Capítulo XIII: El estudio de Norman

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Alex se removió, incómodo, en su cama

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Alex se removió, incómodo, en su cama. Estaba impaciente por lo que debía contarle. Pero yo estaba demasiado ocupada distrayendo a Dora del hecho de que ya la habíamos dejado de lado. No la habíamos sacado de la investigación a propósito, simplemente no hablamos el día que desenterraron a Ada. Tampoco le había contado de la pesadilla ni lo de la visita del demonio. Y las cosas habían salido relativamente bien desde ese punto, no nos habían descubierto, no nos habíamos metido en más problemas y también habíamos notado que, sin ella, las discusiones habían acabado.

—No sé por qué debes darle tantas explicaciones, ella antes casi no te hablaba —se quejó Alex.

—Pero ahora somos amigas y...

—Y me dijiste que se está juntando con un chico que tiene los mismos ojos que el demonio y que no le da importancia a eso, no veo cómo es que pueden ser amigas.

Puse los ojos en blanco. A Alex no le agradaba ni un poco Dora. Aunque aún no terminaba de comprender del todo sus motivos, solo sabía que era un problema que venía desde mucho antes de la muerte de Ada.

—Alex, te quiero, pero te estás comportando tan intenso como se comporta ella a veces —lo acusé y él sacudió el cabello al mismo tiempo que me esquivaba la mirada.

—Con ella no es solo a veces, es todo el tiempo —soltó en voz baja y me dio la impresión de que no era para que yo lo escuchara.

Volví a poner los ojos en blanco y le mandé un último mensaje a Dora en el que alegaba que Alex estaba demasiado insoportable y que en ese momento no podía hablar. Ya tendría tiempo para inventarme una excusa mejor.

—Bien, de la charla que tuvo mi tía con tu padre ayer, pude sacar mucha información —comencé y él enseguida me prestó atención. Sus ojos verdes buscaron los míos y brillaron con renovado interés—. Pero lo más importante es que tu padre ayudó a que mi tía sobreviviera al demonio —anuncié.

Él se levantó de la cama y se acercó al asiento del escritorio, lugar donde me encontraba.

—¿Cómo? —cuestionó, agachado a mi altura.

—No lo sé, creo que ni ellos lo saben, por lo que entendí, fue cuestión de suerte.

El rostro se le arrugó con decepción.

—¿Qué más? —inquirió ya sin tanta emoción.

Se dejó caer sentado en el suelo alfombrado de su cuarto, justo frente a mis pies.

—Sé que a mi tía también le hablaba en las pesadillas.

Alex se sacudió en el piso. A él las pesadillas le resultaban tan desagradables como a mí, ya que yo le narraba todo lo que sucedía en ellas para ver si encontraba algo que a mí se me hubiera escapado.

—Otra cosa que escuché es que está haciendo la tortura diferente conmigo.

—¿Por lo del dedo?

—Sí.

Noche de tormenta (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora