¿Cuál es el momento, en el que decides mandar todo a la mierda y poner en riesgo la vida de ensueño que creías tener? ¿En qué preciso momento te das cuenta, que todo lo que creías bueno, era malo, y viceversa?
Mara Soler, ex miembro reconocido del...
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Es extraño lo rápido que se acostumbra tu cuerpo y tu ser a una situación determinada, o como en el caso de Mara, a una persona. Habían pasado tres días más en ese espectacular lugar, debajo de ese firmamento estelar y en frente del mar. Pero lo realmente especial para la chica, a lo que su cuerpo se había acostumbrado casi como al oxígeno era a ella, a la pelinegra, a Zulema.
No es que Zulema de repente se convirtiera en un oso amoroso con la que tener cuidado de morir a base de achuchones y arrumacos pero se había relajado notablemente con la chica. Como si la palabra que le había dado Mara, para ella, significara más que cualquier otra cosa.
Fuera como fuera, ahora mismo Mara no concebía la idea de tener que separarse de ella. No aceptaba que en apenas unas horas, se suponía que un barco las venía a recoger para llevarlas lejos de allí y Marruecos se quedara en simplemente un recuerdo. Porque Zulema no iba a ir con ella; en donde sea que las fuera a dejar ese transporte, en los planes de la mora no estaba el quedarse junto a nadie por mucha conexión que tuvieran. Ella era un animal salvaje y solitario, y lo iba a seguir siendo.
Por eso, Mara intentaba inspirar para recoger todo el olor que esa mujer desprendía mientras dormía y así poder memorizarlo. No le había usurpado el cuarto a Zulema, simplemente, que las últimas noches se había vuelto costumbre para Mara levantarse a eso de las dos de la mañana para ir junto a la pelinegra.
Era el único momento que podían disfrutar las dos juntas, explorar toda esa tensión que no disminuía entre ellas y sentirse totalmente ellas mismas sin nadie más que las vigilara. Todas las demás dormían y jamás se habían dado cuenta de lo que pasaba detrás de esa puerta.
Y ahí es donde se encontraba ahora mismo la chica, aferrada al cuerpo de la mora. Así se quedaban cuando acababan: abrazadas y dormidas hasta que los primeros rayos de sol aparecían. Esa era la señal para que la chica volviera a su cuarto y hacer como si nada hubiera ocurrido.
Era increíble lo que hacía el tiempo. El tiempo no se detenía, ni mantenía nada en su lugar; el tiempo cambiaba, terminaba y empezaba cosas. El tiempo hacía que una persona se convirtiera en otra, que una situación se convirtiera en otra, que una relación inicial de odio se convirtiera en otra, totalmente diferente.
Ahí estaba Mara que había ingresado en prisión como si de una serpiente cascabel se tratase, silenciosa, astuta, salvaje y capaz de cazar al animal más grande y feroz que había en Cruz del Sur y ahora, después de cuatro meses, el tiempo había hecho que se convirtiera en un adorable animal doméstico, enamorada del animal salvaje.
Con cuidado y sigilo para que Zulema no despertara y notara su ausencia, la chica se levantó para dirigirse hasta la cocina a por un vaso de agua. Otra cosa que tenía el desierto era que hacía un calor y una humedad agobiante. Era lo único que odiaba de ese sitio cuando tenía que ir de misión con el CNI, el calor infernal que hacía y los cambios tan drásticos en el clima.