¿Cuál es el momento, en el que decides mandar todo a la mierda y poner en riesgo la vida de ensueño que creías tener? ¿En qué preciso momento te das cuenta, que todo lo que creías bueno, era malo, y viceversa?
Mara Soler, ex miembro reconocido del...
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Que incómodo era volver a tener esos grilletes de hierro presionando sus muñecas. Todas conocían ya esa sensación, todas la habían vivido cuando habían sido detenidas por primera vez antes de ingresar a prisión pero esa vez sí cabe era mil veces peor. Para tres de ellas significaba la vuelta al infierno, el fin de respirar aire fresco y puro, el fin de su libertad. La libertad que tuvieron en sus manos durante todos esos días.
Castillo hablaba con Zulema en el exterior de la casa. Por la posición relajante que tenían ambas personas, parecía que estaban entre una conversación de amigos. Nada más lejos de la realidad. Zulema intentaba quemar su último cartucho sobornando al inspector con los millones que había logrado conseguir. Todo el mundo en su sano juicio se vendería por los cinco millones de euros que la mora ofrecía al inspector. Da igual lo decente que fueras, ante tal cantidad de dinero hasta la persona más pura e inocente se dejaría corromper. Pero el inspector Castillo no era cualquier persona; ese viejo gordo y medio calvo era la pesadilla de la mujer, además su vida era el trabajo. No tenía nada más. Le importaba más bien poco su calidad de vida y eso lo convertía en el enemigo más directo de Zulema.
—Venga arriba y date la vuelta. —pronunció Castillo, haciendola levantar, esposándola y entregándola a unos de los policías que esperaban para llevarla hasta el camión policial.
Si pudiera romper esas esposas. Simplemente partirlas a la mitad y matar a esos hijos de puta que volvían a encerrarla como a un puto animal. Todo sería tan fácil. Pero la súper fuerza solo se veía en esas películas de superheroes tan absurdas, en donde a un desgraciado de la vida le picaba un insecto y ya mágicamente era más fuerte, más rápido y más justiciero.
Al llegar al camión solo se percató de una cosa. La única que quizás le preocupaba, aunque nunca lo admitiría como tal. Mara no estaba en ese camión. Estaba la rubia y Saray pero de la chica no había ni rastro. La mente de la pelinegra comenzó a nublarse, borrando cada rastro de pensamiento que estaba haciendo aparición en su cabeza. No podía ser.
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Mara se encontraba aún en la casa. Castillo había ordenado expresamente, que la dejaran allí para tener una conversación con ella antes de meterla en el camión policial. Tenían una conversación pendiente y no iba a haber mejor momento que ese.
Unos aplausos la hicieron girar de forma brusca.
—Bravo. —Castillo caminaba por la sala acercándose a la silla que se encontraba en frente del sofá, donde se encontraba la chica.— De verdad, nos engañastes como si fuéramos bebés. Te felicito.
El inspector hablaba de la fuga. Ellos creían que tenían a la chica en su mano. Más aún después de la visita de su padre, pensaban que iba a ser capaz de hacer ese trabajo que ellos no podían realizar, sin rechistar. Ni se les pasó un segundo por la cabeza, que el roce hiciera que ella y Zulema se convirtieran en "amigas de fuga".