XI: El diablo y el ángel

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Los rugidos del público creaban ondas vibratorias en todo el lugar. El aroma del sudor y de la sangre se aunaba en el aire y entraba en las fosas nasales de los espectadores. La voz del árbitro indicando a los ganadores y perdedores de cada round, alzándose por el resto y creando oleadas de adrenalina al gritar el nombre de los indiscutibles campeones.

Derek secó el sudor de su frente, escupiendo al suelo la sangre que brotó de las cortaduras internas en su boca. El hombre frente a él, un peleador de Brasil del cual Derek había escuchado varios rumores; sonreía.
No esperaba la participación de un rival digno esa noche, Gerard iba a tener que darle explicaciones.

El árbitro indicó que podían continuar la pelea; Derek hizo oscilar sus hombros y levantó los puños en defensa. Cuando su contrincante se abalanzó contra él con un juego de patadas bajas y rodillazos, Derek conectó un golpe en el diafragma del hombre. El público gritó su nombre.
Esquivaba algunos golpes, recibía otros. Pero el destino de esa pelea ya estaba escrito.

Hale iba a destrozarlo.

Cayó al suelo y se levantó de golpe, impulsándose con sus manos a los costados de su cabeza y curvando su espalda. Sus piernas hicieron de resorte y lo ayudaron a colocarse de pie en un solo segundo. Giró sobre su eje y con una pierna a la altura de su pecho, lanzó una patada que encajó
directamente en la quijada del contrario.

Podía sentir como el aire que entraba a sus pulmones quemaba todo a su paso. Su cuerpo secretaba adrenalina y fuego. Soliviantado por el sabor metálico de su propia sangre, por el dolor nimio de su cuerpo. Quería destrozar al hombre frente a él.

Lo tomó del cuello, alzándolo en el aire y haciéndolo caer sobre sus hombros. Se enredó en el cuerpo del brasileño en una llave y logró capturar su pierna izquierda. Las vociferaciones del público exigían que terminara con la vida de su oponente. Sonrió, sabiendo que por esa noche, la corona permanecería en su cabeza.

El bramido de dolor del hombre cuando le rompió la pierna fue la señal de que la pelea había terminado.

Todos alababan a su emperador, entregaban sus pútridas almas al rey de aquel infierno.

Derek alzó los brazos, rugiendo y girando en todas direcciones. Vio a Ley en una esquina, aplaudiendo con ambas cejas enarcadas y una sonrisa complacida. Derek quiso retarlo ahí mismo, acabar de una vez con los rumores que comenzaban a aparecer, indicando que el oriental era incluso mejor que el gran Derek Hale.

-Bien hecho, Derek, como siempre- El árbitro palmeó su hombro y bajó del ring.

Se colocó las prendas de vestir que aguardaban por él, con rapidez. Las felicitaciones de su mercenas a sus espaldas sonaban como un molesto zumbido y sin responder, abandonó el sector apartado donde estaban los peces gordos.

Gruñó y golpeó a aquellos que intentaban acercarse a él. En ese momento solo había un pensamiento en su cabeza; venganza. Los escalones que conducían a la salida de aquel antro se le hicieron eternos, quizás era la ansiedad de saber que cada segundo que pasaba era un segundo menos que podría usar torturando a esos bastardos.

-Ya están ahí- Theo. Su compañero se encontraba afuera de las puertas que guiaban al Under. Sostenía un cigarrillo con la boca y su esculpido torso estaba al desnudo.

Esa noche también había peleado, llevándose dos vidas con sus manos. Derek vio la venda en el tobillo de Theo y gruñó por lo bajo.

-Tu pie- Exigió saber.

No era normal en él preocuparse por otros. Pero uno de los peleadores que luchó contra Raeken, al verse humillado por este y en un acto de desesperación. Desde el suelo agarró el pie del príncipe y lo desgarró con sus dientes cual caníbal por encima del tobillo. Era primera vez que veían algo así...

Prisionero (adaptación) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora