⇢𝑱𝒂𝒌𝒆 𝑺𝒉𝒊𝒎⇠

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"Estoy aquí, mi amor, estoy aquí. Velando tus naufragios en las noches en las que nadie responde, en las heladas madrugadas vacías, en las tardes de desesperación y de locura. (...) Pero nunca dudes de que, en la fiebre del fracaso o en la sed de la angustia, en el abismo de la ansiedad y del desasosiego, estoy aquí, amor mío, estoy aquí."

Luis Alberto de Cuenca

Sus sollozos hacían eco en la desolada sala y aquello no hacía más que hacerlo sentir peor. Seguro se veía ridículo, llorando solo como un niño pequeño. ¿Qué dirían sus compañeros si lo vieran así? ¿Sus padres?

Luego de haber logrado entrar entre los 7 miembros que debutarían, se sintió orgulloso. Por primera vez pensó que tal vez si merecía ese lugar, junto a aquellas personas llenas de talento. Pero, por supuesto, la confianza le duró poco. Lo supo con exactitud en cuanto las preparaciones para su inminente debut dieron comienzo.

Incluso los miembros más jóvenes parecían adaptarse con facilidad, aprendiendo las coreografías en poco tiempo y logrando lucirse de sobremanera frente a las cámaras durante los photoshoots. Entonces, ¿por qué era el único que parecía no encajar? ¿Por qué se había quedado estancado, perdido en una maraña de información que aún no podía procesar?

Su pecho se estrujó con violencia, sintió que el aire lo abandonaba nuevamente y comprendió lo que se avecinaba, siempre comenzaba así. Se preparó mentalmente para lo que sucedería en cuanto el suelo comenzó a dar vueltas y su vista a nublarse, pero no contó con aquellas cálidas manos que lo sostuvieron por las mequillas.

—Vamos, mírame—le pidió con suavidad, Jake sintió que la voz de la chica frente a él era un salvavidas frente a la bruma que lo consumía, y se esforzó por aferrarse a ella con todas sus fuerzas—. Eso es, respira conmigo.

Las dulces palabras lo trajeron lentamente a la realidad, y se sintió aliviado como no lo había hecho en meses. Pero una vez que el miedo lo abandonó, la vergüenza tomó su lugar.

—Lo siento—se disculpo mientras ocultaba su rostro entre las rodillas, sintiéndose impotente por permitir que lo vieran de esa manera, tan vulnerable.

La chica lo observó unos segundos antes de responder, extrañamente su temblorosa figura le recordaba a los días cuando había estado en su posición. Pérdida entre no saber su lugar y no poder alcanzarlo aunque lo supiera. Quizá ello no había sido la causa por la cual lo ayudó a superar aquel ataque, por supuesto que no necesitaba una razón para correr a su auxilio en cuanto lo vio hiperventilar. Pero si sería la causa por la que se sentó frente a él, dispuesta a ayudarlo sin importar el motivo.

—No hay nada por lo que debas disculparte—lo tranquilizó, cuidadosa de sus palabras—¿Quieres... contarme qué sucede?

El silencio del chico la preocupó, tal vez había sido demasiado directa, después de todo él no la conocía. Pero ella siempre había sido una persona muy honesta cuando de palabras se tratara, y no podía evitar el soltarlas antes de poder morderse la lengua.

—Está bien si no quieres decirme—le dijo finalmente, lista para ponerse de pie—.Puedo dejarte solo si eso prefieres—esa era la mejor alternativa que se le podía ocurrir, puesto que no todas las personas eran iguales. Si bien ella hubiera preferido un abrazo para tranquilizarse, entendía que el chico tal vez necesitaba tiempo a solas.

O eso creyó hasta que sintió un agarre en el pantalón, justo sobre el tobillo. Se dio la vuelta con sorpresa, claro que no esperaba que el menor la sostuviera de imprevisto, pero no iba a quejarse.

—Quédate, por favor—le pidió en un susurro. La vergüenza había sido suplantada por la urgencia de tener compañía, pues presentía que en la soledad de la sala, la angustia lo consumiría por completo.

—Creo que entiendo como te sientes—comenzó ella luego de un par de minutos de silencio, sus palabras captaron la atención del chico quien levantó la vista para encontrarse con la suya—, y está bien sentirse así pero no deberías dejar que te afecte tanto.

La chica terminó la frase esperando alguna respuesta pero, por el contrario, el chico frente a ella se limitó a regresar la mirada a sus manos. Suspiró suavemente, no sabía manejar las palabras, estas solían arremolinarse en su mente impidiéndole expresarse con claridad, pero se negaba rotundamente a rendirse.

—Tal vez no sepa exactamente lo que está preocupándote así, pero puedo hacerme una idea—comenzó nuevamente, esta vez con más calma—. Si estás pensando que no mereces estar aquí, déjame decirte que estás muy equivocado.

—¿Cómo podrías saber eso?—le cuestiono, aún con la cabeza gacha. Pese a que la atención del triste chico seguía clavada en sus manos, festejó que al menos su desesperado intento de ayuda estaba funcionando.

—Lo sé porque estás aquí—le aseguró, ganándose una mirada confusa por parte del otro. Claro que estaba ahí, y ese era el problema—. Lo sé porque yo también estoy aquí, y puedo jurar que nadie te regalo el puesto que tienes, cariño.

Jake quiso sonreír, el amoroso apodo le recordó a su madre, y su pecho se sintió cálido.

—Sé que sientes que no puedes hacerlo, que todos los demás parecen estar muchos pasos por delante, pero no es así—la chica se acercó un poco más, dispuesta a transmitirle todo aquello que había querido que alguien le dijera cuando estuvo en su lugar—. Haz llegado hasta aquí porque eres talentoso, porque tienes potencial y porque haz sacrificado mucho para conseguirlo. Tal vez puedas sentir que estás fallando porque te cuesta adaptarte a lo rápido que se mueve este mundo, pero no es así. Lo estás haciendo genial, y no hace falta fijarse mucho pues cualquier persona que te viera estaría orgullosa de lo que haz logrado.

Sus mejillas volvieron a empaparse pero esta vez el miedo no lo asfixiaba, sentía que aquellas saladas lágrimas que corrían por su rostro lavaban todo el peso que había cargado en sus hombros.

Tal vez, sólo tal vez, se sentía capaz de lograrlo. Y aunque la idea de fracasar aún rondaba por el fondo de su mente, ya no lo asustaba. No cuando el olor a duraznos lo envolvía y la calidez de sus brazos lo hacían sentir nuevamente en casa.

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