¿Cuál es el momento, en el que decides mandar todo a la mierda y poner en riesgo la vida de ensueño que creías tener? ¿En qué preciso momento te das cuenta, que todo lo que creías bueno, era malo, y viceversa?
Mara Soler, ex miembro reconocido del...
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La noche profunda y oscura caía en Cruz del Sur. Todas las presas dormían plácidamente. Mara comenzó a despertar, poco a poco. Tenía calor y eso la incomodaba. Abrió los ojos despacio, intentando acostumbrar la vista a la oscuridad. Quería levantarse, aunque solo fuera para ir al baño y así poder coger algo de aire. Cruz del Sur, era de las pocas cárceles que todavía tenían en funcionamiento el libre tránsito, por lo que lo aprovecharía para darse una vuelta.
Un pequeño peso, ajeno a ella, en su hombro, llamó su atención. Miró a su derecha encontrándose con la cara de la mora. Se habían dejado las dos dormir. Juntas. En una misma cama. La cabeza de Zulema parecía que había encontrado el lugar perfecto para acomodarse en el cuello de Mara. Sentía su respiración en él. Estaba durmiendo plácidamente.
Era extraña la sensación que sentía en su estómago. El escalofrío que recorría su espalda, al mirarla. Era preciosa. Sus facciones eran perfectas, suaves y duras a la vez. El puto ying y yang era esa mujer. Quizás se había centrado en hacer demasiado bien su trabajo, en no pensar más allá de la espía que debía delatarla, y había dejado de lado lo que sentía su interior. Esa sensación de peligro constante y a la vez, esa tranquilidad que respiraba cuando la tenía cerca. Zulema era blanco y negro, frío y calor, fuego y hielo. Podías estar viva o muerta con ella. Y a Mara, eso le encantaba. Se había dado cuenta en ese preciso momento. Pero negó con la cabeza. Escondió ese pensamiento en lo más profundo de su ser y se levantó de la cama, rompiendo la cercanía con la pelinegra.
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—¿Qué coño fue lo de anoche? —preguntó Saray, juzgando a la mora.
Zulema la había estado evitando desde que había empezado el día. Sabía perfectamente que lo que había ocurrido en la noche, la gitana no lo iba a dejar pasar. Aunque era lo que más deseaba ella, olvidarse y dejarlo pasar.
La juzgada suspiró antes de hablar.
—¿Qué pasó anoche, gitana? Nada, no pasó nada.
—¡¿Cómo que no?! ESTABAS ABRAZADA…
—Shhhh. ¿Por qué no coges la megafonía? Así ya te escuchan todos los módulos…
—Que esa tía no es de fiar. —dijo mientras encaraba a la mora— ¿A qué juegas? Estabas abrazada a la puta concejala esa. Bueno concejala, eso es lo que te ha dicho ella. Pero no, ya te digo yo, que esa tiene de concejala, lo que yo tengo de astronauta.
—Gitana, ¿te crees que no lo sé?
—Pues no lo sé, Zule, la verdad. Estás haciendo cositas muy raritas, últimamente.
Zulema no podía permitir que la tratara así, por mucha razón que tuviera. Ese trato no se lo consentía a nadie, ni a su amiga.
—Te recuerdo que es mi novio el que está afuera, buscando la manera de sacarnos de aquí. Me basta decirle que se olvide de ti, y listo, te quedarías aquí encerrada hasta que cumplieras la condenada.