Capítulo XXIII: Plazo final

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Eran las doce y diez de la noche y la tormenta aún no se había desatado

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Eran las doce y diez de la noche y la tormenta aún no se había desatado. Me asomé por la ventana, las nubes recién comenzaban a acumularse en el cielo. Nos quedaban veinte minutos más para escapar. Norman estaba con su vista clavada en Alex. El castaño había estado fingiendo toda la tarde un fuerte dolor de estómago y de tripas, y Norman se lo había creído.

—Voy a buscar mi celular a la habitación —avisé dos minutos después cuando terminamos de comer.

Ya en el cuarto, me saqué mis jeans grises y busqué la sangre falsa que Alex me había conseguido. Recordando las otras veces que me había manchado, volqué un poco del líquido carmesí sobre la línea de la costura, me los volví a colocar y bajé las escaleras con otros pantalones en las manos que lancé hacia el baño antes de ingresar en el comedor. Norman seguía con su semblante preocupado, sus ojos igual de verdes que los de su hijo resplandecían con preocupación.

—Si mañana por la mañana te sigues sintiendo así, Alex, vas a tener que permitirme que te lleve al médico o que Ludovica te vea, cualquiera de las dos opciones —le dijo a su hijo y por un minuto me sentí mal por estar engañándolo.

Me senté en mi lugar y Alex esperó unos segundos para comenzar con el espectáculo.

—Ay, no —se lamentó el chico, levantándose de un salto de su lugar, con sus manos posadas sobre sus tripas. Era mejor actor de lo que yo sería en mi vida—. Tengo que ir al baño —le avisó a su padre y corrió escaleras arriba.

Esperé dos minutos como habíamos pactado y abrí mis ojos espantada. Norman me prestó atención.

—Perdón, perdón, perdón —repetí con culpa al mismo tiempo que me levantaba y observaba la silla.

—¿Qué pasa, Ela?

—Olvidé que hoy me bajaba el periodo y no me puse ninguna toallita... sin querer manché la silla —dramaticé. Norman se levantó de su asiento y se acercó, no parecía perturbado por lo que acababa de decirle.

—No pasa nada, Ela, yo lo limpio, tú ve al baño —me indicó.

Me disculpé una vez más en voz baja y corrí al baño. Cerré la puerta con llave y me cambié de pantalón. Por suerte, la sangre falsa no había penetrado la ropa, así que en verdad no me había manchado. Me asomé por la ventana y salté. Alex me sostuvo cuando perdí el equilibrio al tocar el suelo.

—Me da un poco de lástima mentirle a tu padre —le susurré mientras me acomodaba mi buzo.

—A mí también, él se va a enfurecer y preocupar cuando se dé cuenta de que nos fuimos —concordó mientras comenzábamos a caminar.

—¿Trajiste la caja de fósforos?

Él la sacó de su bolsillo y me la enseñó, luego la volvió a guardar.

Seguimos caminando entre las sombras de las veredas. No podíamos arriesgarnos a estar en medio de la calle cuando el padre de Alex saliera buscarnos. Cada cinco minutos observaba mi celular. Las llamadas de Norman y de mi tía estaban a punto de comenzar.

Noche de tormenta (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora