⇀𝘒𝘪𝘮 𝘚𝘶𝘯 𝘞𝘰𝘰↽

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"(...) Anoche me acosté sin ti,  con un poema sin terminar. Pensado y no dicho, sin ser escrito, ni masticado. Sin que le des el soplo divino. (...) Las letras no llegaron a tiempo. Tu nombre le faltó a este espacio. Tu risa dejó un enorme vacío. Mi tiempo se hizo uno con el frío de la noche."

Jorge Narváez C

Jorge Narváez C

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Segunda parte

Sus ojos seguían el movimiento de las ramas del árbol frente a su ventana. Esperaba que allí, en la tranquilidad de su habitación y la comodidad de su cama, la calma la alcanzara, y por fin su pecho, dejara de doler. Había hecho de todo, pero aquella presión seguía allí, quitándole el aire.

Aún así, sabía con claridad cual podría ser la solución, pero como en todas las anteriores ocasiones, desechó la idea en cuanto esta hubiera cruzado su mente.

No podría hablar con él, al menos hasta que pudiera pronunciar las palabras sin largarse a llorar. Porque consideraba injusto agobiarlo con sus problemas, justo cuando estaba viviendo su mejor momento.

Habían pasado días desde la ultima vez que escuchó su voz, y lo extrañaba. Así que allí, tendida sobre sus suaves mantas, imaginó el cuerpo del chico a su lado, tarareándole una suave melodía, como lo había hecho cada vez que buscaba calmarla.

El sonido del celular sobre su mesilla volvió a interrumpir en el silencio de la noche, y se sintió morir en cuanto leyó su nombre en la pantalla. Jamás lo había ignorado de aquella manera, pero ¿qué más podía hacer? Si el chico la conocía más que ella misma, y no tardaría ni un segundo en notar que algo andaba mal. No podría mentirle, y tener que confesar lo que había pasado en los últimos días se sentía incorrecto.

Seguro la odiaría. Si supiera que aquello había sido su culpa.

La odiaría en cuanto se enterara de que su hermano había muerto, que había pasado sus últimos días sufriendo, agonizando del dolor en una triste habitación de hospital, y que dio su último aliento luego de rogar que acabaran con su vida de una vez, porque ya no lo soportaba.

No querría oír de ella nunca más. Y no lo culparía, por supuesto que no. Porque, después de todo, no exisitía otro culpable en aquella historia más que ella misma.

Si tan sólo hubiera escuchado, si tomara la correa como es debido. Tal vez así su perro no habría escapado, en dirección a la calle. Tal vez así su hermano no lo seguiría.

Tal vez así, aquel auto no lo habría embestido.

Tal vez, aún seguiría vivo.

Pero la incertidumbre de lo que podría haber pasado, ya no servía de nada. Porque él se había ido, dejándola llena de odio hacia si misma. Deseando ser quien ocupara su lugar.

La entrecortada voz de Sunoo llegó a sus oídos, aquél mensaje lleno de dolor terminó por romperla.

Creía que era lo mejor, ¿pero realmente lo era?

Si de todos modos terminaría por perderlo, ¿por qué no simplemente contarle la verdad?

Quizá porque prefería que su amistad se marchitara por perder el contacto, que él se enfadara por ignorarlo sin darle explicaciones. Prefería aquello a la alternativa, esa donde él la odiaba.

No podría soportarlo, que la considerara un ser repugnante como ella lo hacía. Pero tampoco podría soportar una realidad sin él. Así que debería simplemente rendirse, dejar que el destino elija su futuro, y el de aquella amistad.

Y con esa idea en la cabeza, comenzó a marcar su número, pero terminó por arrepentirse. Aquello no era algo que contar por teléfono, ¿verdad? Prefería ver su reacción en persona, aunque así el rechazo le doliera mil veces con más intensidad.

En cuanto sus pies estuvieron frente a la gran puerta, repasó lo que diría. Imaginó la cara que Sunoo mostraría, y eso sólo sirvió para que las lágrimas volvieran a caer por sus mejillas, justo cuando la pesada madera se abría ante ella.

—¿Noona?—la voz del chico solo causó que doliera aún más. Y sus calidos brazos la hicieron sentir asquerosa, ¿realmente merecía aquello? ¿Volvería él a abrazarla con tanto amor en cuanto supiera la verdad?

Y allí finalmente se rompió. Se convirtió en un desastre de sollozos y balbuceos mientras le contaba todo lo que había pasado. Cada momento, cada detalle, cada sensación.

Pero al contrario de lo que tanto había temido, Sunoo no la soltó. Sus brazos la estrecharon con fuerza, y más tarde, en la tranquilidad de su habitación, acarició su cabello con suavidad.

—Lo siento, debí estar allí para ti— le dijo y ella quiso golpearse. No era él quien debía disculparse.

Después de todo, había sido ella la tonta que creía que un ser tan puro como aquel chico, podría odiarla. Porque siempre había sido así, sin importar lo mucho que se detestara a si misma, el pequeño chico siempre estaba allí para recordarle lo importante que era, lo mucho que valía.

Incluso en aquel momento, se aseguró de que entendiera que aquello no era su culpa, jamás lo sería.

En la calma de sus brazos, finalmente entendió lo tonta que había sido al evitarlo. Pues las dulces sonrisas de Sunoo, la calidez de sus palabras, y el amor de sus ojos, podían hacerle olvidar todo lo malo.

 Pues las dulces sonrisas de Sunoo, la calidez de sus palabras, y el amor de sus ojos, podían hacerle olvidar todo lo malo

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