CAPÍTULO 18.
CASA MONSERRAT.
Miranda y su esposo se adentraron en el cuarto de Cristal, ella de brazos cruzados en las tinieblas y él a pasos cortos y lentos. Tras su esposa, Esteban encendió la luz, dejando ver la cama aún destendida de su niña, almohadones en el suelo, cojines y su diario abierto en su cama.
—Mira, Esteban. —Miranda se sentó en la cama y lo tomó entre sus manos. Luego sintió el brazo de su marido en su hombro—. Es el diario de Cristal.
—Miranda, no deberías… —es interrumpido por la preocupada madre.
—Sí debo, todo por saber la verdadera historia. —Miranda abrió la página marcada y leyó en voz alta el escrito señalado por una delicada tirita roja.
(…) Creo que me llegó el momento, la verdad es que no se si hago lo correcto al salirme de esta casa, pero lo necesito. Necesito ser libre una vez en toda mi vida, sin que me digan que hacer o cómo vestir. Solo quiero ser yo. (…)
La madre de Cristal no pudo terminar de leer la nota, pues el llanto sustituyó la curiosidad por tristeza.
—¿Amor? —Esteban tomó asiento detrás de ella y le da un ligero abrazo por la espalda.
La mujer sollozaba acompañada de una roja nariz mojada. —Todo es mi culpa, no solo de tu hermana.
Esteban negó. —Linda, no digas eso.
—Es la verdad, mi princesa está secuestrada por una banda de narcos. —Suelta pequeños sollozos—. Si tan solo le hubiera preguntado qué es lo que ella quería para su vida…
—Miranda… —Esteban abraza a su esposa y con cariño acaricia su cabello, quedando ambos en un silencio acogedor.
***
Bajo la luz parpadeante de la habitación de hospital Verónica estaba absorta en sus pensamientos…
Un cuarto de motel, dos personas teniendo relaciones sexuales, y los gemidos de placer haciendo eco en las paredes protagonizaban en aquella escena. Por todo aquel lugar había alguna prenda de ropa tirada.
La chica que no dejaba de emitir sonidos placenteros, tendría de 20 a 25 años. Ella acariciaba, arañaba y volvía a acariciar la espalda del que según a ella le daba el mejor sexo de su vida. Su cabello castaño oscuro tan solo tocaba sus orejas y un poco de su cuello. Sus ojos de mirada profunda combinaban perfectamente con los claros que la miraban.
***
Los días han pasado como un desfile infinito y dos semanas llegaron a su fin, por tanto Verónica ha salido del hospital. Mientras que la policía continúa investigando un caso de secuestro, la secuestrada se encuentra sentada en la única ventana de su habitación.
Mirando las estrellas y la hermosa luna llena, ella dibujaba el rostro de su madre y su padre en un pequeño cuaderno.
<<Los extraño>> Pensó mientras unas lágrimas salían de su rostro.
¿Y a tu tía?
—¡A esa ni loca! —Cerró su cuaderno de dibujos y se levantó para esconderlo bajo los peluches de la cama.
Cuando decidió revisar todo para acostarse a dormir.
<<Grrr>>
Su barriga ruge como león hambriento. Lo que faltaba. No queda más que dirigirse hacia la puerta y bajar como una infiltrada a la cocina.
La abre y mira de un lado a otro para revisar si había alguien, y al no encontrar señales de existencia humana salió de la habitación. En pasos silenciosos camina por el amplio pasillo hasta llegar a las escaleras y bajarlas. Al llegar a la cocina abrió el refri y vio lo que tenía adentro.
Inclinándose hacia delante revisaba la variedad de comida que esta guardaba.
Melocotón…
Manzanas…
Toda variedad de frutas y pizzas del día anterior.
Vamos, Cristal. Escoge que te van a atrapar.
Y como monstruo que sale del armario sintió unos dedos adueñarse de sus caderas, unos dedos toscos y largos. Alzó una ceja, todos sabemos quién es. Pero… ¿Qué hace ahí?
Al encararlo confirmó sus sospechas. ¿Quién si no?
Hansel…
***
A altas horas de la noche no todos en la seria casa Monserrat estaban dormidos, pues una señora estaba sentada en el sillón de su casa vestida como para salir, sentada en el sillón. ¿Sería algo de la biblioteca? Eso no lo sabemos.
Después de que unos pasos se escucharan y Verónica intentaba salir sin ser vista.
—¿A dónde vas a estas horas? —Esteban sale de su habitación, supongo que por un vaso de agua, y le pregunta a su hermana.
Al ser descubierta no le queda remedio.
—¡Ah! —Deja caer los brazos a sus caderas—. Un asunto que quedó sin resolver en la biblioteca, debe ser algún problema en el orden de los libros en las estanterías.
—¿Por qué mejor esperas a que llegue mañana?
Verdaderamente, sería lo más razonable. ¿A quién se le ocurriría ir a la biblioteca a estas horas?
—Oh, no, no. —Suspira—. Debo ir ahora, es… importante.
Antes de que Esteban dijera algo, Verónica se interpuso. —Adiós, hermanito, ve a cuidar a tu esposa. Espero que el asunto se resuelva rápido.
Y con esto salió de la casa.
Caminaba por una calle oscura afueras de la localidad. ¿Qué planeas? Pasó por las afueras de casa de Karen, después por una rotonda hasta llegar a la calle Boulevard.
¿Qué-estás-planeando?
—Debe ser por aquí… —Se introdujo a la acera derecha, pasando bares, centros nocturnos, discotecas—. Por aquí, aún puedo recordar algo…
Detuvo el resonar de sus zapatos al toparse con un cartel.
“Bar de Luna.”
—Te recuerdo bien, aún te mantengo en mi mente. —Suspiró para entrar al bar, las mamparas se cerraron a su paso y el olor a alcohol inundó su nariz.
En la mesa del bar hombres rudos fijaron su vista en ella, se acercó decidida hacia la barra.
—Para hablar con el señor Z.
El hombre que servía los tragos hizo una seña con su cabeza hacia sus espaldas, lo que hizo a Verónica voltear. Un hombre con traje negro y semblante serio, canoso en proporciones, se acercó a ella y bajó su cabeza, frunció su ceño y luego abrió sus ojos observando a Verónica.
—¿11?
—Un placer verlo otra vez, señor Z.
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Placer a la vida ✔
Ficção Adolescente[FINALIZADA EN EDICIÓN] Si la vida te diera una segunda oportunidad de darle placer a través de un secuestro. ¿Lo harías? Cristal toda la vida ha vivido bajo el cuidado de un volcán en erupción, mejor dicho, la tía Verónica. Y aunque no fue de la me...