecerrados por la luz.

Suspiro al verla.

—¿Dylan? ¿Qué haces aquí? —pregunta confundida.

No digo nada porque nada sale de mi boca. Tengo las palabras atoradas en el pecho y estoy agitada, demasiado agitada.

—¿Mami? ¿Qué pasa? —pregunta Lydia bajando las escaleras.

Se frota sus ojos adormecida. Tiene un oso de peluche en su brazo y lleva un pijama de Frozen. Está descalza y tan pequeña.

Me quiebro. Me largo a llorar y siento cómo me deshago lentamente.

—Princesa... —es lo único que logro decir.

—Ay por Dios, ¿Dylan qué te sucede? —pregunta Dakota pasando su mano por mi espalda—. Pasa, estás congelada.

Mi vista está nublada por las lágrimas y lo único que puedo hacer es caminar como una autómata rodeada por un brazo de Dakota.

Mi problema para siempre #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora