Capítulo XIX: La historia de Ludo

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Sabía que Elma no iba a perdonarme fácilmente

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Sabía que Elma no iba a perdonarme fácilmente. No la culpaba, le había ocultado información importante, cosas que podrían haber cambiado su forma de ver el mundo. Pero hace catorce años había aprendido que los secretos eran la mejor forma de proteger a los que amaba. La verdad los hacía actuar, buscar una forma de cambiar las cosas, de solucionarlas, las mentiras los mantenía metidos en una burbuja de ignorancia que, si bien era fácil de romper, los mantenía felices y conformes por un tiempo. Hasta que él hacía que todo estallara.

—Norman, Elma y Alex ya saben todo, hay que vigilarlos —le envíe el audio a mi amigo.

Norman siempre me había apoyado, por lo menos desde que lo conocí cuando mi madre lo contrató para cuidarnos, a Alexia y a mí, antes de morir. Desde ese entonces se había mantenido en mi vida sin réplicas. Gracias a él había logrado sobrevivir en la cabaña del bosque. Gracias a él pude mantener alejadas a mis hijas y a mis sobrinas de mi padre. Gracias a él había salido adelante con cuatro niñas pequeñas dependiendo de mí. Incluso me había ayudado a cuidarlas todos los años que estuve estudiando para convertirme en médica.

«Se van a quedar en mi casa hasta que todo esto acabe», me respondió. No iba a quejarme, él sabría cómo manejar a Elma, también podría mantenerla vigilada para que no cometiera ninguna locura. «Creo que leyeron mis diarios, por eso quieren la cita con el psicólogo, deben haber averiguado lo de las pastillas para dormir», agregó luego de unos minutos.

—Necesito que le consigas la cita con el psicólogo a Elma, lo necesita, mucho más después de todo lo que él le mostró en la última pesadilla, además, si ella logra librarse de él por las noches, vamos a poder averiguar quién es y detenerlo cuando se acerque a ella —le dije al momento en que él respondió mi llamada.

—Medicar a Ela no es la solución, Ludo, ya habíamos hablado de eso...

—Tú no sabes lo que él le muestra o le hace sufrir en esas pesadillas, Norman, ya bastante la torturó en estos seis días. No quiero que él le muestre algo más y que ella no lo pueda superar —solté esperando que él no descubriera el sentido oculto en esa petición.

—Tengo un amigo que es psicólogo, no creo que le moleste darme una orden para esas pastillas si le cuento como es la situación con Ela, después va a poder agendarme un turno en la semana —se resignó Norman.

Suspiré aliviada y dejé que él fuera quien acabara la llamada. Observé como mis hijas charlaban en el patio. Sus cabellos dorados estaban hechos un desastre, como desde el día de su nacimiento, y sus ojos verdes estaban clavados en la rama de uno de los árboles. Habían heredado mucho de su padre.

Salí de la cocina y me dirigí a mi habitación. Elma querría que le diera todo lo que tenía de Caleb. Busqué entre las cajas al fondo de mi armario y saqué un pesado baúl de madera. Vacié su contenido sobre el suelo de mi cuarto y le saqué el fondo falso que tenía. Allí era donde ocultaba todas las fotos donde aparecía Caleb con Alexia y las gemelas. Los cuatro habían sido muy unidos en su momento, incluso con las insistencias de mi padre por deshacerse de las niñas. Necesitaba hablar una vez más con Elma al respecto, ella debía saber que la madre de Caleb seguía viva y que por lo único que ella no la conocía era porque se había mudado a otro país luego de que Caleb muriera, su esposo se suicidara y Norman me consiguiera la custodia de las gemelas. En ese momento, odie no haber permitido que ella se las llevara, me había confiado demasiado, había pensado que él no iba a regresar y por eso Ada había muerto.

Noche de tormenta (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora