CAPÍTULO XVI

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El día aún no acababa, eran apenas las 18:00h de la tarde y Mara sentía como si le hubieran pateado el estómago un sinfín de veces. Estaba agotada física y psicológicamente. La llamada con Castillo la había dejado fuera de juego, pero eso había sido solo la última gota para terminar de llenar el vaso. El día iba bastante cargado de emociones y momentos. No podía pasar nada más. 

Aunque aún seguía diluviando, la chica salió al patio para respirar aire fresco. Como hacía cuando había sol, se recostó sobre la grada más alta, disfrutando de todas las gotas que caían en su rostro. 

En el patio no había nadie más, debido al frío que hacía y la lluvia. Hasta los funcionarios, que la miraban desde sus cobijos, pensaban que esa chica no podía estar en sus cabales. Aunque a ella, eso le daba igual, ese momento estaba siendo revelador y gratificante. Al fin, conseguía un momento de absoluta soledad desde que había entrado en la cárcel. 

Pensaba en absolutamente todo, en Castillo, en Zulema, en la reducción de condena, en su familia. Reflexionó sobre todo e imaginó en su cabeza, una especie de balanza donde colocaba cada frente que tenía abierto. ¿Qué pesaba más, su libertad o no dejarse engatusar por esa gente que tanto odiaba? ¿Hacer sentir orgullosos a sus padres o ser fiel a sí misma? ¿Intentar desarmar del todo a la mora o rendirse a los instintos animales que ella producía en su interior? 

Hubiera pagado para hacer que su cuerpo aguantara más ante el frío, pero para su pesar seguía siendo humana y seguía sintiendo los temblores producidos por las bajas temperaturas a las que estuvo sometida durante unos treinta minutos ahí fuera. Tuvo que verse obligada a entrar al interior del agujero y de nuevo sentir esa sensación continua de privación de la privacidad. 

A cada paso que daba en el interior de la galería, comenzaba a notar cómo su cuerpo se empezaba a tensar y aunque ella hiciera lo que fuera, no podía controlarlo. Sentía como si algo invisible le estuviera oprimiendo el pecho. Sus manos comenzaron a temblar y su cabeza se había convertido en una jodida peonza. 

Subió las escaleras de la galería para dirigirse a su celda y así poder tumbarse para recuperarse. Le estaba dando un pequeño ataque de ansiedad. Era como si todo aquello que debió sentir en sus primeras días de encierro, lo sintiera ahora de golpe y porrazo. 

Era una reacción natural de su cuerpo. Ella no había permitido que esos sentimientos la abordarán cuando llegó a Cruz del Sur, los había reprimido y se había convertido a ella misma en una especie de estatua, dura y fría. Pero siempre dicen que el cuerpo tiene memoria y ahora es cuando le estaba devolviendo todo la contención a la que se vio sometido. 

A duras penas llegó a la celda. Para su desgracia, en la celda estaban todas sus compañeras que nada más verla, notaron que algo iba mal en ella. 

—Ey, paya, ¿Estás bien? —preguntó la gitana, saltando de su litera al suelo y acercándose a ella. 

Mara no contestaba. Estaba luchando por controlar su respiración y no hacer resentir más su cuerpo. La mora la miraba desde la mesa que estaba en el centro de la celda, mientras fumaba, soltó el cigarro y se puso en guardia por si tenía que hacer algo. 

—A esta le está dando algo, eh. —volvió a hablar Saray, mientras la agarraba de un brazo. 

—Ataque… ansiedad —consiguió decir, con un esfuerzo olímpico, ya que se iba quedando sin aire para su desgracia. 

—Me cago en mi puta vida. Pa' enfermería. ¡Vamos! 

—¡Quieta, gitana! Tumbala en su cama, yo tengo pastillas para la ansiedad —afirmó la mora. Se levantó de la silla para buscar su neceser donde guardaba todas las mierdas de pastillas que le daba Sandoval. 

𝐅𝐔𝐄𝐑𝐀 𝐃𝐄 𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐎𝐋 ~𝘻𝘶𝘭𝘦𝘮𝘢 𝘻𝘢𝘩𝘪𝘳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora