|P r ó l o g o|

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Término de guardar las ultimas pertenencias en su pequeño bolso y lo cerró. Se sentó por un momento en la litera y observo a su alrededor. Ya habían transcurrido cuatro meses desde que llego a ese lugar y ahora, por fin se iría de ahí. A la única persona que extrañaría de ese lugar, seria a Jack Miller. Su compañero de celda que lo había ayudado cuando los matones de Mathew Prendergast lo habían atacado.

Jack Miller era un joven de veinte años, que había sido encarcelado por robo en lugar habitado. La vida de él había sido difícil desde pequeño, y aquello hizo que McFadden se replanteará algunas cosas.

—¿Todo en orden? —preguntó Jack acercándose a Steven.

—Si, todo bien —respondió arrugando el ceño al recordar que su compañero quedaría solo, con aquellos síntomas —¿Jack? —inquirió Steven observándolo. El joven lo observó. —¿te has hecho las pruebas de sangre que te sugerí?

—No —habló tajante —Mantengo mi pensamiento de que, no es necesario.

—¿No es necesario? —el chico asintió —vaya, espero que la próxima vez que nos veamos, no sea en el área de hospitalizados o en tu funeral —agregó enarcando una ceja.

—Siempre tan optimista, McFadden.

—Solo soy realista —habló de forma seria —Aquellas subidas de presión y falta de aire, no me gustan. —agregó a la vez que su joven compañero suspiraba frustrado. —¿te las harás?

—Está bien, tu ganas me las haré, pero con una condición —respondió apuntándolo con el dedo índice, a la vez que a Steven se le borraba la sonrisa del rostro. —Si tú me prometes que pase lo que pase, serás mi médico.

—Me parece justo —se encogió de hombros. —Es un trato —se estrecharon la mano.

—¿Cómo vas con las terapias?

Desde que Steven había llegado al recinto penitenciario, había sido enviado a terapias psicológicas, ya que uno de los procedimientos era que todo agresor recibiera ayuda psicológica, así como a su víctima. Aquello a Steven le estaba ayudando en algunas cosas de su personalidad, pero a la vez había otras que estaban saliendo a la luz, las cuales no quería recordar.

—Bien, supongo —arrugó el ceño.

—A mí me parece que estas mejorando. Aún recuerdo cuando llegaste. Eras un maldito narcisista...

—Vaya, lo mismo me dijo Samantha la última vez que la vi.

—¿Aun te obsesiona el verla?

—No lo sé—arrugó el ceño—aún estoy tratando de conocer a este nuevo Steven.

Los dos permanecieron en silencio, en espera que uno de los gendarmes fuera en busca de Steven.

McFadden nunca imaginó que su vida fuera a cambiar tan rápido y en tan poco tiempo. Cuatro meses antes, era un narcisista testarudo y egocéntrico, que creía que él siempre sería el mejor en todo lo que hiciera. Que pocas personas merecían su atención más que ella, pero se equivocó; y la vida se encargó de enseñárselo de la peor manera.

—¡McFadden, es hora! —exclamó de forma autoritaria uno de los gendarmes que custodiaban los pasillos. Al ver que Steven no se movía agregó—Si quieres, puedo pedir que te aumenten la pena, así sigues más tiempo.

—No, está bien. Lo siento—iba a tomar su bolso, pero Jack lo hizo con una pequeña sonrisa

—Te iré a dejar, hasta el punto que tengo permitido. ¿No es así gendarme Grabeel?

—Si quieres. ¡Ya vamos, estamos en la hora!

Los tres hombres caminaron por los pasillos de aquel sector de la cárcel. Los tres iban en completo silencio, solo oyendo los gritos de los demás internos al verlos pasar. Al llegar al final de aquel pasillo, se detuvieron frente a una puerta. Jack sonrió de lado observando a Steven haciéndole entrega del bolso para luego abrazarlo.

—No te comportes como una mierda, McFadden —le reprochó Jack al rubio quien lo observaba con semblante serio —Sí, te comportaste como una mierda con ella.

—Si, si. Entendí a la primera Jack, no tienes que repetirlo. —suspiró y le estrecho la mano —Cuídate, y por favor, haz lo que te dije. —el chico asintió —bien —observó al gendarme y le estrecho la mano. —Gracias por todo, señor Grabeel.

—Solo no vuelvas a repetir los mismos errores, McFadden —el rubio asintió —Supongo que nos veremos en otras circunstancias.

—Ya lo creo —asintió con una pequeña sonrisa.

El gendarme abrió la puerta, no sin antes posarse delante de Jack para impedirle el paso a una fuga. Steven tomó sus pertenencias y salió de aquel pasillo. Al otro lado de la puerta lo esperaba otro gendarme quien le fue entregando sus pertenencias de valor. Al terminar, firmó un acta y fue acompañado por otro de los gendarmes quien lo guió hasta la puerta de salida. Se estrecharon la mano y Steven, después de cuatro meses de haber estado recluido, volvía a pisar la acera de la calle.

Por un momento observo al cielo, y dejó que los rayos de sol se posaran sobre su rostro. Sintió su semblante algo más relajado, hasta que un automóvil negro con vidrios oscuros se detiene frente a él. La puerta de copiloto y del chofer se abren al mismo tiempo y por ellas salen su mejor amigo, Adam y su padre, Louis respectivamente.

Después tanto tiempo, Steven McFadden volvía a caminar por las calles de Londres como un hombre libre.

[2° Libro]Love is a drug-Los Fantasmas VuelvenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora