16. Reunión improvisada

810 37 41
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Vera llegó a casa del director casi arrastrando los pies

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Vera llegó a casa del director casi arrastrando los pies. Estaba agotada, la sensación de cansancio se había acentuado tras las largas horas en el instituto. Dejando escapar un profundo suspiro, se detuvo frente a la puerta de madera y permaneció indecisa unos instantes. Alzó la vista y se quedó contemplando la fachada. Miró hacia la ventana del piso superior, justo encima de la marquesina de tejas. El dormitorio de Cristián tenía la persiana bajada hasta la mitad.

Buscó la llave que le había dado Suárez en el bolsillo del pantalón y la sacó. Mientras la miraba con cierta duda, la luz del sol se reflejó en la superficie metálica, cegándola por un instante. Sin pensarlo más, dio un paso adelante y la metió en la cerradura. Luego la hizo girar. Empuñó el pomo y la puerta se abrió con suavidad, de modo que entró y luego volvió a cerrar sin hacer ruido.

Dejó su mochila en un rincón del vestíbulo y caminó discretamente por el pasillo. Se percató del olor a perfume, a perfume caro de mujer y pudo además distinguir otro olor. Un olor que había quedado grabado a fuego en su memoria. Oyó una risa muy cerca. Tras dar unos cuantos pasos más se detuvo en seco en la entrada del salón, paralizada e impactada por la escena que estaba presenciando.

Cristian y Melisa estaban parados en el centro de la sala. Estaban tan cerca el uno del otro que casi se tocaban. Melisa se movía como una gata en celo, desplegando todas sus armas de mujer. Cada gesto, cada palabra, cada mirada iban destinadas a atraer y cautivar a su alumno. Cristian, que seguramente estaba acostumbrado a que todo tipo de mujeres coquetearan con él, parecía haber pillado al vuelo las intenciones de la profesora y participaba con gusto de ese juego de seducción. Su postura corporal era perfecta, sus movimientos elegantes, y se comportaba de manera encantadora, consiguiendo ejercer sobre ella un efecto implacable y absolutamente arrollador. Melisa sonreía, flirteaba y le provocaba una y otra vez. En ese momento se aproximó a su oído con descaro para susurrarle algo y él se echó a reír con gesto travieso.

La marca de su piel © PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora