¿Cuál es el momento, en el que decides mandar todo a la mierda y poner en riesgo la vida de ensueño que creías tener? ¿En qué preciso momento te das cuenta, que todo lo que creías bueno, era malo, y viceversa?
Mara Soler, ex miembro reconocido del...
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Zulema la veía marchar hacia la casa, con su característico contoneo de caderas, y todas las imágenes de ese baño junto a ella la golpearon con fuerza. Se prometió a sí misma que eso no iba a volver a pasar, que no le gustaba la chica, ni las mujeres y que había sido culpa únicamente del aburrimiento. Pero ahora, que estaban fuera con un mundo de posibilidades, solo pensaba en volver a perderse en sus labios y volver a sentir ese calor y esa pasión que había sentido en Cruz del Sur.
Con un suspiro de derrota, puso a su cuerpo manos a la obra y se apresuró hasta alcanzar a la chica.
Mara notó como algo o más bien alguien, agarraba su brazo con fuerza y la obligaba a voltearse. No le dio tiempo a reaccionar, solo consiguió observar los cautivadores ojos de la mora cuando sus labios chocaron contra los de la pelinegra.
En un primer momento, la sorpresa hizo mella en ella, tensando sus extremidades, pero a medida que notaba la proximidad de sus cuerpos, se iba relajando e iba disfrutando y saboreando el momento.
La mora en su continuo juego por mantener el control de toda situación, agarró con autoridad la nuca de su compañera obligándola a quedarse ahí todo el tiempo que ella deseara, cosa que a Mara no le desagradó, además la chica aprovechó para rodear con sus dos brazos la cintura de la contraria.
Las dos mujeres iban rindiendo sus cuerpos, iban dejando de luchar por el control, se limitaban a dejarse hacer, disfrutando de cada caricia, de cada mordisco, de cada puto microsegundo de ese instante.
A Mara la ropa de la pelinegra le comenzaba a molestar. Quería arrancarsela a mordiscos, aunque optó por ir subiendo con su mano la camisa de la contraria, cosa que hizo reactivar a Zulema y hacerle frenar su mano.
—Marita, no estamos en el lugar más indicado para esto. —soltó la mora, con cierto deje de molestia; ella tampoco quería parar ese momento pero estar al aire libre, en medio de la noche, en un país donde la homosexualidad todavía estaba penada con pena de muerte, no era una buena idea.
Se separaron pero la cosas no las iban a dejar así. Zulema agarró la mano de Mara y la arrastró por el camino hasta llegar a la casa. La dirigió directa a su habitación, en silencio. Nadie en esa casa debía enterarse de nada.
Al igual que la vez anterior, Zulema, quiso ser la voz cantante en ese momento, ya que intentó arrancarle a su compañera la ropa pero esta vez Mara no la dejó.
—No, no —dijo, mirando divertida, como la mora no entendía lo que pretendía hacer la chica. — Hoy me toca a mi, reina mora.
Se acercó hacia ella y volvió a besarla como siempre se había definido su relación, con rabia, pasión y fuerza. Durante ese beso, la chica llevó sus manos justo al pantalón de la mora, queriendo deshacerse de él aunque una vez más, la mujer no se lo permitió.
—¿Qué haces? —dijo en un susurro.
—Eso sí que no, Marita. Aquí, la que manda soy yo.