3. Viejas heridas

890 49 31
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El director salió de su despacho, cerró la puerta con un giro de llave y se guardó el llavero en el bolsillo del pantalón

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El director salió de su despacho, cerró la puerta con un giro de llave y se guardó el llavero en el bolsillo del pantalón. Al levantar la vista, descubrió a Vera acurrucada en la butaca del vestíbulo. Se quedó quieto viendo cómo ella lo miraba con resentimiento. Parecía una criatura desvalida y frágil, enfrentando al enemigo con unos colmillos que aún eran de leche.

Tras unos segundos contemplándola, comenzó a andar; sus pisadas sonaban fuertes y sólidas. Vera se puso en pie, alerta ante cualquier posible amenaza. Sin embargo, cuando el director se detuvo a su lado, ella no mostró intenciones de atacar. Parecía haberse rendido ante el gran poder de su adversario. Poco a poco, su rostro se fue destensando.

—No le conozco lo suficiente como para saber si puedo confiar en usted —dijo. Su voz sonó ligeramente ronca después de tantas horas sin hablar.

—No le queda otra alternativa —respondió él con agilidad.

La muchacha guardó silencio y bajó la mirada, avergonzada por lo que había ocurrido en su habitación.

—Salgamos fuera —propuso Suárez—. Le vendrá bien respirar un poco de aire fresco.

Vera lo siguió a pocos pasos de distancia. Recorrieron el vestíbulo sin hablar, bajo la mirada indiscreta de la recepcionista que cubría el turno de noche, que nunca había visto al director salir del hotel acompañado de una de sus huéspedes.

La marca de su piel © PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora