CAPÍTULO IV

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La gitana ya había salido de la celda, pero quien seguía en ella era la mora, que observaba el cielo azul a través de la pequeña ventana que disponía cada aposento, disfrutando del humo y de la nicotina que le proporcionaba un cigarro

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La gitana ya había salido de la celda, pero quien seguía en ella era la mora, que observaba el cielo azul a través de la pequeña ventana que disponía cada aposento, disfrutando del humo y de la nicotina que le proporcionaba un cigarro. Estaba sumida en sus pensamientos: ahora mismo tenía varios frentes abiertos, que si fuera por ella los cerraría sin contemplamientos, pero eso sería un completo error, ya que la culparían directamente a ella. Debía utilizar su cabeza.

Por un lado estaba la muerte de Yolanda, la cual fue en vano, ya que no había conseguido sacarle nada de información sobre donde estaba escondido el dinero. La muy hija de puta se había llevado el secreto a la tumba.
Luego, estaba la gobernanta, que aunque sabía que hablar no era una opción viable, era débil; tarde o temprano iba a hacerlo.
Después estaba la rubia mojigata, que se empeñaba en hacer ver que no sabía nada, pero la mora era demasiado inteligente como para saber que, cualquier novata no duerme en su primer día de encierro.
Y luego estaba ella, su nueva compañerita de celda, y quizás la que más le preocupaba. Le despertaba la curiosidad. ¿Quién era ella? Algo le decía que no bajara la guardia con esa chica y que tuviera los ojos bien abiertos, porque tarde o temprano iba a volar algún golpe de su parte.

Un sonido a sus espaldas, hizo que Zulema dejara apartados a un lado todos esos pensamientos y se fijara en la entrada a la celda, donde estaba la rubia queriendo dirigirse a ella. Le sonrió y le hizo una señal con la mano para que pasase dentro. Macarena dudó, no estaba segura si lo que iba a hacer, iba a beneficiarla o por el contrario, haría cavar su propia tumba, definitivamente.

—Acabo de testificar que ayer por la noche te vi con Yolanda.— dijo con esa voz temblorosa, que ya empezaba a irritar a la mora. Eso que le estaba contando la contraria, la iba a convertir en la primera sospechosa del caso. Zulema negó con su cabeza mientras le mostraba una sonrisa cínica. No toleraba que nadie se metiera en sus asuntos y Macarena había metido sus narices hasta el fondo.

—Maca, —suspiró mientras se daba la vuelta de nuevo hacia la ventana, disfrutando del pequeño rayo de sol que entraba por ella.— ¿Sabes por qué soy tan peligrosa?

Macarena trago saliva.

—Porque no me importa nada ni nadie, aparte de mí. Pero tú, —volvió a girar la cabeza hacia la rubia, clavando su mirada en ella— tienes dos personitas: Leopoldo y Encarna. ¿Te suenan? Me han dicho que están construyendo una pérgola preciosa en el jardín. Sería una pena que no la pudieran disfrutar.

Macarena tomó aire. Intentó disimular el miedo que le había invadido su cuerpo. Aquella loca conocía el nombre de sus padres y sabía dónde vivían.

—Zulema, si me haces algo a mí o a mi familia, te estarás inculpado tu sola.

Pero Zulema ya no escuchaba, la rabia la encendió. Agarró la cara de Macarena con rabia, clavando sus uñas en los mofletes de la rubia.

𝐅𝐔𝐄𝐑𝐀 𝐃𝐄 𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐎𝐋 ~𝘻𝘶𝘭𝘦𝘮𝘢 𝘻𝘢𝘩𝘪𝘳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora