Día 8: Gafas

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Hagrid lo había dejado solo por un momento mientras él entraba a comprar sus túnicas en la tienda de Madame Malkin.

Harry pocas veces en su corta vida había ido de compras. La mayoría de lo que vestía era heredado de Dudley, y todo aquello que era imposible de ajustar a su medida o que necesariamente tenía que ser nuevo, lo conseguía tía Petunia, con la estricta regla de que él no podía elegir nada.

Ahora, no solo compraría en una tienda de magos, porque lo magos existían y precisamente él era uno de ellos, sino que tenía que utilizar dinero mágico y no sabía si había entendido bien el valor de cada moneda. Hagrid tampoco le había explicado sobre equivalencias con respecto a las libras, por tanto, si lo querían estafar, sería un blanco fácil.

Repasando mentalmente lo único que le había dicho el guardabosques sobre los galeones, sickles y knuts, empuja la puerta de la tienda. Una campanita sobre ésta anuncia su llegada. Harry da apenas dos pasos y sube la mirada para buscar a dónde dirigirse o con quién hablar. Pero se queda muy cerca de la puerta, y un mago, que al parecer iba muy corto de tiempo, pasa junto a él veloz, empujándolo accidentalmente. Harry se tambalea y luego de un par de trompicones sus gafas caen al suelo. Quedan justo en el marco de la puerta y no alcanza a sacarlas antes de que ésta se cierre. Oye inmediatamente el sonido de ellas al romperse.

Con la vista nublada y soltando un quejido, se apresura por recogerla notando que es peor de lo que pensaba. Por la mitad. Estaban rotas por la mitad y los cristales estaban trizados. Le invaden las ganas de llorar porque sabía que los Dursley no le comprarían otras nuevas luego de lo que pasaron para evitar que abriese su carta de admisión, y si no tenía gafas nuevas ¿cómo podría estudiar en su nuevo colegio? ¿cómo podría aprender magia y hacer los pequeños trucos que hasta ahora le había visto hacer a Hagrid?

Con el corazón en un hilo, recuerda entonces su bóveda, la que hace menos de una hora conoció. Ahí tenía dinero. Tenía suficiente. Sólo tenía que decirle a Hagrid que lo llevase a algún lugar en dónde pudiesen reparar sus gafas.

—Oye ¿Por qué no la reparas con magia? -la voz de un chico interrumpe sus pensamientos. Sube la vista, aunque poco le sirve puesto que la cortina nublada le impedía ver con claridad quien le hablaba. Distingue una silueta, claro, de un chico pálido y con el cabello rubio.

Harry no quiere responder que no sabía, pero antes de excusarse el otro vuelve hablar.

—¿No sabes, cierto? -no espera una respuesta —Bah, tus padres son de esos ¿no? Se apegan a las reglas y no te dejan hacer nada de magia. Dámelas -agrega, sin embargo, se las quita de las manos antes de que él pudiese contestar.

Lo que ve a continuación es a un chico de ojos grises que le acomoda las gafas con ambas manos, a pesar de que en una de ellas se balanceaba una varita. Con expresión seria examina el resultado de su conjuro, y cuando parece satisfecho, sonríe.

—¿Han quedado bien?

—Perfecto. Muchas gracias.

El chico parece a punto de decir algo, pero una mujer alta y con el cabello tan rubio como el del chico, se aparece de alguna parte para indicarle que se fuese a tomar las medidas.

No tarda en aparecer otra mujer, pero esta vez se dirige a él. Harry le explica lo que necesita y un par de minutos después, está nuevamente con el salvador de sus gafas.

—Ah, también vas a Hogwarts -le dice, mientras la dependienta del lugar le toma las medidas —¿Sabes a qué casa irás? Por supuesto que nadie lo sabe exactamente, pero estoy seguro de que iré a Slytherin. Toda mi familia ha ido ahí. Si no quedo en esa prefiero abandonar el colegio ¿Te imaginas ir a Hufflepuff? Que vergüenza.

Fictober | Drarry y otros ships.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora